Crítica de cine: “Gloria”, glorificarse después de los 50
El hemisferio fílmico de Sebastián Lelio se ha concentrado en las grietas privadas que explosionan en conjunto y que no evitan manifestar sus resonancias. Tal como tituló en un artículo Héctor Soto sobre el segundo largometraje del mendocino, “Navidad”, estos individuos ‘damnificados del desorden de las familias’ pueden someterse por sus pecados, por sus vacuidades, por las fracturas; y logran exculparse o alcanzar un grado de redención enrabiada, muchas veces, mediante el placer corporal. Es lo que también se vislumbró en su entrega “La Sagrada Familia”. Dos ejemplos en que los cimientos básicos provenientes de la estructura social y familiar se encuentran desmoronados.
Lelio, que a estas alturas se considera un chileno más, puede haber impregnado algo de su historia personal, pero no necesariamente a modo de autobiografía obligatoria. Tampoco ha transitado solamente por esa vereda: una serie de cortometrajes, trabajos para televisión (“Mi Mundo Privado”), documentales (“Makiza”, “Cero”) y videoclips (mayormente para Marciano), son sólo parte de su repertorio audiovisual. Hay algo de hiperactividad creadora, condición que también se le ha otorgado a otro del circuito, Sebastián Silva.
De todas formas, y sobre la base de su filmografía, la labor en guión junto a Gonzalo Maza (“Navidad”, “El Año del Tigre”) vuelve a posicionarse con la efervescencia de “Gloria”. Porque la protagonista quiere nuevamente ‘alcanzar su gloria’ en el mapa afectivo. Porque Gloria (Pali García) intenta vencer el temor y tiene más arrojo a sus cincuenta y tantos años que una veinteañera. Parte de su historia la escriben sus dos hijos y un matrimonio que fracasó. Gloria se lanza en benji, como indicador de esa libertad que vuelve a anhelar, en el parque de diversiones de Rodolfo (Sergio Hernández), su actual conquista.
Gloria no es una caricatura de la mujer madura que se niega a envejecer comportándose o haciéndole la competencia a su hija. Trabaja; se ríe y relaja en actividades grupales; no es amiga de los gatos; escucha y comenta con sus cercanos el arraigo de las redes sociales y los cambios conductuales en los individuos por este boom; es la vecina de un borderline que despierta en las madrugadas a la comunidad donde reside. Ella teme y declina ante una invitación en particular. Luego cede. Eventos de redescubrimiento.
Reconstrucciones familiares: los hijos ya están grandes –también hay un nieto–, uno acaba de cumplir años y se anuncia, en pleno festejo, que ‘la niña’ está embarazada. En ese contexto, fotografías de la niñez que los padres contemplan y comentan acompañados de unos tragos demás que dejan inmersos en un estado vulnerable. Y un Rodolfo que, integrado en esta intimidad, desaparece sin previo aviso. Más grietas reunidas. Gloria, pese a sus turbaciones, está ahí, dispuesta a lanzarse a la vida, a saborear todo de nuevo. Rodolfo se comporta como un caballero. Promete, intenta, pero tiene miedo, miedo de su historia familiar. Da y quita, da y quita. Gloria se entrega, esta vez al azar para desengañarse. Eso es Gloria: entereza fragmentada y no la zona femenina de un patetismo derrotado.
La cinta indudablemente despliega una atmósfera más europea (factor que contribuyó para que conectara y triunfara en San Sebastián y en Berlín), en que las esferas de búsqueda y redescubrimiento se enaltecen sin volverse burdas. La dupla García-Hernández remece porque están infestados de verdades. Son dos extremos, a veces íntegros, a veces desintegrados. Por supuesto, no todos los que han pasado los 50 años se sentirán cómodos –si se cataloga como cine de identificación–, precisamente porque no todos están dispuestos ya a despertar tales niveles de combustión (“Conte d’automne”, de Éric Rohmer, plasma igualmente las ganas de volver a amar en la edad madura. Aunque proyecta más cautela, escasea el desborde. Hay terceros que intervienen para que se consuma el plan). Y sí, de nuevo es prudente reiterar que Pali García (Oso de Plata en Berlín a Mejor Actriz) es una efusión de calma y turbulencia, que nunca destiñe.
Amor y desgarro pasados los 50. Espacios de madurez procurando contagiarse de indisciplina y fogosidad. “Gloria” explora esa geografía: el escarpado camino de volver a creer y darse nuevas oportunidades.
© Por Leyla Manzur H
Sígueme en Twitter: @LeylaManzur