Takeshi Kitano: la sublime violencia existencial
Hablar de un cineasta tan prolífico como influyente en la cinematografía contemporánea es difícil, y más aún si es un artista tan variado y ecléctico como el japonés Takeshi Kitano. La última película que se estrenó de este realizador en nuestro país, quizás la única, fue “Zatoichi” ganadora de innumerables premios en distintos festivales. Autor de columnas de política, deportes, con más de 60 libros publicados, comediante, pintor, actor, director y animador de su propio programa de televisión, Kitano es una verdadera máquina creativa.
Takeshi “Beat” Kitano, proveniente de una humilde familia de Tokio, comenzó increíblemente su carrera como mesero en bares, desde donde saltó al escenario de la comedia para acompañar a “Beat” Kyoshi. La dupla humorística fue una de las mas famosas de Japón, llegando a tener sus propios programas, donde Kitano comienza a involucrarse en el trabajo detrás de cámara como director y productor. Ya en los años 80, con el mismo tipo de rol cómico, “Beat” Kitano comienza a incursionar en el cine en “Makoto-Chan”, su primera comedia, bajo la dirección de Tomoko Konparu (sin comentario el extraño humor nipón).
Es en 1983 cuando su carrera da un giro al interpretar un papel dramático en “Feliz Navidad Mr. Lawrence”, aquella inolvidable película sobre un campo de prisioneros japonés durante la segunda guerra mundial, dirigida por Nagiza Oshima y donde actúa David Bowie. Sin embargo, el público japonés no se tomó en serio su rol dramático y Kitano solamente obtuvo carcajadas. Alejado de papeles de comedia, “Beat” finalmente tendría su oportunidad tras el ofrecimiento de un rol protagónico para el maestro del cine Yakuza japonés, Kinji Fukasaku, quien por problemas de salud tuvo que retirarse del proyecto, dejando la pista libre para que “Beat” Kitano convenciera a los productores de darle la oportunidad de dirigir su ópera prima “Sono Otoko Kyobo ni Tsuki” (más conocida como “Violent Cop”), la cual tuvo un buen recibimiento. En este filme Kitano nos presentaría el tipo de personaje central que destaca su filmografía, un personaje silencioso e introvertido cuya forma primordial de comunicación con su entorno es la violencia, al estilo “Harry el sucio” o Charles Bronson en “El vengador anónimo” (“Death Wish”).
En el 95 estrena “Getting Any?”, una comedia que recibiría pésimas críticas. Influenciado por eso o no, Kitano recibe un golpe de gracia aquel pésimo año al tener un accidente en su motocicleta que le dejó como particular secuela el tic que tiene en uno de sus ojos. Desde aquel entonces, nunca más volvió a tomar una gota de alcohol y se dedicó a pintar. Dos años más tarde llega el gran momento de Kitano como director con la majestuosa “Flores de fuego” (Hana-Bi), su séptima película (con la que gana la Palma de Oro en Cannes), donde desarrolla su estilo, estética y búsqueda de su cine.
En los siguientes años Kitano estrenaría la comedia “El verano de Kikujiro”, donde exploraría el tema de la infancia. En 2000 volvería a revisar una vez más el género gangsteril japonés del Yakuza en “Brother”, su primera colaboración con Hollywood, donde comparte el protagónico con el actor rapero de moda Omar Epps.
Lo primero que llama la atención de un filme de Takeshi Kitano es su ritmo narrativo lento y pausado, conformado fundamentalmente por planos fijos de larga duración, donde destaca su ritmo interno. Kitano lo lleva incluso a escenas con altas dosis de violencia, donde con sostenidos planos largos mantiene al espectador con una cierta incomodidad. Todos sus filmes comparten un estilo narrativo contemplativo por parte de los personajes, haciéndonos sentir distanciados de sus situaciones, creando la sensación de que la vida de los personajes es plana, monótona y sin mucho sentido. Sus protagonistas respiran un sentimiento de vacío existencial, donde el tiempo nos parece extenso en exceso y los personajes sólo procuran llenarlo con cualquier distracción. Es en este intento de llenar dicho vacío, en el que Kitano siempre a través de sus personajes se da la licencia de visitar una y otra vez el mar, en una obsesión reconocible a lo largo de toda su filmografía.
Sean duros policías o Yakuzas, sus personajes viven fuera de las reglas de la sociedad, son más primarios, transgresores, de métodos brutales y que no tienen el más mínimo reparo en sus acciones. Esta forma de vivir encierra un cierto carácter trágico de las historias del director nipón, la que siempre termina siendo la condena de sus personajes al llevarlos al encuentro de un destino violento e inevitable que es resultado de su crudo y desinteresado accionar. Todo esto maestramente condimentado con dosis de un particular humor irónico y a ratos paródico (influencia del Mazai, género de comedia japonés), donde la violencia obstinada de los personajes centrales es el detonante del humor en la escena. Kitano en cada filme se da la oportunidad, hasta cierto punto, de burlarse de los códigos de honor y lealtad de los Yakuza, así como de la sociedad japonesa en general.
La violencia es también un tema obsesivo en las películas del director, pero con una estética y tratamiento completamente distintos del que nosotros manejamos en occidente. Los protagonistas son silenciosos e inexpresivos, llegando a expresarse exteriormente a través de la violencia, convirtiéndola en una verdadera construcción estética, como el tiroteo nocturno en “Hana-Bi” o los depurados combates a espada en “Zatoichi”, donde la sangre en sí es un personaje protagonista en los lienzos que pinta Kitano. Al asistir a uno de los viajes narrativos de Kitano tenemos la sensación de embarcarnos en un largo viaje de contemplación de la vida misma, de los insignificantes dramas de una humanidad vacía.
Uno de los más influyentes directores japoneses de la actualidad, Kitano promete aún mucho más con una corta pero intensa carrera como autor cinematográfico, título que muy pocos ostentan hoy en día.
©Rodolfo Castro