Crítica de cine: “Poesía sin Fin”

 Crítica de cine: “Poesía sin Fin”

Al igual que “La danza de la Realidad”, esta nueva película del director chileno es de carácter autobiográfico, y nos muestra un proceso de aprendizaje de un joven Alejandro que aún avanza a ciegas por la aventura de la vida. Como en muchas autobiografías, la imagen que se muestra del autor es absolutamente romántica e idealizada, pues cuando te retratas a ti mismo es difícil evitar quedar como un buen tipo. En este caso, Jodorowski exorciza varios de sus demonios personales y juega con la realidad mezclándola con ficción.

Figuras de la talla de Nicanor Parra, Estela “La Colorina” Díaz, Enrique Lihn y André Breton forman parte de esta historia que trata sobre los inicios del escritor-guionista-psicomago en el mundo del arte y la poesía. El mundo del arte de los años 40 es presentado como bohemio, marginal, idealista, casi como un gheto inaccesible para el ciudadano común y corriente. Por esto, la imagen del artista es algo caricaturesca, como si los artistas estuviesen todo el tiempo haciendo locuras o transgrediendo las normas.

La contrapartida de este estilo de vida es encarnada por sus padres, una figura que atormentó toda su vida a Alejandro Jodorowski, por lo que esta película también le sirvió para reconciliarse con su propio Darth Vader, quien desde un principio lo denostó, le instaló una idea exagerada de la masculinidad, y nunca aprobó su carrera de artista ni su estilo de vida.

La historia está muy bien contada, y la narrativa es envolvente pese a que se construye en su mayoría en base a conversaciones profundas que es difícil no atender, pues exponen todo el discurso de Jodorowski. De hecho muchas de estas conversaciones son tomadas casi literalmente de algunas que tuvieron lugar en la realidad, como la manera en la que se volvieron amigos Jodorowski y Enrique Lihn.

Pese a que el guion es bueno muchas de las actuaciones no le acompañas: algunas son muy forzadas, otras son de un carácter demasiado teatral, con impostación de voz y grandilocuencia hiperbólica que minimizan lejos de amplificar la profundidad de muchos diálogos. Se entiende la elección de los hijos de Jodorwski para los papeles principales, ya que el director busca continuar la espiral de relaciones entre padre e hijo, sin embargo una actuación más natural habría encajado mejor con el tono autobiográfico de la película. Sabemos que tiene mucho de ficción y que no busca ser un documental, pero las actuaciones siempre son parte importante de una historia.

Jodorowski el viejo se aparece de tanto en tanto como un personaje sabio, una manifestación de lo que será el joven protagonista algún día, y en esta película es un guía espiritual de sí mismo. Lo cual a ratos convierte a “Poesía sin fin” en un libro de autoayuda, pues el esoterismo místico, tan propio de Jodorowski, no se puede restar acá. No llega al punto de ser molesto, lo admito, pero la faceta de autoayuda del director siempre ha sido lo que más me ha cargado de él. Es casi como si la película fuera la excusa para justificar toda la charlatanería que ha vomitado por años: “Como viví muchas experiencias desgarradoras, ahora puedo operar de maestro místico”. Además en ocasiones da la impresión de que Jodorowski está obsesionado consigo mismo.

La idea de artista que se promueve es también la de un tipo narcisista, ególatra y onanista, casi desconectado de la realidad recluyéndose en casas en las que solo habita gente que comparta su visión de la vida. Por supuesto es que se retrata como joven e ingenuo, sin embargo eso no resta que en más de una escena los artistas terminen siendo caricaturas.

Por ejemplo, algunas escenas muestran el nacimiento de la psicomagia, como cuando convence a La Pequeñita de que no se suicide colocándola en el río Mapocho sin soltarla. Hechos como estos nos muestran que el personaje dejó de ser el niño ingenuo que está esperando que le digan qué hacer, para ser un guía espiritual que sabe todas las respuestas y tiene todas las curas para nuestros males.

Pese a sus fallos, “Poesía sin Fin” es una historia del todo disfrutable en la que el autor se ríe de sí mismo al mismo tiempo que se diviniza, tiene bastante comedia y drama, y mezcla realidad y fantasía de manera sutil e inteligente.

Por Felipe Tapia, el culpable de tantas mujeres infelices que suspiran por ahí

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