Crítica de cine: “Before Midnight”. Otras disyuntivas, otras visiones, otras transiciones
“Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy son un triángulo de genialidad y madurez creativa”. De acuerdo. Ellos también deben asentir frente a halagos de ese tipo. Los dos últimos también han sido capaces de reencarnar y evolucionar arrojadamente a esos jóvenes universitarios que rompieron el hielo en un tren para luego transitar durante un par de horas, a estas alturas, inolvidables, por los rincones de Viena. En ese inicio, a los veinteañeros no les importaba si había o no dinero. Los sueños, los temores, la familia, los vínculos y las desilusiones afectivas enriquecían sus diálogos, pretendiendo igualmente esbozar un futuro personal y desactivar cúmulos de incertidumbre.
Celine y Jesse son dos hijos esenciales de la cinematografía noventera, cuando imperaba el espíritu de la Generación X en Estados Unidos –Douglas Coupland es clave–, cuando las camisas leñadoras tenían una notoria visibilidad, cuando el grunge ya había perdido a un rentable ícono, y tanto la aflicción como las interrogantes mutaban, si se habla de fondo, en un segmento que iba de la adolescencia a la adultez
Dentro de ese marco Linklater y Kim Krizan –no olvidar, porque es pilar fundamental en esta configuración y de la sucesora– habían forjado estas personalidades que no querían distar de la vida real. “Before Sunrise” era la demostración del nacimiento de una pasión ansiosa y lozana, filmada con bajo presupuesto, desde lo independiente, y que pudo saltar de Sundance hasta Berlín donde terminaría triunfando. Inicio que, no cabe duda, ni siquiera tiene ánimos de envejecer.
Nueve años después sus protagonistas tuvieron injerencia para esbozar la adultez de la francesa Celine y el ‘americano’ Jesse Wallace. (La fase del ser emancipado y racional). “Before Sunset” fue un resultado inteligente, criterioso, de humor adulto, aunque ávido. De backgrounds imprescindibles y elipsis cuidada. Otro par de horas, esta vez en París, en que tras un reencuentro no planificado, pero tampoco tan azaroso, nos enteramos de biografías completas, de las nuevas percepciones sobre la religión, la familia, el sexo y las vacuidades pese a los logros en sus actividades –Jesse, el escritor celebrado, con un hijo y casado. Celine, con un rol en una organización que procura el cuidado medioambiental–. El encuentro de antaño fue promotor para hilvanar sus historiales y crisis.
(La introducción anterior es reconocida por todos aquellos que se entregaron a la historia. Y es imposible extirparla por su utilidad para seguir con la actual etapa. Nunca se va a tornar como redundancia el acto de evocar para comprender. Menos para la comprensión de lo que ya es una verdadera trilogía).
Ya el final abierto de la entrega de 2004 hacía presagiar de algún nuevo movimiento. Efectivamente, pasaron nueve años y el espectador se permite el tercer reencuentro con Celine y Jesse, esta vez establecidos en la madurez, asumiendo su rol de amantes, padres, profesionales, amigos y con nuevos planteamientos y crisis en plenas vacaciones. Su humor ya no es tan ansioso como el que aplicaron tras el reencuentro. Es una geografía íntima ensamblada. De todas formas, lo consumado, lo no consumado y lo hecho a medias, comienza a pesar. Es el tránsito en que se plantea lo estimulante que puede resultar procurar y cuidar de esa independencia intrínseca para amar y no someter al otro. Y la congoja de un padre. Es el actual hemisferio de “Before Midnight” que no deja de cambiar de escenario. El sur del Peloponeso, en Grecia, invita a la distensión, a encontrarse y a perderse.
Una cámara siempre atenta a los movimientos, las miradas, las reacciones, las contenciones y a la fluidez inagotable de los diálogos entre Celine y Jesse. El trío de guionistas –director-protagonistas– a partir de la segunda entrega ha otorgado celeridad en los tiempos del texto. De esta forma, este paradigma requiere del seguimiento permanente. La inclusión de Ethan Hawke y Julie Delpy ha resultado una tónica en esta progresión; aunque hay que comprender que la inclinación por la rapidez en sus conversaciones no ha hecho desvariar a Linklater para restringir la temporalidad sobre el espacio. De todas formas, desde “Before Sunrise” que la duración de los paseos ‘bien conversados’ de la pareja cobra un valor excepcional. Todo es un travelling.
Amanecer. Atardecer. Anochecer. La última entrega con aires griegos no es una conclusión. Por el contrario. Celine y Jesse son esa pareja de amigos que se tiene, pero que, por asuntos circunstanciales, se ve cada nueve años y en pocas horas de un solo día. Ellos progresan, se desploman, vuelven a reinventarse. Uno progresa, se desploma y también procura reinventarse. Ellos se observan y ven como las marcas del tiempo no pasan en vano. Lo mismo para uno. Puramente evolución con la posibilidad de mirarse frente al espejo.
(Un pequeño ejemplo para reconectar. En los cinco minutos introductorios de “Before Sunrise”, Celine no logra continuar su lectura en el tren, porque una pareja alza la voz tensionando el ambiente. Luego entre los planos fijos se da espacio a otra dupla, esta vez de edad avanzada. La cámara presenta a Jesse. Celine, sin poder retomar la tranquilidad para seguir leyendo, toma su bolso y decide cambiarse de lugar quedando muy cerca de Jesse. Se miran. Se vuelve a la pareja que se traslada para seguir discutiendo. Jesse rompe el hielo. Celine, acertadamente, le pregunta: “¿Sabías que a medida que las parejas envejecen pierden la capacidad de oírse?”. Jesse responde con un “No”. Celine remata: “Parece ser que los hombres pierden la capacidad de oír sonidos agudos, y las mujeres pierden oído para los sonidos graves. Es como si se anularan mutuamente”. Allí, desde el mismo comienzo, la instalación del desgaste en las relaciones… Lo que, sin haberlo planeado en ese instante, 18 años después –ambos ya pasando el umbral de los cuarenta– se fijaría en su esfera).
“Before Midnight” (“Antes de la medianoche”) es una ficción astuta que ha sabido respetar y enriquecer elipsis y no ha permitido que sus protagonistas queden como meros decorados sobre un escenario donde los paisajes arquitectónicos y naturales ya resultan atractivos –desde las “Before” anteriores en Austria y Francia que no se pasa por alto–. De diálogo y humor sagaz y siempre consistente, enfatizando también en el vínculo individuos-tecnología, la pareja siempre se entrama frente a la grandiosidad del fondo, porque ya son la atmósfera que ha aprendido a no disiparse –la química y la tensión sin ánimos de diluirse–. Grecia tampoco se los ‘devoró’ esta vez. Linklater –uno de los grandes ‘conversadores’ del cine contemporáneo–, Hawke y Delpy aprendieron y aplicaron bien la regla: hay que dejar ‘envejecer’ a Celine y Jesse, con sus trances incluidos, para que vuelvan a engrandecerse. Nunca se deja de aprender.
No hay que perderse este nuevo tránsito. La invitación ya está hecha.
©Leyla Manzur H.