Tron: el legado
Sam (Garret Hedlund) es el hijo de Kevin Flynn (Jeff Bridges) un exitoso programador de videojuegos desaparecido misteriosamente en la década de los 80. Con la ayuda de Alan Bradley (Bruce Boxleitner), antiguo socio de su padre, Sam consigue una pista sobre su posible paradero, la cual lo introducirá en el mundo digital del que sólo sabía gracias a las historias que su padre le había contado cuando niño. Es el universo digital de Tron, ahora más sofisticado y mucho más peligroso.
Secuela de la película de culto de 1982.
Previo a El origen y Matrix, pero posterior a Alicia en el país de las maravillas y Las Crónicas de Narnia, se ubica Tron, otra historia sobre mundos escondidos al que sólo es posible acceder mediante un evento inconcebible. En 1982, fue una película incomprendida. Actualmente, es considerada una joya de la experimentación visual, y a juicio de muchos, vanguardista al ser una de las primeras películas que dependió de la animación gráfica por computadora. El resultado del filme de principio de los 80 se relaciona más con la “animación” que con “efectos visuales”. Muchas escenas de entonces recordaban a El señor de los anillos de Ralph Bakshi y su estética futurista fue un ejemplo imaginativo de lo que un lenguaje como Basic podía llegar a desarrollar. Tron buscaba sorprender con una inusitada pirotecnia, pero quedaba corta en comprensión debido a su débil desarrollo dramático y actuaciones acartonadas.
28 años después, el caso de Tron: el legado es opuesto. Los recursos narrativos están, pero ¿Cómo sorprender con un vanguardismo visual casi inexistente?
El joven director Joseph Kosinski y el equipo de guionistas debieron afrontar el desafío con astucia y extraer las falencias de la primera parte para volcarlas a su favor. El resultado fue una secuela narrativamente exitosa, pero no grandiosa en si misma, ya que los tiempos que corren, con el avance tecnológico imperante, demandan una espectacularidad visual que es difícil de alcanzar y que sólo es posible aproximar con herramientas como el 3D y la dirección de arte. Tron: el legado no deja indiferente con su diseño de producción y logra un cierto grado de espectacularidad merecedor del calificativo Eye Candy, es decir, imágenes que deleitarán al espectador en el transcurso del tiempo en que duren. Aún así, contiene efectos no logrados como un rejuvenecimiento forzoso de los actores originales mediante procesos digitales que ya se creían superados. Los ojos son el espejo del alma y en el caso de la versión digital de Jeff Bridges, delatan el efecto, tal como la versión photoshopeada del profesor Xavier en X-Men: la batalla final. Para los realizadores, un mal menor en bien de la continuidad, para el espectador, una posible distracción.
En todo caso, Kosisnki logra sacar partido a la historia original, así como a las actuaciones, y darle una vuelta de tuerca. Hay que destacar a los secundarios Michael Sheen (conocido por Frost/Nixon) y a Olivia Wilde (de Dr. House). La dimensionalidad de los personajes era un compromiso pendiente en esta historia y la deuda fue saldada, sin embargo, el material de origen creó trampas infranqueables que mantienen ese aire inocente, casi infantil, y que atentan contra la credibilidad, así como una cierta monotonía inherente a este mundo extraño con sus propios tiempos y reglas. En otras palabras, la historia tiene sus altos y sus bajos, pero como justificación, las debilidades no dependen de esta película.
Por ejemplo, hay escenas que si bien pertenecen al imaginario de Tron, ahora llegan al límite de la excentricidad, recordando más a Barbarella que a Tron, pero que en la versión original de 1982 estaban camuflados (pasaban piola) debido a la exagerada estética visual. Por otra parte, es inevitable recaer en el mc-guffin del freesbee-disco duro, que es imprescindible para que la historia pueda avanzar.
De lo que sí habría que responsabilizar a Tron: el legado es de exceso de confianza con el espectador. En 1982 una naranja teletransportada nos explicaba el mecanismo en que el personaje podía embarcarse en tamaña aventura. En 2010, las explicaciones no se recuerdan, sólo se describen, y al dar por obvias ciertas situaciones se tiende a caer en el otro extremo, lo que sugiere la utilización del cuestionable recurso del Deus ex machina (lo que pasa sucede porque sí) aunque en el fondo no sea de ese modo. Tron, si bien es de culto, no lo es para todo el mundo y 28 años es mucho tiempo.
Sin embargo, para los fanáticos de la historia original, que no son pocos, los sutiles referentes ochentenos se agradecen, así como la remozada y potente banda sonora, a cargo de Daft Punk.
En conclusión, Tron el legado es una película que estructuralmente es igual a su antecesora: por momentos aburre en su monotonía, pero a la larga se reivindica y entretiene. Al mismo tiempo es, en esencia, todo lo contrario a su antecesora, al priorizar a sus personajes y a la historia por sobre la parafernalia visual. Y ante esto último una reflexión.
Quedará como una incógnita si Tron: el legado habría funcionado con imágenes falseadas para conseguir una estética parecida a la película de 1982 con propósitos de continuidad visual, así como si La amenaza fantasma le habría ido mejor con más actores de carne y hueso en vez de tanta criatura digital. Tron propuso vestimentas, armas y medios de transporte en un contexto casi surrealista que en Tron: el legado son mostrados de un modo hiperrealista. Ya no hablamos de “animación”, ahora, 28 años después, hablamos de “efectos visuales”. En otras palabras, Tron es como una animática de baja resolución del universo digital HD-3D presentado en Tron: el legado, donde los programas computacionales siguen siendo criaturas maltratadas que pueden pensar, expresarse, e incluso irse de copas para quitarse el estrés de un mal día.
Por Hugo Díaz
Tron: el legado
(Tron: Legacy)
Director: Joseph Kosisnki
Elenco: Garret Hedlund, Jeff Bridges, Bruce Boxleitner, Olivia Wilde, Michael Sheen
Walt Disney Pictures, 125 minutos, todo espectador.