“Criatura de la noche”: el miedo a lo natural.

Primero: un mundo equilibrado. Segundo, un tipo extraño y fuera de lógicas convencionales que presume ser más lógico que el ilógico mundo en el que vive. Este es el setting común de una historia de terror, o al menos de cierto thriller sobrenatural en el que se juegue con alguna idea de impresión y/o se busque por momentos el terror en el espectador. Paso uno: una noxa de vulnerabilidad. Algo ocurre y desestabiliza el ambiente. Con esto, logramos entender que el personaje puesto en escena no es un presumido ególatra sino que en efecto es un indefenso, un ‘underdog’, o simplemente un ‘alternativo incomprendido porque no quiero ser comprendido por este mundo ilógico’. Ideas un tanto existencialistas y más que nada fatalistas que ‘settean’ el espacio visual de tal modo que cualquier cambio radical llevará al personaje por un cambio  ajeno al resto. Es decir, un desastre natural, el conocimiento de una persona misteriosa, un evento peculiar que lo obsesiona. Algo que ocurra, su solución no será la de todos. Por algo logramos empatizar con él, porque no es como todos.

Quizás, él es como nosotros o como nos gustaría (o nos hubiese gustado ser en muchos casos). Algo misterioso ocurre, vemos a nuestro ‘héroe’ en un mundo hostil, se obsesiona por lo ocurrido e inicia un viaje de reconocimiento en esa realidad ajena que él percibe como propia. Así, en la película de Alfredson, Oskar saca nuestro lado más pretensioso al vernos reflejados en lo que nunca seremos. Y no principalmente por el grado de bullying ni por el espacio referido, sino por una sicología de personaje más profunda que es la que lleva a reaccionar en Oskar y tomar las decisiones siguientes que gatillan las ejecuciones de Eli. El personaje que genera acciones no es Eli, es Oskar quien reacciona y es Eli quien ejecuta hasta alcanzar un grado de ejecución propia llevando a la película al cierre. La clave en “Criatura de la noche” es que el final es lógico con el personaje y así, el espectador quiere al personaje en vez de repudiarlo.

Porque aquí, nosotros también somos extranjeros. Y no es extranjeros como ellos en un mundo frívolo y sin corazón, somos extranjeros y espectadores en su mundo, en el mundo de un vampiro solitario. Lo sobrenatural corresponde al mundo humano y es esta inversión de paradigmas la que genera que la clave en género de terror funcione. Porque este mundo no lo conocemos. Porque lo que a ellos les ocurre no es tan malo. No es tan terrible que un vampiro no tenga que comer, como no es tan terrible que a un niño lo molesten en el colegio. Lo terrible está en la cabeza de Oskar. Lo ajeno y terrorífico es la constante amenaza del ‘qué puede pasar’ y que no se manifiesta en el ataque de Eli en el túnel, que es bastante lógico y predecible (propio de un drama o de un suspenso no muy bien construido), lo terrorífico es sentir que Oskar quiere asesinar a sus compañeros de colegio tras ser molestado. E incluso, el espacio transgresor se constituye en zonas de luz por sobre en espacio de oscuridad. Porque el mundo de ellos es ese de tierras ocultas y forajidas. El departamento, el túnel, el exterior en la nieve. Porque la lógica de un sub-mundo distinto y oculto deja de ser la funcionalidad de la película. Aquí, ese espacio es el único lugar de libertad para Eli y de reconocimiento para Oskar. No tememos al dar el paso hacia la oscuridad. Tememos cuando él entra en la luz. Tememos la constante tensión entre lo que puede explotar (generando por momentos la sensación de un contrareloj que no termina por cuajar).

La inversión de roles es tal, que tras la rotura de oreja uno llega a sentir el dolor del pobre niño gordo y de repudiar el ataque inhumano. En esta película, a diferencia del grueso del género, el viaje de la audiencia está en reafirmar cada vez más su humanidad y entenderlos a ellos como las criaturas sobrenaturales que atacan nuestro mundo. Y claro, si en los años ‘50s la idea de invasión generaba pánico al considerarlo peligroso, hoy es una realidad con la que vivimos. Prácticamente sentimos pena y lástima por el pobre que viene a nuestro país a buscar la posibilidad de sobrevivir. Lo vemos diariamente y pensamos en qué será de su cena solo. O cómo se sentirá al no ver a su familia.

La reacción a Oskar y Eli es similar. Basta con recordar el largo de la escena final y lo poco reconfortante que es, ya que la invasión no logró escapar de nuestro mundo, sino que el obre extranjero no pudo adaptarse y tuvo que migrar, una vez más, a buscar una opción de sobrevivencia en otro mundo donde, sabemos, seguirá siendo extranjero.

Por Ignacio Hache.

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