That ’90s Show: Crítica de un regreso

 That ’90s Show: Crítica de un regreso

A estas alturas, ya es un cliché decir que la industria del cine y la televisión se nutre de la nostalgia. Debo ser el pelotudo 500 en repetir que vivimos en la época de las secuelas, reboots, remakes, precuelas y spin offs. Cobra Kai, Merlina, He-Man, son contenidos que apuntan a una nueva audiencia pero al mismo tiempo apelan al consumidor boomer y millenial. ¿Es That 90’s Show otro producto más del fenómeno descrito? Pues vamos a averiguarlo. 

That 70’s Show fue una sitcom emitida entre finales de los 90 y principios del 2000, ambientada en los años 70 y que recurría al lenguaje característico del género: risas grabadas, personajes icónicos, situaciones absurdas, capítulos autoconclusivos en donde se resolvía un problema. Aun así, fue capaz de innovar distanciándose de otras sitcoms de la época más edulcoradas, en donde al final siempre se aprendía una lección de vida y se mantenía el respeto por los valores americanos, tipo Friends. En That 70’s Show, en cambio, se nos muestra un grupo de adolescentes más creíbles que los de Salvado por la Campana o El Príncipe del Rap, que nos daban lecciones contra las drogas (Dios, qué viejos estamos). Los protagonistas fumaban marihuana a destajo y tenían relaciones sexuales. El padre del protagonista era un anticomunista malhumorado que no tenía problemas en admitir que prefería más a su hija que al pobre Eric. La historia se centraba en los seis protagonistas Eric, Donna, Kelso, Jackie, Hyde y Fez, quienes lidiaban con los problemas de ser un adolescente. La premisa se centraba en las relaciones amorosas en el grupo, las bromas pesadas que se gastaban, y su afición por fumar hierba. La mayor parte de la acción transcurría en el sótano de la casa de los Foreman donde solía reunirse la pandilla. La serie acabó en la octava temporada, con Eric y Donna ya comprometidos y el resto del grupo encaminados a una vida adulta. 

That 90’s Show transcurre, como su nombre lo indica, veinte años después, y los protagonistas son una nueva pandilla en la que están los hijos de cuatro de los anteriores protagonistas. El escenario vuelve a ser el sótano de los Foreman, con los padres de Eric retirados y envejecidos, quienes reciben a su nieta Leia para pasar el verano. Leia es hija de Eric y Donna y rápidamente hace migas con Gwen, Nate, Nikki, Ozzie y Jay Kelso, el hijo de Michael y Jackie. 

Por desgracia, es imposible no comparar a esta nueva pandilla con la clásica y eso le hace un flaco favor a la serie. Si fuera una historia sin otra que le precede, no sería problema. No diré que son malos personajes, pero no tienen la misma química y claramente el humor que manejan es mucho más edulcorado y más inocente. Elementos como la homosexualidad de Ozzie o la amistad entre Jay y Nat en el pasado habría generado todo tipo de gags desmadrados. Nat es un tonto pero termina siendo un tonto querible y cuya tontera solo da para uno que otro gag inocente. Por el contrario, la estupidez de Michael Kelso daba para toda clase de situaciones desmadradas y desastres que amenazaban la paciencia de todos sus amigos. La rebeldía de Hyde era su sello característico y era uno de los motores de la trama. La supuesta rebeldía de Gwen, en cambio, parece más bien hecha para cubrir una cuota de personaje femenino progresista tipo Lisa Simpson que no acaba de ser bien desarrollado. En la serie original los hermanos Eric y Laurie se odiaban irreconciliablemente al unto de conspirar para perjudicar al otro. En la actual, Nate y Gwen pueden tener sus diferencias, pero sabemos que en el fondo son los clásicos personajes que en el fondo se aprecian y apoyan. 

Por supuesto, todo lo que les describo no es totalmente algo malo. Nadie quiere clones de los personajes clásicos y eso sí que habría sido un desacierto y una cobardía de los escritores. De todos modos, se extraña esa química en la que ninguno de los seis personajes parecía respetarse entre sí, mientras que en la actualidad el grupo de Leia son demasiado cordiales entre ellos como para dar lugar a conflictos como los del pasado. ¡Ya agárrense a combos como lo hacían Hyde y Kelso, por la cresta!

Quizá el mayor desacierto de esta nueva serie es haberla convertida en una sitcom del montón, de esas cuyos episodios terminan con abrazos y un valioso aprendizaje para la vida, concepto del que la serie original siempre buscó alejarse. Ver a Red reconocer su error o hablarle con sabiduría y paciencia a su nieta es justo lo que no queremos ver en su personaje. Es verdad, verlo repetir las muletillas del Dumbass y Foot in your ass probablemente habría estancado al personaje, pero eso no explica que lo hayan convertido en una versión blanca del Tío Phil.

Si That 70’s Show no necesitaba de referencias culturales para indicarnos que estaba en los 70, aunque las usaba de tanto en tanto, That 90’s Show recurre constantemente a las referencias para posicionarse. Lo malo es que esas referencias no son bien aprovechadas y se podría prescindir de estas y la trama no se vería afectada en nada. Donkey Kong, Liberen a Willy, Beverly Hills 90210, la internet con teléfono, son recursos que no suman al argumento como sí lo hicieron las referencias en la serie original. Cuando la veías, sabías que estaban en los 70, pues supieron cautivar el espíritu de esa década. That 90´s Show parece a veces ambientada en la época actual, los conflictos son más bien de esta era y pocas cosas evocan a los noventas. Por ejemplo, la homosexualidad de Ozzie parece ser aceptada tanto por él como por el resto de los personajes, cuando sabemos que los años 90 fueron una época de transición en la que el tema continuaba siendo tabú. La Organización Mundial de la Salud dejó de considerarlo un trastorno recién aquella época y todavía existían personas que se incomodaban con ella, incluso los jóvenes. 

Ahora pasamos a los cameos. Sí, los cameos, tan característicos de este tipo de producciones que buscan atraer al público nostálgico. Red y Kitty aparecen en todos los episodios, pues la nueva serie apunta un poco a como la casa de los Foreman volvió a ser invadida por jóvenes, para espanto del primero y alegría de la segunda. Donna y Eric aparecen un par de veces, mientras que Bob, Leo, Michael, Jackie y Fez (Quien es absurdamente llamado Fez incluso en su vida adulta y por personajes que no tienen motivo para llamarlo Foreign Exchange Student) son invitados en algunos episodios. La verdad, pasa un poco como en Cobra Kai, y muchos de ellos son mostrados a modo de fan service, para que los espectadores dejemos de preguntarnos qué fue de ellos en su vida adulta o vieja. Los únicos sin aparecer son Laurie, pues Lisa Robin Kelly, la actriz que la interpretaba, falleció, y Hyde, ya que Danny Masterson, el actor, enfrenta cargos por abuso sexual que podrían darle hasta 45 años de cárcel. Curiosamente no solo no aparecen, sino que no son mencionados, como si ambos hubiesen dejado de existir.

Con esto no quiero decir que todo lo de la nueva serie sea malo. Hay aciertos. Por ejemplo, da gusto que el personaje de Leia, interpretado por Callie Haverda, no sea una Mary Sue a la que todo le salga bien, y en lugar de caer en el cliché de la empoderada que tan de moda está, nos muestren a una chica frágil, insegura y torpe que lucha por encajar. Es casi una versión al cubo de Eric, solo que aquí en ocasiones puede ser mucho más desesperante y cansina.

También es un acierto que los creadores hayan sabido dirigirse a un público que creció. Es decir, si viste la serie a principios del 2000, probablemente eras un joven marihuanero y con las hormonas a full que podía identificarse con Eric y compañía. Hoy, ese público probablemente ha crecido y es fácil identificarse con un padre con hijos adolescentes al que se le devuelve la mano y, como si la vida quisiera regresarte el golpe, debes lidiar con los problemas de tu hijo que fuma marihuana, está próximo a tener sexo y te va a mentir y desobedecer, justo como lo hiciste tú. En ese sentido, puede afirmarse que la serie no olvidó a su audiencia e hizo crecer a sus personajes a la par de ella. 

¿Mi evaluación final? That 90’s Show es una serie hecha para nostálgicos de la original, para pasarse un fin de semana viéndola por Netflix fumando hierba, bebiendo cerveza y sin exigirle mucho a los diez episodios que componen esta temporada. No está a la altura de la original, pero tiene momentos rescatables, gags chistosos y algunos personajes agradables. Y, siendo sinceros, sigue teniendo un nivel superior a muchas series cómicas de la actualidad. 

Resulta odioso compararla con la original, pero créanme, es inevitable. Cuando estás constantemente mostrando cameos y recauchando tópicos como la torre del agua y el círculo marihuanero, te estás exponiendo a que, si tu contenido no está a la altura de la serie clásica, acabarás siendo solo otro spin off más de la alicaída industria del entretenimiento. Quizá eso es lo que se buscaba en un principio. Lo más probable es que no se quería reinventar la rueda y solo se trató desde siempre de explotar un producto que en su tiempo fue sumamente rentable. ¿Lo convierte eso en la peor forma de invertir tres horas veinte minutos de tu vida en ver esta primera temporada? Ni por asomo, pero tampoco será la mejor forma de invertir ese tiempo.

Por Felipe Tapia, el crítico que regresó del sarcófago para atormentarlos.

Cine

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