El mundo de Philip Seymour Hoffman, 7ª parte “Con amor, Liza”
En memoria de Philip Seymour Hoffman, recordamos esta vez uno de sus roles protagónicos en una cinta que surgió desde el frío de Sundance. Antes de los premios, en un universo paralelo, uno absolutamente crudo, fresco e “independiente”, Hoffman interpretó al viudo Wilson Joel en la memorable “Con amor, Liza” (2002). Leyla Manzur nos invita a cerrar esta antología-homenaje, con su apreciación de esta película, una obra que para Hoffman, robusteció y preparó su carrera para lo que vendría.
“Love Liza”: Grietas y extravíos
El filme dirigido por Todd Louiso –uno de los secundarios de la disquería en “High Fidelity” (2000)–, es un ejercicio de pérdida, pero que no precisamente expresa cómo sobreponerse frente a un luto, sino de las diversas vías de extravío, de incertidumbre, de sobrevivencia y de un centenar de preguntas que azotan tras el suicidio de una pareja. “Love Liza” (2002), de corte independiente y libre de mayores pretensiones industriales, explora ese escenario. Un espacio incómodo y frágil que Philip Seymour Hoffman configuró demostrando que el patetismo –en varias de sus fases y no en un estricto sentido vejatorio– puede ser sinónimo de franqueza.
Wilson sabe que su esposa no volverá, no sabe el motivo real que la llevó a quitarse la vida y teme enfrentar una carta que le dejó. No tiene hijos; no es capaz de dormir en la cama matrimonial; tiene preocupados a sus compañeros de labores; adopta conductas un tanto infantiles; se cobija de vez en cuando en Mary Ann, su suegra –una vez más con una sólida Kathy Bates–, con quien también diverge en la mirada. De forma casi desesperada, para ‘desconectarse’, comienza a inhalar gasolina. Torpezas, ira y automutilaciones semi-contenidas.
La cámara (que lo desenfoca, lo encierra y lo disminuye en los paisajes) intenta no alejarse del rostro cabizbajo y de la corporalidad casi absoluta del viudo creado por Seymour Hoffman, vinculando en todo momento sus sensaciones a la experiencia del espectador. Y sus acciones, para qué decir. Desde el baño en el lago en plena carrera de naves a control remoto —donde participa ese Denny (Jack Kehler) que dentro de su desorden igualmente lo quiere salvar—, o sus acercamientos a una dupla juvenil que sólo sabe drogarse con gasolina y la continua búsqueda desesperada, exploran la sobrevivencia de quienes quedan tras una serie de desencuentros y golpes bajos, enalteciendo, de paso, algunos ‘paraísos’ como las gasolineras, las cuales se convierten en los mejores amparos de Wilson.
Pese a toda esa perspectiva pesimista, hay cierto humor intacto y perceptible. Un humor sutil y oscuro que permite que Wilson no se desangre tanto, generando un camino hacia el escapismo para desviar un rato la atención de esa carta. Es cuando el filme no deja de desperdiciar, dentro de su narrativa clásica, las dimensiones diversas del ser humano. La no pérdida de la dualidad es una clave que no la instala en una senda definitoria. Por el contrario, permite que la cinta se ajuste a varias bifurcaciones donde sí se pierde la orientación del protagónico en ese choque abrupto con la muerte y con las reminiscencias.
“Love Liza” más que una cadena de acciones es la expresión elocuente de estados, de extravíos y de una procrastinación justificada que somete a los que quedan en esta tierra; que los deprime y los alza por unos instantes para ponerlos nuevamente en la tierra y afrontar la maniática, y no comprada, rueda de la vida.
© Leyla Manzur H.