“El dictador”: El regreso de Ali G.

Quizás desde la aparición de Eddie Murphy, el caballo de batalla de muchos comediantes occidentales ha sido la diferenciación del humor establecido. La ambición por crear un nombre se ha transformado en la constante búsqueda por desmarcar su arte de lo que el resto viene haciendo, implicando que su propuesta ‘moderna’ es justo lo que necesitaban. Cuando un caso es exitoso, el resto de las jóvenes promesas deben seguir esperando en la banca soñando con que el bateador se lesione y sea su turno de jugar un ‘home run’ que justifique un modelo donde la crisis es el campo de fértil del sueño americano actual de una sociedad que vive de nuevas estrellas y de ‘big breaks’ que hagan soñar con que el futuro es más promisorio que el día a día.

Cuando la clave actual está en des-etiquetarse, surgen nuevas etiquetas que si bien cumplen hasta cierto punto con la premisa básica de toda comedia (hacerte reír), dejan en entredicho las razones propias de la existencia de la obra generando palabras como “irreverente” y “transgresor” que cumplen con golpear la mesa y que una vez que su frescura ha quedado atrás no les queda otra más que golpearla más fuerte.

Cumpliendo con las risas esporádicas bases del género, las lógicas del humor negro y la acidez propia que construyen una comedia pierden complejidad al momento de resignificar su sentido, entendiendo debajo de esa primera capa que pretende hacernos reír existe una presunción por ir más allá de donde se ha llegado, contradiciendo el humor propio que Sacha Baron Cohen había construido en la grandiosa “Borat” que en su realización transmite una eficiencia que luego pierde en “Bruno”. O como se explica mejor en un mismo diálogo: bajo cada hedionda capa de cebolla se esconden otras diez capas más de cebolla igual de hediondas.

“El Dictador” es sólo un paso más en ese círculo vicioso norteamericano donde todo debe ser más grande y más fuerte, llevando al extremo recursos que a la larga son contraproducentes con los códigos propios del humor buscado. Lo que en algún momento nos conquistó con las parodias de late shows de Ali G, hoy se convierte en un intento de reencantamiento con esa juventud que en un principio nos sorprendió, y que como todo nos presentó el desafió inicial de cuestionar nuestra sociedad. Ese segundo paso, el que debemos tomar nosotros hoy fue reemplazado por un intento por llevarlo a una escala del Hollywood en mayúscula donde lógicamente pierde su esencia.

Sacha Baron Cohen protagoniza una comedia en la que el ridículo y la irreverencia no se jactan del mundo sino que de sí mismos.

©Por Ignacio H

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1 Comment

  • chuata, solo como para esperarla en tardes de cine; pero como la cosa es distraerse mientras la neurona descansa, le daremos una oportunidad en el cine por el estúpido trailer que me gustó

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