Crítica de “El gato con botas: el último deseo”
El Gato con Botas (Puss in Boots, su nombre original), fue un personaje secundario que apareció en “Shrek 2” (2004) y que tuvo un éxito absoluto al transformarse en el antagónico de “Burro”, el mejor amigo de Shrek. Fue tal el éxito del pequeño felino que las hace de paladín de la justicia al estilo de “El Zorro”, que tuvo su primera película en solitario en el 2011, la que se tituló de forma homónima. Hoy, once años después, aparece su secuela, que promete entretener a grandes y chicos.
El Gato con Botas se lo pasa en grande. En su pueblo natal hacen fila para verlo, cantarle y demostrarle todo el cariño y agradecimiento que le tienen por mantener al mal fuera de sus fronteras. El gato come y bebe como si el mundo se fuera a acabar. Y es durante una de estas peleas que tiene con malhechores, donde cae una pesada carga sobre él. Al despertar, se encuentra en una especie de limbo, en donde se da cuenta que ya ha perdido ocho de sus nueve vidas, por lo que de aquí en más comenzará a vivir la única vida que le queda. ¿Es recomendable, entonces, que siga poniendo en riego su vida como héroe? ¿o es tiempo de colgar las botas?
Contar más ya sería spoiler, porque también hay un objetivo que lograr, un último deseo que cumplir. Pero eso es mejor no contarlo, para que sea una sorpresa.
Esta es una película animada para adultos. Claro, pueden verla los niños y se van a enternecer y reír de buena gana. Pero el público objetivo está definido en un ciento por ciento por la trama. Para entrar en contexto, si bien el significado de la muerte existe en la mayoría de las películas infantiles, generalmente tiene desenlaces rápidos y trata de hacer justicia a los acontecimientos del filme. Pero la muerte no necesariamente es… tangible. En este largometraje, la muerte no solamente está extraordinariamente personificada en un animal, sino que acompaña a nuestro protagonista por toda la película, infundiendo miedo en él y también en los espectadores. Esto es, por lejos, lo mejor logrado de la película, crear una “muerte” presente, que se comunica y que infunde miedo.
Como si de un cuento se tratara, la película hace efectivos crossovers con personajes de otros conocidos cuentos infantiles, lo que la transforma en un entretenido largometraje con muchos personajes, entretenidas persecuciones y una carrera en donde todo puede ser posible. Además, y como la mayoría de este tipo de películas nos tiene acostumbrados, tiene varios elementos y valores muy marcados que son tratados a lo largo del mismo, poniendo énfasis sobre el final: amistad, lealtad y amor. Cada uno de ellos se altera con su antagonista, que es por donde se navega durante los 102 minutos de duración.
Sin embargo, “miedo” es la palabra que domina este largometraje. Es la sensación de miedo la que mueve los hilos y la historia, de una manera sutil y efectivamente tratada. El miedo tiene rostro, el miedo paraliza al protagonista, y el miedo se ve en cada uno de los personajes. Si Lightyear (2022) fue “culpa”, El Gato con Botas 2 es “miedo”. Pero, esta vez, con un gran tratamiento, sin abusar ni causar pánico en los niños.
El personaje femenino, al igual que en la anterior entrega y en general en el cine de estas últimas dos décadas, es de carácter fuerte, de dominante personalidad y que doblega a nuestro personaje masculino en más de una oportunidad. Es la que tiene las mejores ideas y también la que pone la razón por sobre la pasión o la irracionalidad. Pero está llena de temores (¿miedos?) lo que descubre y ablanda a nuestra coprotagonista.
Varias voces dan vida a cada uno de los personajes, siendo los más conocidos Antonio Banderas, quien nuevamente es la voz tanto en inglés como en español de El Gato con Botas, además de también haber puesto la voz en cada una de las películas en donde ha aparecido el felino; Salma Hayek y Olivia Colman, también ponen sus voces en la versión original que es en inglés.
El tipo de animación también sorprende, ya que da un salto cualitativo con respecto a las primeras películas que vimos hace ya casi dos décadas. Es una explosión de colores, de imágenes con una resolución que impacta, el detalle del dibujo y la facilidad con que uno normaliza todo eso y se olvida que es animada. Eso sí, en las escenas de full acción, la animación cambia al estilo de imágenes más cortadas, parecido al stop motion pero sigue siendo animado.
Una gran producción audiovisual, una gran e inteligente historia, y muchas sensaciones, todo eso entrega esta segunda parte de una película acerca de un gato arrogante que siempre se sale con la suya… ¿o no? Recomendable para toda la familia, sin excepciones.
Por Daniel Bernal