Crítica de cine: “El Príncipe”
Llegamos a un punto en que el cine lo podemos dividir no solo por género si no que también por lo que estamos o no acostumbrados a ver, algo así como cine convencional y no convencional. Pero ¿qué es lo convencional como para hacer esa diferencia? Imagino que de todas las películas que uno ve en la vida se van haciendo constantes ciertas líneas y formas, ni siquiera diálogos, pero sí la manera y los cuadros que nos muestra una cinta. Tanto cuando el metraje se sale de eso, como nos damos cuenta de que vimos algo diferente, y que irremediablemente nos puede dejar un sabor dulce o agraz, de seguro que no es convencional.
“El Príncipe”, de Sebastián Muñoz Costa del Río, no es convencional.
Ambientada en la década de 1970, un joven muchacho llamado Jaime (Juan Carlos Maldonado), comete un crimen por lo que es llevado a prisión. En la celda que debe habitar durante sus años de presidio, conviven cuatro homosexuales, en donde sobresale el líder de ellos apodado “El Potro” (Alfredo Castro) quienes reciben a Jaime para que sea uno más de ellos. De inmediato despierta el interés de “El Potro” en desmedro de uno de los muchachos quien es expulsado de la celda. Comienza, entonces, un devenir de situaciones, en donde Jaime debe acostumbrarse a la idea del presidio, lidiar con sus compañeros de celda, descubrir su identidad sexual, y crecer dentro de un submundo de cuatro paredes en que muchas cosas pueden ocurrir.
Con guion de Luis Barrales, esta es la ópera prima del joven director ya mencionado, quien tiene el mérito de hacer una película muy bien filmada, con una buena fotografía ya que respeta las sombras y la oscuridad propia del lugar. Las secuencias, la narrativa, los ángulos, todo está cuidadosamente tratado y aplicado.
Conforme avanza la historia, se van alternando secuencias que explican el por qué Jaime llega a prisión, el motivo por el cual le quita la vida a uno de sus pocos amigos. En ese sentido ambas historias, presente y pasado, van convergiendo en paralelo y siempre hacia arriba, en una vorágine de nuevas experiencias y situaciones. Mientras en la cárcel ya se va a haciendo un nombre y por lo tanto gana respeto, en la secuencia paralela somos testigos de un profundo salto al vacío del cual ya conocemos el desenlace.
¿Por qué no es convencional? Porque, y aquí hablo en primera persona, a menos que sea una película pornográfica, no había tenido la ocasión de ver situaciones homosexuales tan explícitas en pantalla. Muchas de las secuencias sí aportan tanto a la narrativa, a la descripción de personajes, y a cruentas situaciones entre reos, pero hay otras varias que son totalmente innecesarias y que supongo solo sugieren capricho del director. Incómodas y excesivas, minutos más. Quiero mencionar que la escena de la violación en “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002) es tan incómoda que mucha gente salió de la sala, pero la secuencia sí era necesaria para la continuidad de la película y, a todas luces, menos explícita. Pongo este ejemplo, y podríamos pasarnos decenas de páginas más, solo para indicar que no siempre el exceso es lo único que puede causar sensaciones en la audiencia. A veces, con solo sugerir puede quedar perfecto.
La banda sonora es otro de los puntos altos. Ángela Acuña es la encargada de llevar a cabo las canciones del largometraje, en donde también aparece Gabriel Cañas cantando durante los primeros minutos.
Como mencioné anteriormente, “El Príncipe” gana porque tiene una muy buena técnica, la que me dejó gratamente sorprendido. Muy bien en todo aspecto técnico, todo bien cuidado y ejecutado.
Escrito por: ©Daniel Bernal
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