Crítica de Cine: “Cabros de Mierda”
En el Chile de Pinochet, inmersa en una comuna limitada de recursos y en donde el deseo de responder con una revolución popular era más grande que el propio hambre de víveres, habita Gladys (Nathalia Aragonese), también conocida en su círculo protestante como “La Francesita”. Vive junto a su madre, abuela y sobrinos. Tal como estaba previsto, a su casa llega Samuel Thompson (Daniel Contesse), un predicador de la palabra de Dios que viene de Estados Unidos, de esos que andan de pantalón negro y camisa blanca. Sin haberlo premeditado, Thompson de a poco comienza a participar de las escaramuzas nocturnas del grupo revolucionario, escribiendo consignas contra la dictadura, filmando y pegando afiches alusivos también. Pero el atrevimiento no sale gratis, y eso lo sabe “La Francesita”.
Su director es Gonzalo Justiniano, quien desde 1984 es, aparte de director, guionista y productor, y ha tenido puntos altísimos en su carrera como “Sussi” (1988), “Caluga o Menta” (1990) y “B-Happy” (2003), entre otras. Si bien había tocado anteriormente el tema de la dictadura militar de 1973 en forma más tangencial, en esta película la alusión es directa, recreando un Chile no conocido por todos (o quizás no se quería ver) pero que sí existió y, si me apuran un poco, me atrevo a decir que aún existe. En los lugares más pobres de Santiago y de regiones es donde se alzaba la mayor cantidad de hombres y mujeres que necesitaban responder a las matanzas a destajo, a vista y paciencia de los propios ciudadanos, que cometía el régimen del terror. Así, son muchas las imágenes conocidas por todos de como se vestían los agentes de la CNI, en los autos que se movilizaban, cómo intervenían las poblaciones, y tantas cosas más.
Los personajes son sacados del arquetipo de las personas de la época, gente humilde en donde lamentablemente “pagaban justos por pecadores”, ese estigma tan conocido hasta nuestros días que aparece en el momento en que una persona menciona el lugar en donde vive. Y ese es el fuerte de Justiniano, de retratar en las personas a ese Chile setentero, de tanto grito, abuso y sangre.
Las historias paralelas al hilo conductor, como las vivencias del Vladi (Elías Collado), no hacen más que ahondar la vena sensible de lo que allí se sufría, historias sordas y ciegas que ocurrieron con toda impunidad delante de nuestras narices. Y esas historias están ahí, en la población, en su gente, en los niños y en los ancianos.
Justiniano filma con parsimonia y sin apuros, deja que la cámara muestre como la historia se cuenta sola, como agrede con su violencia y como altera al espectador. Nuevamente nos encontramos entre la justicia y la injusticia, lo que está bien y lo que no, entre el cómo debería haber sido y el como fue finalmente. Mal, por supuesto.
Para mí es la mejor película de Justiniano. Buena fotografía, gran historia y excelentes actuaciones. Si lo único malo es el nombre de mierda para una gran película (en todo caso durante el filme se entiende por qué el título).
Desgarradora pero extremadamente realista, recomiendo esta película como uno de los puntos altos de la cinematografía nacional.
Escrito por: ©Daniel Bernal
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