Crítica a “Loca Alegría”: Superficialidad profunda
Sí, ya sé que el título oxímoron de esta crítica es lo más pretencioso y siútico que he hecho en mi vida, y eso ya es decir mucho, tratándose de mí. Pero es así. “Loca Alegría”, de Paolo Virzi (La Prima Cosa Bella), es una película que puede ser entendida como dos chicas salvajes que salen a divertirse por la ciudad, o un amargo retrato sobre lo que cuesta encajar y el dolor de una persona con una enfermedad mental que la mantienen al filo de poder desenvolverse en la sociedad o tener que estar encerradas. ¿De qué manera podemos definir quién está loco, quién puede participar de la vida con conjunto y quién no?
Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi) está internada en una clínica psiquiátrica e incluso ahí no encaja y es conflictiva. Ahí conoce a Donatella (Micaela Ramazzotti), otra interna con nombre de tortuga ninja, y ambas se sentirán identificadas a la vez que repelidas por la personalidad tan distinta de cada una, pero como Beatrice y Donatella guardan dolores personales y pecados privados que hacen que empiecen a sentir empatía la una con la otra.
Las dos aprovechan una negligencia de la clínica para escapar, y aunque al principio no sabemos los motivos por los que estuvieron internadas, poco a poco se va deshilvanando la historia de ambas para atrás, y lo que parecía ser una Atrapado sin Salida” que supera el test de Bechdel termina siendo una conmovedora historia con elementos de comedia, tragedia y drama.
Algunas escenas de la película son livianas, otras son sumamente perturbadoras y desgarradoras. La personalidad de Beatrice es completamente superficial y frívola, y la de Donatella es amargada, reprimida y muy autodestructiva. Estos ingredientes se conjugan en una buena historia que no retrata a los pacientes psiquiátricos como caricaturas, como muchas películas cuya fuente de información de psicología pareció ser los locos de Condorito. No, acá la historia se preocupa de tener respaldos sólidos sobre trastornos como depresión crónica, esquizofrenia o bipolaridad, tanto así que hasta se mencionan los medicamentos que toma cada paciente. El trabajo de documentación es impecable y eso vuelve la historia más creíble.
Eso sí, hay algunas escenas muy deus ex machina, o con poca credibilidad respecto a las conductas de las dos protagonistas, ya que nadie parece detenerlas realmente, algo parecido a lo que ocurre por ejemplo con “Harold and Maude”. Es decir, en la vida real una persona que quebranta las reglas de esa manera habría sido detenida desde el principio. Pero bueno, supongo que no era la intención de la historia ser tan realista, sino mostrarnos a los personajes como avasalladores, disruptivos y absolutamente antisociales, ante un grupo de familiares y transeúntes estupefactos que no pueden creer lo que este par de locas está haciendo.
Pese a estos fallos, es una película conmovedora que indaga sobre lo terrible que puede ser tener algún trastorno emocional o psicológico y no sentir que perteneces, que incluso tu familia comience a verte como un extraño, y que siempre somos responsables de nuestras acciones, pero cuando se sufre una condición médica de este tipo es difícil determinar el grado de culpabilidad que tiene alguien, sobre todo cuando es familiar tuyo. El robo, la infidelidad, la mentira, la promiscuidad, la violencia y hasta el intento de homicidio siempre serán cosas por las que tenemos que responder, pero es preciso ser empáticos y no juzgar a la ligera, pues uno nunca podrá saber lo que implica vivir permanentemente en esos difíciles zapatos. Las protagonistas son constantemente juzgadas por todos, y es por eso que encuentran consuelo y comprensión entre ellas.
Hay muchos motivos para ver esta película: los personajes profundos y superficiales, la historia, la buenísima dirección, y los paisajes tanto urbanos como rurales, que visualmente son el escenario ideal para el filme.
Por Felipe Tapia, el crítico que se ve sexy transpirado