“Poder que mata”: comentario de cine

Valerie Plame (Naomi Watts) es una trabajadora e inteligente agente encubierta dela CIA que trabaja investigando el posible armamento nuclear de Irak después de los atentados del 11 de septiembre. No debemos olvidar que este fue el gran argumento que dio la administración Bush para invadir este país oriental, aunque al final todos supimos cuales fueron las verdaderas razones.  

Dentro de esta investigación, se le pide que recomiende a una persona para que vaya  investigar la posible venta de material atómico que Níger estaría haciendo a Saddam Hussein. Ella recomienda entonces a su esposo, Joe Wilson (Sean Penn) quien fuera embajador de Estados Unidos en ese país durante la administración Clinton. Después de hacer la misión encomendada y volver a su patria, Wilson entrega un completo informe en el que descarta completamente el tráfico de material nuclear entre Níger e Irak.

Mientras, Valerie y su equipo descubren que unos tubos de aluminio fabricados en China, que supuestamente adquirió  Irak para utilizarlos en armas atómicas, no son realmente utilizables para ese fin. Sin embargo, finalmente la Casa Blanca arguye exactamente lo contrario y con ello justifica la invasión a Irak.

Wilson, sabiendo la verdad, decide revelarla a través de una carta que envía al New York Times donde relata el trabajo que realizó en Níger, acusando al gobierno de mentir descaradamente para comenzar la guerra. Esto detonará que un alto funcionario revele la identidad de Valerie como agente encubierto, poniendo en riesgo su vida, la de su familia y acabando de paso con su carrera.

Esta es la Valerie Plame original. Detrás se ve la imagen de Naomi Watts encarnándola.

Basada en hechos reales, “Poder que mata” es nuevamente un gran ejemplo de cómo el cine norteamericano está lejos de nuestra realidad cinematográfica en su libertad de poder criticar abiertamente al poder. Porque en esta película se hacen fuertes acusaciones a políticos que hoy están vivos, y que al menos la justicia civil no ha condenado bajo ningún delito, como es el caso del ex presidente Bush y sus asesores cercanos. ¿Se imaginan ustedes aquí en Chile una película sobre un ex presidente chileno mostrado como corrupto, mentiroso, o al menos ineficiente? Imposible. Y es que en materia de libertad de expresión política al menos, Estados Unidos nos lleva años luz de ventaja. Bueno, sobre Pinochet y su gobierno se han algunas hecho cosas, pero en ese caso estamos hablando de un presidente reconocido internacionalmente por sus violaciones a los derechos humanos. Con esto no estoy haciendo una apología al cine panfletario, sino más bien, reconociendo en el cine una extraordinaria forma de expresión, lo que lo convierte finalmente (además de otras cosas claro está) en una forma de arte.

Ahora, en términos de la estructura dramática y de cómo está contada la historia, “Poder que mata” no es un gran aporte al género. Es la típica historia de una persona (en esta caso una pareja) que debe luchar contra la enorme maquinaria del poder político norteamericano, y cuya principal y única arma es tener la verdad de su lado. Películas a las que además se les suele agregar (lamentablemente) el típico discurso pro estadounidense, y no soterradamente sino dicho con todas su letras. Un patriotismo cursi que al parecer a los norteamericanos les encanta, pero que me atrevería asegurar, al resto del mundo le cae mal.

El filme es similar en su relato a otras películas como “La intérprete”, también protagonizada por Sean Penn o algunas de la saga del agente Jack Ryan, como la excelente “Juego de patriotas”, aunque con mucho menos acción. Dicho de otra forma, “Poder que mata” es una buena película, bien contada, interesante porque es una historia verídica, pero bien poco original.       

Por Juan Carlos Berner.

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