“La mano” El roce: placer, elegancia, desamor y enfermedad

“¿Aún recuerdas cómo nos conocimos? ¿Y recuerdas mi mano?” ¿Qué se esconde tras lo alegórico-aparente del relato de Wong Kar Wai? Nos encontramos frente un texto subyacente y simbólico –Popp- al interior de Eros; nos situamos siempre en el interior del relato, del argumento, de las habitaciones y de los interiores de nuestra intensidad hecha sensualidad en la imagen.

El sentido de la trayectoria del texto, se hace consecuente a su vez, en relación al relato implícito del subtexto: una mirada imprecisa y desnuda, cara al infortunio del amor carente en su consumación. Un desamor desesperado por la fragilidad cuando las lágrimas caen en secuencias de cámara lenta, todo esto, con la inmutable y clásica continuidad de la banda sonora (la expresión de Xiao Zhang [Chang Chen] al ser masturbado por la mano de la elegante prostituta; la Srta. Hua [Gong Li], observándose decadentemente en el espejo, mientras su mano rosa lentamente el cabello sobre su rostro).

La intensidad de los gestos y la belleza de las imágenes que no precisan de mayor argumento, con diálogos no prominentes e innecesarios, junto a personajes más bien cautelosos y solitarios, hacen de los elementos simbólicos del filme, una obra atiborrada en su austeridad, transformando los expresivos ambientes otorgados bajo las miradas, las voces en off, los gestos y los expresivos ambientes, un texto congruente con su propio relato; mas no su estética con su dramático argumento.

Es así como se afirma en La mano, la clara preocupación de Wong Kar Wai en la articulación de los signos, más que en el contenido temático. Se libera del encasillamiento y de las exigencias del cine de autor, pues, debido a su estilística, el director se nos presenta más bien como generador de imágenes mentales en nosotros, sus sórdidos espectadores; sórdidos y desesperados espectadores expectantes de un desnudo, de una palabra.

Nos encontramos ante La mano intentando buscar literalidad y visibilidad, nos encontramos con sutiles gestos y escuetos diálogos, los cuales hacen del filme, una obra de arte en cuanto a elegancia y austeridad.

Ante lo no visto, nos convertimos en espectadores de lo oculto. Nos imbuye en una especie de realismo fenomenológico, en donde lo real, aparece como representación de sus apariencias en una construcción de un mundo paralelo al de la sofisticada meretriz y el aprendiz de sastre, enamorado desde el primer gemido de ésta con otro hombre, desde el primer roce onanista -de sugerente intensidad- de la mano de la Srta. Hua hacia el “primerizo” Xiao Zhang, en donde se nos muestra el punto de vista del primerizo en imagen lenta y semi-subjetiva hacia la elegante prostituta.

Y es que pareciera que lo que observamos (y en este sentido tomamos el lugar de Xiao Zhang), fuese la construcción de un mundo paralelo, entregándosenos con una mirada más profunda y como si todo lo viésemos por vez primera y exento de toda manipulación.

En La mano se plantea en definitiva, un problema del montaje, como creador de realidades y de sentido.

El fuera de campo en el que los personajes se encuentran aislados le otorgan al filme, toda una estilística cargada de sentido. Mediante este tipo de encuadre –en la opción plano/contracampo, y como huella en la escritura de sus obras en general, pareciese que Wong Kar Wai intenta mostrarnos las abismales diferencias entre la prostituta de lujo y el inocente aprendiz y, por ende, la tensión que se produce entre ambos en toda escena de encuentros y rechazos (el momento en que la conoce, las veces reiteradas en que la visita y la consecuente resistencia por parte de ella, la última visita esperanzadora de Xiao Zhang al momento en que la enfermedad que aqueja a la Srta. Hua la tiene en su lecho de muerte, sola, abandonada pero no menos dramáticamente sensual).

Este atractivo –según Metz- que se nos presenta en las significaciones del cine moderno, nos transmite la riqueza de la imagen.                                                                                 

En La mano, estos signos adquieren un carácter más poético, una especie de “sonoridad del texto”, en donde los acontecimientos entre los personajes, se encadenan en imágenes portadoras de “sensaciones”.

Las imágenes, más que presentársenos, se nos “representan”. Y es precisamente, lo que Wong Kar Wai nos entrega, una transmisión asimilada más a la vida, a la realidad, bajo los encantamientos del diálogo y de las “actuaciones” de los personajes; una composición “descentrada”, aparentemente con mucha naturalidad y sin mayor preocupación estilística en los detalles, sin embargo, un relato minucioso, en donde sólo varían los lugares comunes de la narración; nos encontramos con una cierta “narratividad” característica del cine moderno. Y, pese a que el director desdramatiza la obra, nosotros libremente como espectadores, nos encargamos de dramatizar y enfatizar ciertas escenas (la mano de Xiao Zhang, toca lenta y apasionadamente el interior vacío del vestido de la Srta. Hua).

En este sentido, el realismo cae ante nuestros ojos, ante el roce lascivo, inocente, intenso y sutil de la Srta. Hua hacia Xiao Zhang en su primer encuentro, y luego en éste en el sutil gesto de tomar sus medidas; la medida de la mano en el cuerpo, la mirada piadosa, tímida y hasta temerosa del aprendiz; el roce de una mano con otra, con la piel, con la tela, la mirada del desnudo inexistente; la mirada de una espera interminable del desamor, es una permanente relación de distancia-cercanía frente a la cámara y al personaje; un lejano encuentro inolvidable: “De no haber sido por su mano, no me habría hecho sastre”.

Wong Kar Wai, a través de trozos y fragmentos del montaje y con sucesiones de proliferados planos, logra unir elípticamente la imagen, formando un sentido con el todo.

Con la utilización de planos fijos (fachada del Hotel Palace –junto a la profusa lluvia-, la escalera del mismo –que nos hablan de un ir y venir repleto de emociones, de actos no consumados y de placeres “acabados” como parte de ciertas regularidades que se repiten en el filme-, los decorados florales de la sala-comedor en la que espera a la Srta. Hua, las llamadas telefónicas-), de elipsis en el tiempo diegético y sus saltos en el mismo en narración analéptica (flashback al comienzo del filme, en donde la fina meretriz hace recordar a Xiao Zhang el cómo se conocieron y sus consecuentes secuencias por episodio, encontrándose una división elíptica entre cada plano); hacen de este dramático y pasional mediometraje, una creación espacio-tiempo narrativo, inserto en el elemento técnico baziniano de la profundidad de campo -en toda escena donde la prostituta y el aprendiz dirigen su mirada el uno al otro, en una sustitución de la mirada hacia lo observado-; inserto en una temporalidad en donde la magnificencia de los años pasa como las flores, repleto de aproximaciones y de miradas que desaparecen con el correr del tiempo; un roce enmascarado por la desesperación de una vida llena de fragilidad y silencio, de placer, desamor y enfermedad.

Por Cynthia Pedrero Paredes


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1 Comment

  • Una maravilla de mediometraje…y un muy inspirador ensayo has escrito Cynthia. Saludos. Bufona

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