“Gigantes de acero”: comentario de cine
Soy exigente, por eso nunca he podido simpatizar con la justificación barata del tipo “La película cumple con entretener”. Una frase que encaja totalmente con la nueva película protagonizada por Hugh “Wolverine” Jackman. Imagínense si fusionáramos Rocky IV con Transformers, para que se hagan una idea. No, no los estoy tratando de asustar. Pero en la película hay una serie de tópicos- por no decir clichés- más que reconocibles.
Estamos en un futuro no muy distante, donde los boxeadores han sido obligados a colgar los guantes para ser reemplazados por robots púgiles que suplen de manera más eficaz la sed de violencia de un espectador que podemos asociar con la típica basura banca norteamericana apostadora y fanática de los espectáculos de violencia como boxeo o autos chocadores. Ya tenemos el primer tópico: El temor del hombre a ser reemplazado por máquinas más eficientes en capacidad.
Charlie Kenton es uno de esos boxeadores frustrados que se ve obligado a ganarse la vida con el boxeo de robots, pero no le va nada bien. Debe dinero y se codea con lo peor del hampa del mundo de las apuestas. Su única amiga es Evangeline Lilly, que se hizo famosa por el personaje de Kate de “Lost” y a la que, pese a ser bastante guapa, unas cazuelas le vendrían de maravilla, opina su servidor. En circunstancias que no explicaré acá, porque es irrelevante, Charlie obtiene la custodia temporal de un hijo que no desea mantener, pero por dinero, acepta cuidarlo un tiempo. De acá podemos inferir dos tópicos más: El típico conflicto de dos personas que no se llevan bien y que están obligadas a convivir pero que terminarán llevándose bien y apreciándose; y la promesa de que Charlie, como todo antihéroe hollywoodense, no es tan malo como parece a simple vista, y bajo ese aspecto de tipo rudo y egoísta hay un padre amoroso.
Tras un par de intentos fallidos por abrirse paso en el mundo de las luchas profesionales de robots, Max, el hijo de Charlie, recoge de la basura un modelo antiguo y maltratado de robot, e intentará entrenarlo para que luche con los mejores, ante las lapidarias e incrédulas miradas de todo el que lo conozca, pues es un suicidio participar con ese montón de chatarra. Lo que nos lleva al tópico siguiente: El típico conflicto David y Goliat, el que tiene todas las de perder está destinado a vencer al que tiene todas las ventajas: tamaño, tecnología, actualización, etc. Recuerda bastante a la mítica escena de Rocky entrenando de manera rústica en las montañas de Rusia, mientras el ciclópeo Ivan Drago se preparaba con lo último en tecnología de gimnasio.
El siguiente tópico es el más obvio: quien tiene fe en el atrasado modelo de robot es Max, el niño, y su fe y conocimientos de videojugador (La brecha tecnológica generacional) sumado a las habilidades pugilísticas de su padre le otorgan un plus a su robot de que carecen sus actualizados oponentes: el instinto a falta de poder, la capacidad de aprender frente a la tecnología. A todo esto hay que agregarle que en este tipo de historias, uno tiende a simpatizar con el que surge de abajo, con las mínimas ventajas, y no con el ganador absoluto e indiscutible, que en este caso es el modernísimo robot Zeus.
Esta clase de películas parece realizada con una fórmula matemática o un programa de computador que repite estos tópicos y les cambia el nombre a los personajes. Uno sabe lo que va a pasar antes de que pase. Uno sabe que cuando Charlie y Max se están llevando bien, algo pasará que deshará su relación y se peleen. Pero anticipadamente sabemos que esa pelea no durará mucho y que los protagonistas se preparan para una emotiva y empalagosa reconciliación para ir por el gran título en las grandes ligas del torneo de boxeo de robots.
Pese a todo esto, la historia cuenta con un reparto aceptable y bien logrado. Una de las actuaciones más destacadas es la del villano, un malacatoso metido en negocios turbios interpretado por Kevin Durand, cuya sonrisa dientona ya nos demostró que este tipo nació para ser un villano en Lost, pero de esos villanos que merecen ser vencidos, de esos que cuando reciben su merecido uno se alegra. Bueno, de todas maneras sabíamos desde el principio que ese sería su destino. Las interpretaciones de los unidimensionales personajes de Jackman y Lilly son también bastante buenas, pero no espere que le saque ni una lágrima.
El concepto de hombre vs. Máquina pudo haber sido trabajado con una idea más original, hay que decirlo. Personalmente no me gustas las excusas del tipo “Esta es una película para pasar un buen rato con la familia, nada más”. Si quieres acción robótica, cómprate un videojuego. Recomendable solo para los que no les molesta no sorprenderse y adivinar toda la trama los primeros 15 minutos de película.
Por El genial Felipe Tapia.