Crítica de cine: “No soy Lorena”. Kafka a la chilena
¿A quién no le ha pasado que lo llaman al teléfono por error no una, sino veinte veces? Y claro, como uno es educado, sabe que no es culpa de quién lo llama, sino de un sistema en el que obviamente pueden haber errores. A Olivia (Loreto Aravena) de “No soy Lorena”, le pasa algo parecido, pero elevado al cubo.
La película recuerda bastante a las novelas de Kafka, “El Proceso” y “El Castillo” en las que un protagonista debe enfrentarse a un aparato burocrático inhumano y sin cara, a una burocracia incoherente y absurda, a la que intenta dar sentido sin resultados satisfactorios. Junto con esto, Olivia debe lidiar con una vida caótica en la que lo sentimental y lo laboral se mezclan, pues ensaya una obra de teatro con un director que fue su ex pareja, mientras un compañero de trabajo intenta seducirla.
Asimismo, su madre padece Alzheimer, y debe hacerse cargo de los gastos de ella, en un conflicto bastante arquetípico que recuerda a otros similares como del de “Gatos Viejos”. Junto con esto Olivia debe enfrentarse al repetitivo fantasma de una tal Lorena, convirtiendo un problema doméstico y cotidiano (A todos nos ha pasado, y no ha significado gran problema para nuestras vidas) en una pesadilla que amenaza con dejar en la ruina a la pobre protagonista, quien descubre que del error de Lorena hay poco de aleatorio, sino que se trata de una farsa orquestada.
Si bien en Kafka el poder es abstracto e impersonal, acá la amenaza tiene una cara y nombre: Lorena. Lo primero es desconocido, lo segundo acecha a cada momento a Olivia, quien hará por momentos las veces de detective para deshilvanar la red tejida en torno suyo. Pero como no quiero que se vayan pensando que esta es una película que chileniza la kafkidad solamente, es necesario decirles que el elemento nuevo que se introduce es la identidad como algo que a los ojos de la burocracia no importa, no existe. De hecho, a las demás personas les importa un comino que Olivia no sea Lorena, pues la primera es la que tiene que pagar por las deudas de la segunda, y punto. Podrían existir pruebas irrefutables del fraude o el error, pero la película es victoriosa al hacer una radiografía de la enajenación contemporánea, en la que el carné o la cuenta del gas son más importantes que la cara, el nombre o la identidad. Por eso no es casualidad que Olivia trabaje de actriz, interpretando el rol de una persona ficticia, alguien que no es ella.
Aunque el final es un poco abrupto y apurado, incluso para ser un final abierto, se trata sin duda de una cinta bien hecha, llamativa y que logra lo que se propone: convertir una situación cotidiana e inofensiva en algo sumamente molesto, intimidador y delirante.
Por Felipe Tapia, el critico sin aditivos ni transgénicos
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Hola, ¿eres Lorena?