Crítica de cine: “Lincoln”

LincolnPoster_jpg_630x640_q85La desmitificación del gran Abe

A finales de 1865 la guerra de secesión norteamericana está al borde del colapso. La paz es inminente. El país se encuentra destruido y las fuerzas del norte están logrando imponerse. Sin embargo, queda un asunto pendiente que de no encontrar una solución en el contexto del conflicto armado, quedará a merced del relativismo moral como un cáncer en la sociedad democrática estadounidense: la esclavitud. El presidente Lincoln (Daniel Day-Lewis) deberá elegir entre la presión popular por acabar la guerra a través del diálogo lo antes posible, o la presión personal de proponer y exigir la aprobación inmediata de una decimo tercer enmienda constitucional, aquella que garantice la ilegalidad de poseer a otro ser humano como un bien mueble. Para ello, deberá utilizar toda su determinación, argumentos, astucia, lobby, en una carrera contra el tiempo para convencer a congresistas demócratas y republicanos de hacer lo correcto, antes que la paz disipe y reduzca toda discusión valórica en un mero detalle económico.

Es un gran dilema lo que plantea la película Lincoln. ¿Terminar con la guerra o terminar con la esclavitud? ¿Terminar antes de lo pensado un conflicto sangriento y evitar inmediatamente que miles de personas mueran o zanjar el conflicto que dio inicio a todo y evitar que millones de seres humanos sean torturados en el futuro? Es curioso como toda esta mecánica política mantiene un sentido de cercanía, incluso en nuestra historia. La política es el arte de negociar y transigir. Es la habilidad de sentar bases razonables que eviten el caos futuro. No es un chiste o algo con lo que se pueda improvisar. La política en ese sentido no es algo terrible, dañino o inmoral. Bien utilizada es una fuerza poderosa capaz de generar cambios importantes en beneficio de la gente. Lo podrido en realidad son los políticos. Los seres humanos imperfectos quienes trabajan según el bien común o sus propios intereses, el bando de los buenos o el bando de las sabandijas. Y en 1865, esos seres pululaban por un Capitolio blanco radiante tratando de satisfacer sus propios intereses. Y entremedio, el mito del gran Abe, incorruptible, alto, barbón, ordinario y querible.

Pues bien, el guionista Tony Kushner adaptó parte del Best Seller de Doris Kearns Goodwin “Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln”, en busca de un aspecto más humano, directo y desmitificado de este “gran Abe”. El resto fue enjundia dramática lista para que Spielberg nadara a sus anchas y se luciera en lo que mejor sabe hacer: contar historias potentes de familias disfuncionales en contextos extraordinarios.

Y acá va la otra parte mezclada de la historia. Abraham Lincoln es un padre y marido ausente, que sufre no sólo por la responsabilidad de ser el décimo sexto presidente de los Estados Unidos, sino por las vicisitudes de una guerra que amenaza con quitarle a Robert (Joseph Gordon-Levitt) el mayor de sus hijos. Él quiere ir a pelear pese a no tener más necesidad que la de su amor propio, debido a su estatus de licenciado en Harvard e hijo del presidente. Para Abraham, pero sobretodo para su neurasténica esposa Mary (Sally Field), la posibilidad de que Robert se enliste es insoportable. Dos de sus pequeños hijos ya han muerto por enfermedad y el pequeño Tad (Gulliver McGrath) es el único que vive con ellos, pululando por los pasillos de una atiborrada Casa Blanca.

La complejidad del guión fue cosa seria durante la preproducción de esta película. El primer borrador llegó a tener cerca de 500 páginas, siendo 70 de ellas destinadas a la discusión de la enmienda de la discordia. Fue un trabajo arduo basado en un material de primer nivel y que garantizó la solidez para su realización. Sin embargo, la interpretación y dirección de Spielberg mezcla estos dos grandes aspectos de la historia de un modo algo irregular. Hace que escenas de la intimidad familiar o de solitaria reflexión sean construidas cuidadosa y poéticamente, iluminadas con el clásico y a estas alturas predecible contraluz de Janusz Kaminski, para luego saltar de improviso a escenas cargadas de diálogo técnico explicativo, de una forma ya no tan poética sino mas bien funcional, dándole a la película un ritmo un poco cojo.

Pero ya que es Spielberg, la entretención es un valor intrínseco, y es por eso que no se extrañan momentos anecdóticos cargados de humor irónico, sobretodo a cargo del equipo de lobistas, liderados por W.N. Bilbo (James Spader), decididos a robar votos para la decimo tercer enmienda. Ese tono de comedia Spielbergiana que apura el relato bucólico del presidente o las (derechamente) aburridas sesiones argumentativas sobre qué es correcto y qué no, es comandada por la característica inocencia de los patéticos prejuicios ideológicos, que lamentablemente aún no se han extinguidos en nuestros días. De ese modo, personajes de comedia son algunos políticos que creen que “un negro no es un ser humano”, o aquellos que de tan indecisos no saben ni siquiera como van a votar. De cualquier manera, el guión deja a los demócratas de la época como alimañas corruptas y a los republicanos como verdaderos héroes, pese a que la percepción de lo que ocurre actualmente es completamente opuesta.

Obviamente, en Lincoln las anécdotas son sólo eso, pues lo que se privilegia es el drama, la discusión de fondo y el contexto de la guerra. Es interesante que en la película se haya decidido retratar la figura de Lincoln sin caer en los lugares comunes de las películas biográficas, permitiendo que seamos testigos de su actuar en momentos clave tanto de la historia universal como de su historia personal.

Sobre el aspecto técnico-artístico de la película no hay absolutamente nada negativo que decir. Las actuaciones son excelentes. El arte es de primera. Las escenas de destrucción están brillantemente recreadas, tanto como en películas anteriores de Spielberg, como “Rescatando al soldado Ryan”, pero algo menos sanguinarias, pues la mayor parte de la historia acontece alejado del campo de batalla. Por otro lado, la música de John Williams es la clásica, aunque es inevitable sentir una especie de un auto-plagio. Williams está cada día más lejos su época de gloria.

En fin, sus doce nominaciones al Oscar pueden estar más que merecidas. Sin embargo, algo ocurre con la película, y es que es difícil de dimensionar. Su temática, su mensaje y su postura es clara y universal. Pero la figura de Abraham Lincoln es para nosotros, los no-estadounidenses, una imagen lejana. Ahora, gracias a este retrato cinematográfico, ya no es un mito sino una valiosa figura histórica, pero no una figura que nos pertenezca. Creo que esa brecha es la que me permite sugerir sin culpa una leve dosis de sobrevaloración por parte de la crítica norteamericana, que ha ensalzado a esta película como una de las mejores de Steven Spielberg, pero que honestamente no creo que lo sea. Es buena, pero no creo que sea una obra maestra.

©Por Hugo Díaz

Dirección: Steven Spielberg
Guión: Tony Kushner
Elenco: Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook, Tommy Lee Jones, Gulliver McGrath
EEUU, 2012, 153 minutos, Todo espectador

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