Crítica de cine: “La mujer de Iván”
Si amas algo, secuéstralo. Si no se te arranca, es tuyo; si lo hace, te vas a ir preso por degenerado.
Muchas veces me han etiquetado de chaquetero por no apoyar el producto chileno. Y es que existe la manía de apoyar lo chileno por ser chileno, de enorgullecernos de la misma forma en la que hay que hacerlo cuando Chile gana un partido. Como resultado, tenemos una vara muy baja que oscila entre la comedia facilona, el panfleto político y la hormonalidad adolescente, dejando muy poco espacio para el cine de género. Quizá deberíamos ver menos películas chilenas y más películas buenas.
Luego de haber sido exhibida exitosamente en India, la película dirigida por Francisca Silva llegará a la pantalla grande de nuestro país, desarrollando una historia que si bien tiene precedentes, como “El Coleccionista”, lo hace con un sello distintivo innegable y muy bien realizado. Existe una máxima que reza así: “Ya se han hecho todas las historias, así que si vas a contar una hazlo bien.” No sé si estar de acuerdo o no con esa frase, pero sin duda que “La Mujer de Iván” sí lo logró. Si bien la mayoría de las películas de secuestro indagan en el secuestro mismo, esta historia profundiza los lados emocionales de la niña y el delincuente, y es, básicamente, una historia de amor desamor, neurosis e inseguridades. Si van a rescatar a la niña (Como en “Dónde está Elisa”) o si el secuestrador tuvo una infancia dura o no, acá no es tema.
Iván (Marcelo Alonso) tiene encerrada a Natalia (María de los Ángeles García), una menor de edad que secuestró, en su casa. El secuestrador, además de los mecanismos clásicos para disuadirla de escapar, cuenta con variadas herramientas de manipulación psicológica y emocional en la joven, que está en plena explosión hormonal y descubriendo su transformación de niña a mujer, lo que la hace desarrollar una especie de Síndrome de Estocolmo.
Si bien el abuso a menores y el secuestro ha sido tema recurrente en el cine, “La Mujer de Iván” indaga más en las relaciones interpersonales de la pareja, ya que en la película eso es lo que son ambos: una pareja. Temas tabú como la sexualidad son repasados sin tapujos ni mojigaterías, ofreciéndonos un retrato minucioso y bastante realista de lo que le sucede dentro de la cabeza tanto a un secuestrador como a una secuestrada.
En la película impera un silencio que es ultra comunicativo, la casa emite un aura emocional cargadísima, las miradas comunican tanto como las escasas palabras y la ausencia casi total de música enriquece la atmósfera y el suspenso, de una manera parecida a la película Amor, que al igual que esta, transcurre casi todo el tiempo en un departamento con dos personas, que bastan y sobran para contar una historia profunda y emotiva.
Iván y Natalia a veces son secuestrador y secuestradora, padre e hija, profesor y alumna, marido y mujer, o amantes. Las distintas dinámicas pugnan durante toda la historia, y las dinámicas con las que se relacionan, manipulan y culpan no son únicamente un retrato del mundo de los secuestros, sino de cualquier pareja insertada en una sociedad como la actual, en la que se nos han asignado culturalmente distintos roles de poder. Si bien se ha avanzado innegablemente en materias de género, los hombres aún no hemos abandonado totalmente la etiqueta patriarcal, y seguimos empeñados en brindar protección física, sustento económico y muchas veces mostrando una fingida seguridad masculina. Las actitudes de los dos protagonistas no son exclusivas de secuestrador y secuestradora, sino del animal humano en su totalidad.
Estamos frente a una buena película, y no porque sea chilena, que confirma que una historia sórdida puede ser cautivadora e interesante sin necesidad de lenguaje soez o violencia extrema, que es posible el suspenso sin sustos detrás de la puerta, y que respecto a la profundidad de los diálogos y los personajes, la calidad está muy por sobre la cantidad. Si su sensibilidad le permite ver escenas sórdidas y temas tabú, esta es una película muy recomendable para ver.
Por Felipe Tapia, el crítico al que recurres en épocas de crisis espiritual.