Crítica de cine: “El buen amigo gigante”
Desde hace un tiempo había comenzado a sentir que Spielberg ya no era el mismo de los años 80, 90 y principios del 2000; aquel genio que nos maravilló con obras imprescindibles como “E.T.”, “Encuentros cercanos del tercer tipo”, “La lista de Schindler” o “Rescatando al soldado Ryan”, solo por mencionar algunas cintas de una filmografía extraordinaria como pocas.
Esto es porque recientemente nos entregó un par de títulos que, aunque siguen siendo muy buenas películas, no lograron penetrar en profundidad en el corazón del público, como es el caso de “Caballo de guerra” o “Lincoln”.
Con “El buen amigo gigante” por fin tenemos de regreso a Spielberg, aunque no en todo su esplendor y con algunos cambios muy sutiles, que denotan de alguna forma que ya es un hombre mayor, que empieza a ver la vida desde otra perspectiva.
La historia comienza con Sophie, una niña de unos diez años que vive en un orfanato en la Inglaterra de los años 80. La pequeña es una gran lectora, de mente inquieta y gran personalidad. Una noche, Sophie ve por la ventana a un gigante que camina sigilosa y ágilmente por las calles de Londres. El problema es que ella también lo ve, y para evitar que la niña le cuente a todo el mundo sobre la existencia del gigante, él decide llevársela a su hogar, muy lejos, en la tierra de los gigantes.
Una vez allí, la pequeña descubrirá que el gigante es un ser de un gran corazón pero muy solitario, y que además tiene un trabajo muy especial: recolectar sueños.
En “Puente de espías”, Steven Spielberg encontró a Mark Rylance, un actor tremendo, carismático, pero por sobre todo un intérprete que en “El buen amigo gigante” logra un personaje sumamente querible e inolvidable; muy bien realizado gracias a la tecnología de captura de movimiento, pero más importante aún, un gigante que transmite todos sus sentimientos a través de la cámara.
Lo que más llama la atención sin embargo, es que aquí el protagonista no es la pequeña Sophie sino el gigante, en lo que se pudiera interpretar como una proyección del mismo Steven Spielberg; un cazador de sueños que está hoy un poco solo dentro de la gran industria de Hollywood, que actualmente se dedica básicamente a hacer grandes películas de aventuras y superhéroes.
No hay que dejar de mencionar en todo caso la gran actuación de Ruby Barnhill, la pequeña Sophie, que hace su estreno en esta película.
En “El buen amigo gigante” hay mucho de aquella antigua magia de Spielberg, aunque igual se echan de menos algunos factores que hacen que esta cinta, a pesar de ser muy linda, no esté a la altura de “E.T.” u otras maravillas del realizador. Por ejemplo, que el conflicto de la cinta es un poco tibio, ya que el espectador nunca llega a temer realmente por la suerte de los protagonistas, o el hecho de que la amistad entre la niña y su gran amigo fluye demasiado fácilmente.
De esta forma, la historia de la película no es tan poderosa, sino que son sus dos protagonistas lo que hacen de este un filme entrañable; dos personajes sencillamente inolvidables y que sin duda quedarán para siempre en el corazón de los espectadores.
La película también tiene ese tono tan reconocible del autor de la novela original, el británico Roald Dahl, quien es también creador de “Charlie y la fábrica de chocolates” y “Matilda”. En este sentido, “El buen amigo gigante” es una cinta llena de cosas que no son muy lógicas (si uno trata de ser racional) pero que tienen un encanto muy original. Por ejemplo, las escenas donde aparece la reina de Inglaterra que son especialmente divertidas e inesperadas.
“El buen amigo gigante” está lejos de las mejores películas del gran Steven Spielberg, pero sin lugar a dudas aquí hay mucho de la magia que hizo tan famoso a este realizador, y a pesar de tener una historia un poco débil, sí al menos tiene dos protagonistas sencillamente maravillosos.
Por Juan Carlos Berner
En Twitter: @jcbernerl