Crítica de cine: “Cazafantasmas”
Tengo un problema.
Cuando supe que la nueva versión de “Los Cazafantasmas” iba a estar protagonizada por mujeres, me enojé, como la mayoría, claro. Luego revisé mis principios y creencias y reflexioné, cuestionándome hasta qué punto la maquinaria social me había lavado el cerebro, haciendo que la inversión de roles me produjera tanto resquemor. Luego lo pensé un poco mejor y decidí que no era el cambio de género lo que me molestaba, sino que usaran al cambio de género como caballito de batalla, usando la bandera de lo políticamente correcto para camuflar un guión endeble que aún no había visto, lo reconozco. Sumado al hecho de que la secretaria fuese Thor (Se llama Thor, no me jodan, el otro nombre es un alias) y que las protagonistas no encajaran en los cánones estéticos tradicionales, daba dos posibilidades: o era un ejercicio interesante que cuestionaba los códigos hollywoodenses, o simplemente buscaba ser políticamente correcto ex profeso, para capturar al target burgués progre que prefiere decir “niño” que “menor” o “etnia” que “raza”. Les juro que rogué porque fuera la primera alternativa. Fui con la mente abierta y un poco avergonzado, pero fui dispuesto a darle la oportunidad. Aún recuerdo cuando creí que “Los 80” iba a ser como “Los Venegas” pero nostálgico, y me tuve que tragar mis palabras. Fui a eso, dispuesto a que me callaran mi prejuiciosa y reaccionaria boca.
También reconozco que soy anti remakes de entrada, así que otro de mis vicios confesos es una veneración desmedida y conservadora a los clásicos, por los que quizá profeso un respeto psicopático, pero en esta ocasión estaba dispuesto a derribar mis prejuicios y dejar de adorar vacas sagradas. Pero no fue así. Lamentablemente, lo único bueno de la nueva “Ghostbusters” son los cameos de las viejas. De las viejas películas anteriores, no de las protagonistas actuales.
La historia es bastante similar a la anterior: Un@s científic@s de dudosa reputación académica dejan la academia para emprender una empresa de exterminio de plagas fantasmagóricas, despertando el escepticismo de los que ostentan el saber oficial, quienes l@s tildan de charlatanes. Pero si en la saga clásica Bill, Ray y Egon eran algo payasos y torpes, sus reemplazos son molest@s, idiotas e irresponsables. L@s nuev@s Cazafantasmas son exasperantemente descuidad@s, emocionales, histéric@s y pierden la compostura por todo. Sí, el cliché de la hembra hormonal. Es decir, si pensaban que esta película le hacía un favor a los roles de género, el resultado fue lo opuesto. Porque un Cazafantasmas hombre jamás habría subido un video gritando histéricamente que los fantasmas existen, no habría mostrado la hilacha al ver a alguien guapo del sexo opuesto. De hecho, Egon y Ray parecían científicos, se comportaban como tales pese a sus obvias deficiencias, incluso Peter se notaba que era un tipo estudiado, pero en esta nueva entrega nunca me dio la impresión de que estaba ante académi@as, sino más bien ocultist@s rarit@s. Así que amigos, les tengo malas noticias: la nueva “Ghostbusters” es sexista a pesar de todo. Es como si algún idiota creyese que sustituir las a y o por arrobas pudiese ser un ejercicio de tolerancia. Sí ¿Quién va a ser tan tarad@ para hacer algo así?
Ahora nos vamos al villano: En lugar de Gozer tenemos a un geek que aparece de la nada, nunca se explica cuáles son sus intenciones y termina desatando un caos porque sí, que l@s protagonist@s arreglan sin saber muy bien cómo. Los gags son bastante sin gracia y remiten siempre al hecho de que l@s nuev@s Cazafantasmas son descuidadas, caóticas y torpes, provocan desastre tras desastre y no solucionan nada. De hecho, en toda la película capturan a un solo fantasma al que luego liberan en probablemente uno de los actos más estúpidos en el que l@ protagonista quiere probarle algo a un hombre. De los otros fantasmas se limitan a huir despavoridas, sin saber mucho qué hacer, como féminas histéricas e irracionales que son, que es lo que el filme se encarga de subrayar a cada rato. Quizá la única escena simpática es la que ocurre en un recital de Metal en el que el público cree que la aparición es parte del show, pero todo lo demás es prescindible, mal escrito y actuado. En resumen, al película no funciona en ninguno de los niveles: ni para examinar tus prejuicios sexistas, ni como parodia, ni siquiera como producto nostálgico.
Como dije antes, lo único rescatable son las apariciones de Peter Venkman, Ray Stantz, Winston, Dana y Janice. Y salvo una que otra referencia a la saga anterior. Lo demás es desechable y olvidable, y dudo que trascienda más allá de dos meses. Pero claro, tenía que haberla ido a ver, para poder vomitar veneno con propiedad y no sentirme un viejo reaccionario que se opone a todo lo nuevo o distinto. Sin embargo, me avergoncé de hacerlo, porque probablemente ese era el objetivo de la película: recaudar fondos vendiéndole entradas a todo el que la fue a ver para “ver si era tan mala como parece”. Probablemente nunca buscaron hacer una buena película, sino simplemente explotar la nostalgia de nosotros, los incautos bonachones. Así que mi conclusión a todo esto es que tengo un problema.
Pero ¿Saben qué es lo peor de todo? Lo peor de todo no es que ingenuamente haya pensado por unos segundos que la nueva “Ghostbusters” podría no ser tan mala y había que verla antes de opinar. Lo peor no es que haya pagado por una entrada para verla, en lugar de usar ese dinero para comprar alcohol. Lo peor es que a pesar de la nefasta experiencia, en unos meses voy a bajarla, solo por los cameos, solo por mi afán coleccionista, como cuando bajé “Los Magníficos” para ver los cameos de los originales A-Team, o cuando bajé la nueva “Evil Dead” para ver a Bruce Campbell diciendo “Groovy”. Sé que voy a hacerlo, y me odio por eso. Tengo un problema, y grave.
Por Felipe Tapia, un crítico que se avergüenza cada mañana al verse en un espejo.