Crítica de cine: “Amigos con hijos”
Con el dato de que esta cinta está producida, escrita, dirigida y protagonizada por la misma persona, y que esa persona además es una mujer, la multifacética Jennifer Westfeldt, uno podría esperar una refrescante historia, de factura “indie”, que revolviera un poco el género romántico. Pero la expectativa queda trunca, porque “Amigos con hijos” resulta más convencional de lo que uno podría esperar a la luz de sus datos de producción.
De hecho sus principales ingredientes no solo son los mismos a los que echan mano casi todas las comedias románticas, sin ninguna innovación dentro del género, sino que además resulta muy similar a varios sitcoms y series del estilo HBO.
Seis amigos de toda la vida, dos parejas y dos solteros,se reúnen en un restaurant a una de sus clásicas juntas, allí Julie y Jason, los solteros del grupo, se enteran que sus amigos pronto serán padres. Cuatro años después ambas parejas están tan absortas en la dinámica de criar, que apenas se peinan, discuten todo el día, no duermen y por supuesto el romance se ha esfumado de sus vidas.
Y es aquí precisamente donde aparece la primera trampa de la película. Ser padres resulta incompatible con la vida de pareja que ambos solteros sueñan, porque la película presenta a los niños como pequeños monstruos que arruinan cumpleaños, carreras, pero por sobre todo matrimonios. Sin embargo, en vez de optar por no tener hijos, llegan a la conclusión que lo mejor es tenerlos, pero con alguien a quien no desees y por lo tanto, el retoño no destruya la relación de pareja.
Así Jason y Julie, amigos desde siempre y sin tensiones sexuales pendientes, se embarcan en la idea de tener un hijo juntos y “estar 100 por ciento comprometidos con él, la mitad del tiempo”. El plan funciona perfectamente, Jason incluso conoce a una sexy bailarina (Megan Fox) y Julie a un maduro veterinario (Edward Burns) sin embargo a poco andar ella descubre que está enamorada de Jason y que, como diría Emilio Sutherland, ha caído en su propia trampa.
De ahí en adelante, aunque con varios momentos interesantes (una cena con los ocho actores principales la mejor escena de la película) un reparto secundario solvente y querible, la cinta tropieza con los clichés y lugares comunes que hemos visto una y mil veces, y se vuelve demasiado predecible.
La interesante idea esbozada al comienzo del film, la paternidad como un acto más bien egoísta y perfectamente separable de la convención de pareja y familia, se diluye completamente cuando la cinta toma la carretera de la comedia romántica y se aleja del camino más subversivo y original por el pudo optar. Eso hasta chocar con un final forzado y simplón. El único personaje que con el correr de los minutos sigue resultando algo filoso es el de Megan Fox, que se mantiene firme en su desprecio a la rutina parental sin disculparse por ello.
En conclusión Jennifer Westfeldt falla en sus múltiples roles. Como directora no logra orquestar una historia que resulte novedosa o recordable. Y como actriz protagónica, pese a su dulzura, tampoco consigue cautivar con su ñoño personaje. Finalmente queda la sensación que los chistes “sucios” y el lenguaje desenvuelto, fueron el mayor atrevimiento que se permitió Westfeldt, lo que no resulta demasiado, considerando que ya conocemos varias series de HBO que con su ironía y acidez dejan bastante pálida a esta regular comedia romántica.
(c) Por Aldo Vidal
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