Comentario Cine: “50/50”
Qué fácil que es criticar. Bueno, en verdad no es tan fácil. Lo fácil es sentarse, asumir posición de cabrón y escribir. Sacar tu libreta y comenzar a anotar todos aquellos detalles que generan algún ruido. Muchas veces el lápiz no para, y al final del día tenemos un montón de pifias acumuladas que tendremos que tipear, convirtiendo este oficio en una extenuante guerra contra nuestro propio amor por el cine. Y como en toda guerra hay momentos en los que la fuerza se acaba. Momentos en los que nos detenemos a escuchar las balaceras y a mirar las pilas de cuerpos abatidos, mientras las preguntas más simples rondan nuestras cabezas. Así como el soldado conmovido se cuestiona el propósito de la guerra mientras ve el rostro destrozado de un compañero perdido en batalla, nosotros nos preguntamos cuándo fue la última vez que realmente vimos una película. Más allá de las dificultades técnicas. Más allá del “tema”, la “historia” y todas esas banalidades en las que muchas veces caemos. Cuándo fue la última vez que honestamente vimos una película.
Lo peor llega cuando hablamos con alguien y nos cuenta que vio una película “demasiado buena” en Disney Channel. Luego de intentar persuadirnos por diez minutos sobre “qué se trata” y de intentar ganar nuestra atención con frases para el bronce que le dejó “el mensaje”, inclina su cabeza y la bate suavemente en sentido vertical mientras corona su argumentación con voz sentida y profunda exclamando el mayor cumplido que una obra puede ganarse: “es súper bonita esa película”. Lo entretenido de “50/50” es que tiene todo para ser una de esas: un tipo de 27 años que no fuma, no toma y recicla es diagnosticado de cáncer. Lo rodea un amigo bueno para la chuchada, una madre aprehensiva, un papá con Alzheimer y lo que en buen chileno sería una “andante”. ¿Qué hacemos entonces para disfrutar semejante panorama? Bueno, lo mismo que hacemos cuando escuchamos Your Song, Tiny Dancer o incluso Lady in Red, simplemente sentirlas. No importa si es media llorona, no importa si tiene detalles que uno le cambiaría, lo importante es que cuando la canción termine verás, aunque sea por un segundo, las cosas de un modo distinto. De eso se trata “50/50”.
Bien podría considerarse una ópera prima. No porque sea la primera película del director, sino porque Jonathan Levine se permite (o comete) errores propios de un primerizo. Si bien cada cierto metraje se comienzan a prender alarmas, la película contiene esa potencia exclusiva de una ópera prima. Ese factor que muchos tildamos como honestidad. Afortunadamente, el guión de Will Reiser funciona desde esa misma lógica. Cada escena construye un lado particular de los personajes, y si bien por momentos pareciese un dibujo en viñetas, el conjunto mantiene una coherencia que no sólo se agradece sino que obliga a respetarla.
Lo reconfortante es que por cada mala decisión, hay una razón detrás. Es así como se evita la gran desilusión final y en vez de aguantarnos hasta que nuestra paciencia se colme, nos explicita desde el principio que veremos cosas que no nos van a gustar. La película es lo que es. Si nos gusta bien y si no también. El cacho es nuestro y no tenemos derecho a alegar porque ellos nos advirtieron. Bajo esa responsabilidad, la película sostiene una atención que convierte la empatía en simpatía permitiendo que los distintos elementos, donde la actuación brilla con luces propias, no sólo adquieran fuerza de manera progresiva sino que además funcionen como un único elemento.
El título es más que una alusión a las probabilidades de vida del personaje, es más bien una invitación al espectador. El 50% ya está filmado y está en nuestras manos completarla con el 50% restante. Porque la diferencia entre una buena y una mala película es tan básica como las buenas y las malas relaciones: no importan los regalos, las llamadas ni los manuales de buen pololo que uno se lea, al final del viaje los momentos importantes son aquellos en los que uno libremente escogió ver y sentir de verdad.
©Por Ignacio H.