Crítica de cine: “Dredd”

“Judge Dredd” es un comic nacido en Inglaterra en las páginas de la revista 2000 A.D., que retrataba y parodiaba a la violencia policial y el ejercicio totalitario y déspota de la violencia. La historieta transcurre en un futuro apocalíptico y ciberpunk donde la ley y el orden es impartida por los jueces, que a la vez son jurados y verdugos de un proceso policial inmediato, absoluto, que parte de la premisa de que los delincuentes no tienen derechos, y la sociedad ya se cansó de buscar la rehabilitación y reinserción de los criminales. El concepto es llevado a la hipérbole grotesca, y el producto es básicamente un comic de humor negro en el que el Juez Dredd revienta a balazos a cualquiera que bote basura, se pase un semáforo en rojo o cualquier delito. El comic es básicamente eso, humor negro y desmadrado, violencia excesiva en un contexto liviano y sin pretensiones. El problema es que muchos autores no entendieron que el personaje era una crítica y no un elogio a esa clase de comportamiento, y vieron aquí la oportunidad de su vida para dibujar decapitaciones, descuartizamientos y balaceras.

La adaptación cinematográfica noventera, en donde Dredd era interpretada por un idéntico Stallone, mordía más de lo que podía masticar, intentaba indagar en las motivaciones de un personaje que es básicamente una máquina de matar o un perro del gobierno (O un cafiche del Estado, como dirían acá) y buscaba profundidad donde no la hay, lo que dio a luz una película sosa, mamona y que distaba de reflejar fielmente el espíritu de la obra original. Por eso, cuando me enteré de que iban a resetear la franquicia, pensé de inmediato que la tenían fácil,  es decir, era muy fácil hacer algo mejor que la anterior. Era la oportunidad perfecta para reivindicar al violento juez. Pero me equivoqué. En un esfuerzo de producción, lograron lo imposible: Un bodrio aún más intragable que el primero. Y por mucho.

La historia, de partida, no tiene trama: comienza con una secuencia de Dredd luchando contra los malos, y termina con Dredd eliminando a todos los malos. El personaje secundario de su compañera, que se supone es la contraparte moral del juez, con sentimientos de compasión, está sumamente mal aprovechado y su aparición en escena está dada en circunstancias apuradas, inverosímiles y ridículas, y aunque se supone que es la psíquica más poderosa, no aprovecha realmente su capacidad.

La película es un despliegue incesante de violencia sin sentido, incluso si eres un fanático de la acción y los disparos, encontrarás que es demasiado. Dio la impresión de que al director le hicieron bulling de chico o tiene un pene minúsculo, y quería descargar resentimiento acumulado. Las escenas de acción de “Los Transformers” de Michael Bay son una reunión de ancianitas comparado con este mamarracho, incluso la trama de aquella cinta parece una película de Hitchcock al lado de Dredd. Difícil entender esta lógica de violencia extrema, con escenas que rayan el cine Gore, principalmente en una época donde los productores y las distribuidoras intentan tener películas para todo espectador, para así tener mayor venta de entradas.

Ahora, tal vez lo más molesto del filme, no es la violencia en demasía, sino el uso del recurso  slow motion (cámara lenta) hasta el agotamiento. Es verdad, en la película la droga de moda (que fabrica la mala de turno), se llama Slo-mo, porque hace que el cerebro funcione en cámara lenta, y el director intentó hacer sentir al espectador lo que pasaba por la cabeza del drogadicto… pero con verlo una o dos veces bastaba. Cinco, seis y siete escenas en cámara lenta cansan a cualquiera y una idea que pudo ser interesante, y visualmente atractiva, termina por ser aburrida.

Resumiendo: “Dredd” es un filme con un protagonista con la personalidad de un robot, un personaje secundario desaprovechado, y una antagonista ridículamente sanguinaria. Recomendable para amantes del cine Gore que aceptan ver, más encima,  sangre digital.

©Por Felipe Tapia y Juan Carlos Berner, dos críticos heterosexuales que van juntos al cine

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