Crítica de cine: “El legado Bourne”

Mientras Jason Bourne le estaba dando el ultimátum a sus escurridizos jefes del programa Treadstone, el ministerio de defensa de Estados Unidos literalmente entra en pánico y decide cerrar todas sus operaciones encubiertas, incluyendo el programa Outcome, del cual forman parte seis súper-agentes, incluyendo a Aaron Cross (Jeremy Renner). Lamentablemente, para la versión cinematográfica del ministerio de defensa, al igual que en la mafia, “cerrar”, “dar de baja” o “hacer dormir con los peces” viene a ser lo mismo. Gracias a su astucia (con olor a deux ex machina) el agente Cross logra torcer su cruel destino y sobrevivir, por lo que no le queda más que averiguar qué diablos está pasando.

Parece que Tony Gilroy el guionista de la trilogía Bourne quedó con ganas de seguir tras el Ultimátum. Y no solo escribió esta cuarta película sino que también la dirigió. Y no es para nada un advenedizo. Su debut tras las cámaras fue con una tremenda pieza dramática del año 2007, “Michael Clayton”, de la cual también fue guionista.

Pero esta película no pasa mas allá de un ejercicio rutinario de la máquina hollywoodense de hacer dinero, disfrazado en lo que se ha llamado “una expansión del universo de las novelas de Robert Ludlum”.

La cinta transcurre en forma paralela a los acontecimientos del Ultimátum lo que se manifiesta majaderamente en afán de darle una perfecta continuidad al mencionado universo. El problema es que más que complementar como lo hiciera Zemeckis en “Volver al futuro 2”, pareciera como si robaran elementos, algo así como lo que provocaba la foto de Natalie Portman en la película “Los vengadores”.

Este cruce de elementos también recuerdan a esos pies forzados como la isla Sorna de “Jurassic Park: El mundo perdido”, un lugar que cuando conocimos el Parque Jurásico ni sabíamos que existía. Pues bien, la “isla Sorna” de Bourne vendría a ser el programa Outcome, la travesura del gobierno que es paralela a la otra travesura llamada Treadstone responsable de ese Frankenstein llamado Jason Bourne. Pero el legado del señor Bourne básicamente es que dejó la tendalada con la cura de su amnesia y como la porquería se pega, si cae uno caen todos. El efecto dominó obliga al coronel Eric Byer (Edward Norton) a cerrar el negocio y apagar el incendio con un ataque de limpieza muy a la don Corleone, pero legal. Porque en el universo de las agencias gubernamentales gringas si matas a tus Frankensteins, mientras firmes el papeleo adecuado, va a ser “legal”… Obviamente hasta que deje de serlo. Si no hubiera sido por esa entrometida Pamela Landy (Joan Allen).

A medio camino de spin off y secuela, la película se siente como una cuarta parte algo gastada más que como un reboot. Es como si buscara la originalidad de La identidad o la supremacía Bourne, pero sin el misterio o la intriga que la apoyen. Es una cacería obvia que debe esforzarse por atrapar al espectador. Por eso, que la base de la trama sea ir de un punto “A” a un punto “B” y explicar cosas que son de otras películas, es más que nada una debilidad que no muestra el esfuerzo esperado.

Pero en su alma el filme quiere ser reboot, por eso empieza todo de cero con otros villanos, otras agencias y Jeremy Renner como un Bourne 2.0.

De Jason Bourne lo único que queda es la foto en un pasaporte de un archivo gubernamental. Perdón por insistir con los recursos de la contextualización, pero es que les quedó muy a lo “Japenning con ja”. Lo único que faltaba en los créditos finales, mientras sonaba el himno de la trilogía Bourne (la canción “Extreme Ways” de Moby) es que pusieran “no actuaron hoy”. Si no hubieran tenido a Edward Norton, Stacy Keach, Rachel Weiss y Jeremy Renner en el reparto, hubiera parecido un poquito caradura lo que pusieron en los créditos finales: “con Joan Allen” cuando en realidad aparece menos de un minuto, lo mismo que Albert Finney. Eso a la audiencia no le basta. Eso es muy “Bowfinger”.

Pero bueno, aunque la película de Bourne no lo sea, lo parece. Y la apuesta por Jeremy Renner resulta. El hombre sabe actuar y su cara llena la pantalla. La damisela en apuros de esta versión resulta ser la doctora Marta Shearing, interpretada por una siempre adorable Rachel Weisz. Ella y Renner son a prueba de química. Son maravillosos comodines modulares que en éste caso hacen una pareja potente. Lástima que el guión sólo los hagan correr.

Las secuencias de acción de la película en sus escenas interiores son intensas y entretenidas, pero las persecuciones afuera son más bien lateras. Detienen una película que va a 60 por hora y como son predecibles uno no lo queda otra cosa que esperar. Lo bueno, es que podemos aprender a hacer parkour con una moto.

El frase publicitaria (tagline) de la película es que en cuanto a agentes “nunca hay uno solo”. Existe una versión Beta de un Bourne 3.0 que no tiene “empatía ni sentimientos” ideal para un “no-actor-karateca” que vendría a ser el antagonista de reserva, pero en realidad termina siendo sólo un accesorio.

Con 135 minutos de metraje la película es en realidad corta, porque empieza como en el minuto 70, cuando el personaje empieza a mover la historia. Antes de eso, todo es establecimiento, contexto y recuerdos de una exitosa trilogía que terminó en 2007.

©Por Hugo Díaz

(The Bourne Legacy)
Dirección: Tony Gilroy
Elenco: Jeremy Renner, Rachel Weisz, Edward Norton, Stacy Keach, Corey Stoll, Scott Glenn
EE.UU. 135 minutos, mayores de 14 años.

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