El Final de “Los 80”: realismo real, no del falso
Atención: si no has visto los últimos capítulos de Los Ochenta, no sigas leyendo, porque la Nancy se queda con el Fra Fra al final.
La séptima y última temporada de la serie chilena se anunció con el eslogan “Los 80. Nada es para siempre”, lo que dejaba la siguiente duda ¿Se estarán refiriendo a la serie, la década o al matrimonio de Juan y Ana? Con esta campaña se reflejaba el espíritu que tuvo siempre la serie, de plantearnos interrogantes, de jugar con nuestras expectativas, de no darnos exactamente lo que el público quería, como suele hacer el 98% de las producciones televisivas. A muchas personas no les gustó el rumbo que fue tomando, y se quejaron de la involución de Félix, de los exabruptos de Juan o de la pérdida de la inocencia de la historia, pero ese mismo descontento del espectador, yo lo veo como un logro y no un fracaso.
Los Ochenta nos amargaba, porque se parecía mucho a la vida real. Y en la vida real, la plata perdida no se recupera, las parejas terminan, los errores se pagan y nos acompañan durante toda la vida. En la vida real te puedes sacar la cresta toda tu vida y el imbécil de al lado tendrá mucha más suerte que tú, esa es una realidad con la que la mayoría se puede identificar. Y como el público mansito acostumbrado a las fantasías escapistas y simplonas, gorditos con un régimen de finales felices, esta serie nos volvió exigentes y con altas expectativas. Una serie que arrancó hace 7 años con temáticas que mezclaban la comedia y el drama, intentando ser un retrato de la sociedad chilena de la época, con todas sus aristas políticas, culturales y sociales, desembocó en una trama cada vez más oscura, fatalista y en ocasiones, deprimente. Pero a la vez, identitaria.
Somos poco imaginativos. Cuando hablamos de reflejar la sociedad chilena, lo primero que se nos viene a la cabeza es la cueca y las empanadas, como si Chile fuera solo eso. Pero nuestra identidad nacional es mucho más compleja. Es el horror de que allanen tu casa y se metan a la pieza de tu guagua. Es asistir al primer recital en Chile, luego de que volviese la democracia. Es el Exequiel imitando a Mumm Ra: “Antiguos espíritus del mal, transformen este cuerpo decadente, en Mumm Ra, el inmortal”. Es la familia que lucha por salir adelante, aunque el cabro chico que antes alucinaba con el Atari ahora esté en la edad del pavo, insoportable y ahuevonado. Eso es realismo.
“Los 80” me recuerda al realismo de principios de siglo, cuando dimos el salto de las historias sobrenaturales y de reyes y príncipes, al obrero que lidia con la falta de comida. Una cosa entre “El vaso de Leche” de Manuel Rojas y la película “El Ladrón de Bicicletas”, con gente real con problemas reales, con todo el patetismo, la emotividad y la crítica social inherentes. A diferencia de “Los Archivos del Cardenal” (También muy buena serie, pero de otro género), acá los protagonistas no eran héroes valientes metiéndose en la boca del lobo y arriesgándose a enfrentar a los CNI. No, acá los protagonistas no tienen tiempo de pelear contra la CNI porque necesitan plata para el Super Kao y Super Fru del niño. Como usted o yo. Y claro, eso hace que algunos personajes consideren indolente el estar preocupados de sus propios problemas, pero ¿Qué más se podría hacer? Pero claro, ahí está en conflicto.
Otra de las cosas que siempre me llamó la atención de la serie, es que a menudo escuchaba -o leía- a las personas discutir acerca de los problemas de los personajes como si se tratara de personas que existen realmente. Era curioso como las personas se identificaban con los personajes; y los hombres solían defender a Juan y las mujeres a Ana, en las ciberdiscusiones. Y ello se debe principalmente a que no estábamos frente a personajes unidimensionales, ni siquiera se trataba de un conflicto entre buenos y malos, y como en la vida real, cada personaje tenía una parte de la culpa en lo que estaba pasando. Claro, Juan golpeó a Ana, pero hay que recordar que estaba pasando por el peor momento de toda su vida, no es que se boxeara a su señora cada semana, y además se arrepintió de corazón de haberlo hecho. Ana, por su parte, se quejaba de que su esposo anduviera amargado por la vida y quería que pasara página ¿Quién podría? Juan era machista, criado en el campo, y estaba acostumbrado al rol de proveedor que la sociedad nos ha impuesto. Y por todo esto, tanto las situaciones como los personajes de la serie eran bastante más complejos que la dosis de autocomplacencia audiovisual que nos han hecho tragar, y en definitiva eso condujo a “Los 80” al éxito, además de que podía ser disfrutada por gente de distintas generaciones, nacida en los 60, 70, 80, 90, y 2000.
Que la serie no fue perfecta y tuvo fallos, no se puede negar (Aún trato de recordar si alguien le decía VHS a las videocaseteras en aquella época, o solo “video”). Me hubiese gustado más protagonismo de algunos personajes en la última temporada, como Bruno, Martín o Nancy, que a juicio habrían aprovechado mejor los minutos en pantalla del prescindible peluquero Milton. Pero no hay que negar iniciativas arriesgadas como mostrar a Félix y Sybila ya adultos, en el 2014. Puede que a muchos no les haya gustado, pero es innegable que se arriesgaron con algo distinto a lo ofrecido las temporadas anteriores, y espero que esto sea el puntapié inicial para que en producciones venideras se corran ese tipo de riesgos.
Pero lo mejor de “Los 80” es que no se acabaron. Sabemos que Juan Herrera volverá a pasar penurias, cuando Errol´s y Blockbuster monopolicen el arriendo de películas, y luego Internet permita que las descarguemos. Y claro, ahí va a tener que reinventarse para ganar algunas lucas y pagar la universidad de la Anita. Félix arrastrará 25 años su trauma. Si Martín encontró a su media naranja o pudo sacar un título, no se sabe, pero bueno, la vida es así, y si la serie no dejó todos los cabos amarrados, es quizá porque en el mundo real no hay siempre finales cerrados y felices ¿O no? (Bueno, también se debe a que su hermano menor acaparó todo el protagonismo esta temporada y le privó de una historia individual)
El mayor reto para una serie con varias temporadas es mantener la calidad y cerrar con un final que no fuese decepcionante (¡Ejem ejem “Lost”!). Reconozco que esperaba un final más acorde al realismo planteado en la serie, y que como en la vida real, las cosas entre la pareja no se solucionaran de manera tan feliz. Fue algo apresurado, con muchas interrogantes abiertas, con circunstancias que nunca se explicaron, pero bueno, quizás sea mejor así. Este final fue demasiado luminoso en contraste a la oscuridad que se mantuvo en las últimas cuatro temporadas, lo que descolocó a muchos. Pero ¿Saben qué? La realidad también es así. Realismo no equivale a fatalismo necesariamente, y quizás nos merezcamos este final. En la vida real, las parejas separadas también vuelven, los esfuerzos y sacrificios sí son recompensados, y son posibles los finales felices. Si no fuera así, nos habríamos tirados todos de un puente hace ratito, como sugería Exequiel. La vida no es solo reír, ni solo llorar, es ambas cosas. Quizá ese es el final que nos quisieron mostrar, uno no perfecto pero esperanzador, que se oponga a la sociedad exitista que nos atormenta a cada minuto. Que lleguemos al ocaso de nuestras vidas, con éxitos y fracasos, y nos digamos como Juan Herrera: “No lo hicimos tan mal parece”.
© Por Felipe Tapia, el crítico que ha ido madurando con el paso del tiempo.
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