Crítica “El Taller” ¿Qué es el arte?
Nuestro país, y nuestro mundo en general, vive en la disyuntiva de cambiar al mundo mediante acciones radicales, o gradualmente con acciones simbólicas. “El Taller”, del director José Tomás Videla, busca desarrollar esa premisa, aunque no siempre lo consigue a lo largo de la película.
David Sanhueza (Daniel Muñoz) es un poeta y académico desencantado del sistema sociopolítico que organiza un taller al que invita a seis de los arquetipos más recurrentes de la poesía: un metalero adolescente de cuarenta y cinco años, una chica sin problemas reales, un periodista que tiene un medio digital de denuncia, un astrónomo, un estudiante revolucionario y un idealista en busca del poema definitivo. En el taller, se dedican a hacer todo tipo de actividades, menos poesía. Lo que de alguna manera viene a reproducir esta idea, un tanto pretenciosa, de que la poesía y el arte, más que técnica, es ruptura. Dale, todos coincidimos en que el arte muchas veces busca causar asombro, sacarnos de la zona de confort, pero también es destreza y técnica, eso es difícil negarlo. Sumergidos en esa lógica, la acción revolucionaria de quemar a un carabinero con una molotov es considerada por David como un acto poético, incluso la evolución natural del texto escrito, que no logró posicionarse como agente de cambio.
Conforme avanza la película, se nos da a entender que el “taller” no buscaba producir escritores, sino productores de un arte como una manifestación revolucionaria, algo así como un movimiento anarquista radical en el que el poeta descargue toda la frustración que ha sentido.
Dicen que las buenas películas deben hacerte pensar. En este caso, deberíamos reflexionar hasta qué punto el arte debería estar limitado por la moral (Por lo que le sucede al carabinero), si debe regirse por cánones estructurales específicos o debe romper con la norma, y si la poesía efectivamente está obligada a jugar un rol revolucionario, o por el contrario, simplemente es la expresión de un sentimiento. El problema es que nada de esto sucede. Porque nunca quedan del todo claros los objetivos del movimiento puesto en marcha por el protagonista, ni las razones por las que fueron llamadas esas personas específicas a la iniciativa. Simplemente se reunieron y punto. Los personajes parecen no saber de qué trata realmente el taller, el que la mayor parte de la película parece un grupo de apoyo, un coaching o grupo de pastoral, donde cada integrante combate a sus demonios personales o comparte con el resto sus problemas.
La cinta cuenta con actores de trayectoria como Daniel Muñoz, Cristián Campos, Marcial Tagle o Víctor Montero, y aunque su interpretación es bastante buena, tampoco se ve un trabajo de dirección que les saque todo el potencial que han mostrado en trabajos anteriores, probablemente porque sus personajes son bastante planos (En especial el de Tagle). El personaje de Muñoz se supone que está desencantado con las formas tradicionales de poesía, porque las palabras rara vez tienen el poder suficiente para cambiar el mundo, pero dicha idea nunca es plenamente desarrollada, ni la posición del protagonista al respecto. Tampoco se justifica mucho la aparición de Amparo Noguera en un par de escenas de la película.
Tampoco se puede percibir la atmósfera de suspenso que debería suscitar una película desarrollada enteramente en un recinto cerrado con siete personas tan distintas conviviendo juntas, mientras uno de ellos hace lo posible por manipularlos y explotar sus debilidades.
La idea pretenciosa de que el arte es per se revolucionario y contestatario, no es sino otra cara del pensamiento burgués que sacraliza el arte y lo eleva a la categoría de vaca sagrada. La película pudo mostrarse a favor de esta idea, contrariarla, o simplemente fomentar el debate, pero la progresión narrativa errática no da tiempo para este tipo de reflexiones.
Por Felipe Tapia, el crítico cuya sonrisa es capaz de devolverte tu fe en la humanidad