Crítica de cine: “Los miserables”

Los miserablesUn canto incombustible

No en vano ha resistido más de 150 años la historia de pobreza, desamparo e injusticia que narra Los Miserables.  Desde la novela original de Víctor Hugo, luego  como uno  de los musicales más exitosos de la historia (batiendo records de permanencia primero en Londres y luego en Broadway) hasta  volver a la gran pantalla este año en un despliegue épico, es difícil no encontrar un punto de conexión, interés o emoción al revisarla.

La trama nos sitúa en la  Francia de mediados del siglo XIX, un lugar sombrío y terrible donde no existe piedad ni respeto para los desposeídos. En la periferia de los lujosos castillos franceses vive una prole de obreros masacrados por el hambre, las enfermedades y las duras imposiciones de las clases acomodadas.

Entre ellos está  Jean Valjean (Hugh Jackman)  un hombre procesado por robar pan y con los papeles manchados de por vida, que decide escapar de la justicia provocando el odio del implacable policía Javert (Russell Crowe) Años después  cuando la suerte parece sonreírle conoce a Fantine (Anne Hathaway), una empleada que despedida injustamente de su fábrica, cae en la miseria y la prostitución para salvar a su hija Cosette. Valjean se compromete con ella a cuidar a la niña al costo que sea.

A partir de estos cruces la obra exhibe como la ley, la política, la justicia y la religión determinan la vida de estos personajes marginados que solo intentan sobrevivir.

El principal referente del director, Tom Hooper, era  la versión de Broadway, por eso  el desafío era realizar un musical cinematográfico que estuviera a la altura, pero a la vez se diferenciara del clásico teatral. ¿Lo logra? Sí y no.

 La puesta en escena de los más de 150 minutos de metraje impresiona, la miseria del Paris de 1850 se recrea en detalle para conmover y escandalizar en partes iguales, y  la banda sonora es tan envolvente que por momentos parece que estuviéramos frente a una hipnótica y  dolorosa ópera.

Sin embargo, el estilo de Hooper es  engañoso. Por un lado, opta por acercar la cámara en un audaz gesto que produce momentos grandiosos, como el desgarrado llanto de Anne Hathaway  cantando “I dream a dream”, pero  al mismo tiempo el exceso de primeros planos hace que el sentido del musical se desarme. En rigor no hay números musicales y muchas veces la magistral puesta en escena se pierde en juegos de cámara que vacían al género de uno de sus pilares.

De todo el elenco de estrellas, Hugh Jackman y Anne Hathaway son los más sólidos y ambos brillan en cada escena. Por su parte Russell Crowe, pese a su notable presencia en pantalla, parece fuera de lugar en un formato musical. Del trío juvenil la más débil es Amanda Seyfried quien carece de fuerza y se ve opacada por la debutante Samanta Barks que ilumina  la pantalla en sus breves apariciones, especialmente cantando  “On my own” bajo la lluvia.

En resumen, la película es un espectáculo de gran factura que sin duda será una fiesta para todos los que gozan con los musicales. Los que prefieren  que lo actores no canten en medio del trabajo, en la revolución o una cita romántica seguro se les hará más difícil apreciar todos los grandes momentos de esta cinta.

(c) Por Aldo Vidal

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