Crítica de cine: “El repostero de Berlín”
Cuando se trata de personajes LGTBQ+ en ficción, por varias razones los escritores normalmente los hacen infelices o simplemente los matan de varias formas crueles: hay asesinatos, palizas, suicidios y ya es considerado un cliché, llamado Bury Your Gays o Sepulta a Tus Gays en español, están escritos de forma en que los Queers fueran inherentemente trágicos. Y es esto la premisa de El Repostero de Berlín.
Thomas es un joven repostero que tiene un novio llamado Oren. Este último tiene una aventura con Thomas cada vez que viaja a Berlín a pesar de que tiene una esposa y un hijo. Hay una escena en particular en que Thomas le pregunta a Oren que le hace a su esposa cuando está con ella, lo cual es extraño ya que lo muestra de una manera casi perversa, cuando él nunca vuelve actuar de esa manera en el filme, no agrega nada a la narración y demuestra como si los personajes Queers fueran de esta forma, lo cual no hace sentido en una película que trata un poco el tema del racismo.
Un día Oren no vuelve a Alemania y desaparece sin dejar rastros, cuando Thomas investiga se da cuenta que tuvo un accidente y que ha muerto, Thomas entonces viaja a Jerusalén y se convierte en el empleado de la esposa de Oren.
Esta es una película que quiere mostrar como en Jerusalén no aceptan muy bien a los alemanes, por leyes como Kosher, que no deja a otras religiones tocar el horno, pero nunca va más allá de ver las grandes diferencias entre estos dos, ni Thomas se ve muy afectado por todo el asunto en un principio, por lo cual es difícil tomarse en serio al personaje, quien nunca muestra muchas emociones, si los personajes no se toman en serio la obra, ¿por qué debería el espectador? Lo peor de todo, es que el giro deja con un mal sabor de boca, planteando lo que se dijo antes, que este tipo de personajes son trágicos de por sí.
La música es maravillosa al igual que los planos y la fotografía, se puede notar todo el trabajo que hay detrás de estos, pero el ritmo de la película se siente un poco lenta y pareciera que fuera escrita según el Código Hay: reglas cinematográficas que se implementaron en 1934 y formaron el cine americano con instrucciones de lo que es moral, lo cual es raro en esta película extranjera que habla de un alemán en Jerusalén, lamentablemente muchas cosas terminan sin hacer sentido.
Por Pedro Ascui