Crítica de cine: “El gran hotel Budapest”: La solitaria extravagancia
M. Gustave H. (Ralph Fiennes) es el conserje del famosísimo gran hotel Budapest, paraíso de la clase mayor acomodada, ubicado a los pies de los Alpes de Zubrowka, durante 1932, previo a la última gran guerra. Su trabajo es excepcional, así como su amistad con el joven botones Zero Moustafa (Tony Revolori), un eficiente y abnegado inmigrante quien se convierte en su asistente de confianza y protegido. Gustave debe explicarle a Zero que parte de sus labores es secretamente dejar satisfecha a su amplia clientela de mujeres mayores, adineradas y rubias. Cuando una de ellas, Madame D. (Tilda Swinton), muere en extrañas circunstancias en su castillo de Lutz, Gustave y Zero deben enfrentar la lectura de su testamento en medio del resentimiento y avaricia del resto de la familia Desgoffe-und-Taxis, sobre todo del ambicioso hijo Dimitri (Adrien Brody), quien no permitirá que la fortuna familiar sea compartida con extraños, sobretodo si ésta incluye el invaluable retrato renacentista “Muchacho con la manzana”…
El cine de Wes Anderson se ha definido y consolidado gracias a una cuidada estética, un estilo visual propio e inconfundible y en una búsqueda de ideas interesantes al momento de contar historias. Tal como Almodovar es asociado al melodrama kitsch, Anderson referencia un drama algo más personal, pero visualmente igual de atractivo, más elegante y vanguardista, toda una sensación entre el gusto hipster (nada mal para un nativo de Texas). En el caso de su reciente película, el drama intimista de rigor es traducido a la más hilarante sátira, la cual broma tras broma se va mofando de los lugares comunes del cine heist y suspense, en el contexto de una trama plagada de trágicos hechos históricos. Esta extraña mezcolanza es adornada de colores y fotografiada de manera estática, algo tensa, pero tan cuidada en los detalles tanto visuales como narrativos, que es imposible no disfrutar de las extravagantes desventuras de sus personajes protagónicos.
Es quizás esta coherencia, o la búsqueda de esta, lo que genera la única posible debilidad del filme. Cada secuencia es tan bien actuada, tan bien escrita y filmada, que narrativamente es imposible no tropezar con el ritmo. El “eye candy” genera expectativas, va a la par del humor inteligente, acelera el corazón pero, eventualmente, el desarrollo dramático nos recuerda que para seguir la historia hay que conocer a los personajes de los cuales se nutre y la galería de estos es tan vasta que aturde. Es así que la necesidad de sobrellevar la trama es frenada por secuencias cliché que, si bien son necesarias, frenan el carnaval. Pero es sólo un detalle si consideramos que en el gran escenario de las cosas, el éxito de esta obra es francamente monumental.
Y hablando de detalles, cual película de Monty Python, “El gran hotel Budapest” ostenta caracterizaciones de cada personaje, dentro de cada viñeta, dentro de cada escena, dentro de cada secuencia, de tal complejidad, que el espectador formará parte clave dentro del divertido juego de averiguar quién es quién dentro de la historia y qué diablos va a pasar con cada uno de ellos. Es fantástico que Wes Anderson trate al espectador como se merece y reserve lo mejor de su juego a un público con un mínimo de inteligencia. Por ejemplo, es imposible que quien sepa un mínimo de geografía no note que el lunar en la mejilla de Agatha (Saoirse Ronan), la prometida de Zero, tiene la forma de México. Un rebuscadísimo detalle que en forma posterior es condescendientemente mencionado, mas no explicado.
Es confuso, en un inicio, pues toda la hilaridad pareciera ser generada en base al estereotipo, pero cual película de cine mudo, la caricatura es sólo formal, una cáscara que encierra el verdadero sentido de lo que se quiere contar. La millonaria, el excéntrico, los herederos, la cofradía, la mucama, el albacea, el gato del albacea, el policía bueno, el policía corrupto (¡Dios! Willem Defoe, feo como él solo con bruxismo y colmillos, es imposible decir que es “el bueno”), en síntesis, una orgía de la exageración. Pero cual árbol de navidad en una tarjeta, el exceso va de la mano con el balance visual nunca abandonado, no hay lugar para el mal gusto, no es un Alex de la Iglesia con chorros de sangre, es más bien fantasías animadas de ayer y hoy en tonos pasteles con actuaciones exquisitas y foto fija.
Uno de los aspectos narrativos importantes a destacar es que “El gran hotel Budapest” es un interesante ensayo sobre la soledad y la decadencia, temas que por su naturaleza melancólica invitan a una reflexión seria. De ahí que el contrapunto con la comicidad sea el recurso perfecto, pues nos espanta, nos da con todo en la cara y nos enfrenta a nuestros demonios del modo más amable posible. Claro está, que el tipo de humor del cual estamos hablando incluye, en el caso de esta película, toda la escala de grises, desde el más blanco hasta el más negro, siendo este último el que más deseamos. Por todo lo mencionado, es inherente un dejo agridulce el terminar el recorrido por el gran hotel. Sin embargo, forma parte de la recomendable experiencia, porque a fin de cuentas son los exquisitos detalles los que permanecen en nuestra memoria.
© Hugo Díaz