Crítica de cine: “El club”
“El club”, la liviana penitencia de la culpa abominable
En un balneario de Chile cuyo nombre desconocemos, existe una casa en donde viven cuatro sacerdotes cuidados por una mujer. Estos hombres de edad madura conviven como penitencia por sus pecados cometidos. Pedofilia, robo de recién nacidos y vínculos y colaboración con los ultrajes de la dictadura militar son algunos de esos actos reprochables realizados por estos curas en pleno ejercicio del sacerdocio. Con un régimen y horario estricto impuesto por la mujer a cargo de ellos (Antonia Zegers), la vida va pasando sin más distracción que la afición que tienen de participar en carreras de perros galgos, siendo dueños de uno de ellos. La rutina y la vida misma se rompen cuando llega un enviado de la Iglesia Católica (Marcelo Alonso como el Padre García) con el poder y la autoridad de cerrar la casa y, de paso, someter a los sacerdotes a cumplir castigo bajo las leyes chilenas.
“El club” es una película violenta sin mostrar violencia. Su director, Pablo Larraín (“No”), crea una atmósfera asfixiante al interior de la casa pero que desahoga en los exteriores. Sin inmiscuirse demasiado en la vida de los reclusos, hace un relato inteligente y sutil, lo justo y necesario para que el espectador juzgue por sí mismo. Claro, porque al entrar en esta tranquila casa es inevitable crear simpatía con los personajes (Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking y Jaime Vadell), cada uno con su personalidad y que pugnan en silencio por culpar al otro de sus miserables vidas. “Ustedes están en el paraíso”, les diría el Padre García más adelante, a juzgar por vivir cómodamente en este recinto de oración y penitencia en vez de ser realmente castigados por los pecados cometidos.
El primer antagonista del filme es “Sandokán” (Roberto Farías, “La buena vida”), quien fue abusado por uno de los párrocos que acaba de llegar a la casa, el Padre Lazcano (José Soza) y que trata de llamar la atención de los curas siempre en estado de embriaguez o bajo el efecto de drogas. “Sandokán” representa el nefasto resultado del abuso sexual sacerdotal, al tener una vida llena de dudas y malos recuerdos, que limita en el homosexualismo.
Intensa, “El club” sin mostrar escenas violentas posee una violencia intrínseca que recogemos en sus explícitos diálogos. La mirada, la negación y a veces la invulnerabilidad de los personajes se van diluyendo conforme pasa el relato. El filme no decae, y se entrega en un desenlace a veces cruel y a veces irónico, broche adecuado para aquellos que insisten en que las películas chilenas decaen en sus finales.
La fotografía es tan natural que vale la pena reparar en ella y disfrutar de la disposición de cada imagen. Al igual que en “Aurora” (2014), la música incidental está a cargo del gran Carlos Cabezas.
“El club” obtuvo 9.700* espectadores en su primer fin de semana, sobre el promedio de lo que acostumbran a ranquear las cintas nacionales, lo que ya está marcando una tendencia en las temáticas que prefiere el público nacional en obras made in Chile.
Pablo Larraín, que venía precedido por el éxito de “No” y su nominación al Oscar como mejor película extranjera, con “El club” obtiene el Oso de Plata en la categoría Premio del Gran Jurado en el Festival de Cine de Berlín.
Con un elenco de lujo y las destacadísimas actuaciones de Alfredo Castro y Antonia Zegers, esta película es muy recomendable para todo tipo de público, con el aviso que podría herir ciertas susceptibilidades tanto de formación como de creencia religiosa.
Por Daniel Bernal
En Twitter: @BernalusTwit
(*) Fuente Rentrak Chile
Director: Pablo Larraín
País: Chile
Duración: 98 minutos
Elenco: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Roberto Farías, Marcelo Alonso, Jaime Vadell, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking