Crítica de cine: “Ciudades de papel”, filosofía contestataria de la era Instagram

 Crítica de cine: “Ciudades de papel”, filosofía contestataria de la era Instagram

Ciudades de papel, con gente de papel. Vidas con un componente de falsedad y previsibilidad. Una visión gregaria y pesimista que invita a los espíritus libres a conquistar su independencia y re-encantarse con la vida misma. Una divagación adolescente que puede parecer superficial, pero que como premisa narrativa resulta bastante interesante y sumamente atractiva. Al menos así se destaca en esta película del director Jake Schreier (“Frank y el Robot”), segunda adaptación cinematográfica de un best seller de John Green (“Bajo la misma estrella”), la cual ilustra las turbulencias adolescentes, esta vez desde el punto de vista de un grupo de jóvenes de una preparatoria de la ciudad de Orlando, Florida.

Quentin (Nat Wolff) lleva muchos años enamorado de su vecina Margo (Cara Delevingne), una joven bella, cautivadora y sobretodo misteriosa. Una noche, a pito de nada, se le aparece por su ventana y le pide ayuda con una serie de travesuras vengativas. Toda una increíble aventura nocturna equivalente a una fantasía hecha realidad. Quentin queda seducido ante la idea de que esta anécdota sea la vía a un nuevo acercamiento con quien se ha convertido en la mujer de sus sueños. Sin embargo, Margo, al día siguiente, desaparece. Menos trágico de lo que suena, el historial de excentricidad de la joven y el hecho que ya es prácticamente adulta hacen que sus padres no le den mayor importancia al asunto. Lo que casi nadie sabe, excepto Quentin y cercanos a Margo,  es que todas las aventuras que Margo ha llevado a cabo durante su adolescencia tienen un elemento en común: un camino de pistas. De ese modo, y con el apoyo de sus amigos Ben (Austin Abrams) y Radar (Justice Smith), Quentin empieza una detectivesca travesía que lo llevará a plantearse el desafío de decidir entre resignarse a la partida de Margo desde una perspectiva pasiva, o aceptar la invitación de vivir la filosofía de vida de Margo, en la cual cada día cuenta como si fuera el último, lo que en consecuencia significa ir tras ella en lo que podría ser la más grande aventura de su vida.

La película (al igual que la novela) presenta una serie de discursos que la hacen funcionar en distintos niveles, pues son una mezcla de géneros como el misterio, comedia romántica, baile de graduación, road movie o drama existencial. Algo así como “El club de los cinco”+”Cuenta Conmigo”+”Perdida”+”Alguien maravilloso”. Un pastiche repleto de los lugares comunes de cada género, pero que en éste caso se resuelven con cuotas de buen gusto, estética cuidada y actuaciones contenidas y honestas.

El ethos es fuerte y se mantiene durante toda la película, lo que es bueno. La debilidad de “Ciudades de papel” está en la irregularidad de la forma. Es refrescante la atmósfera “indie” de la película, pero agota un poco la falta de verosimilitud de algunas situaciones. Por ejemplo, existen circunstancias donde no existen consecuencias, que en la vida real serían un tema serio. Por ende, la película muestra, por momentos, a personajes jóvenes como verdaderos viejos chicos, en donde los padres en vez de ser poderosas guías o villanos son solo meros accesorios. Muy a lo “Charlie Brown” donde falta que los más adultos, en vez de hablar, emitan sonidos de trompetas como “kuokuokuokuokuo-kuo”(hasta en “South Park” los padres tienen algo que decir).

También es refrescante que el punto de vista de la película sea la de un “niño bueno”, que estudia, tiene amigos y vive metafóricamente en la “zona segura” de la vida (muchos chicos se van a identificar con Quentin), pero la empatía no será democrática cuando la ambientación ABC1 genere ciertas distracciones, ciertos prejuicios que pueden hacer ruido ante el mensaje que la película quiere entregar. No todos fuimos al colegio en auto, o solucionábamos nuestros problemas con las tarjetas de crédito adicionales que nos entregaban nuestros padres. No a todos nos interesaba buscar lugares donde pudiéramos explorar nuestras mentes y tener oasis personales para leer e internamente poder crecer. Es decir, prioridades que para muchos podrían significar “ñoñas” o superficiales. Sin embargo, en este universo adolescente, virginal, indie y superficial, yace un subtexto súper potente y que a la larga nos mueve y conmueve como seres humanos: lo importante de la vida son los procesos que atravesamos, no los objetivos; es el viaje, no el destino. Es el movimiento, no la pasividad. Es el cambio y el aceptar que en esta vida las expectativas no son buenas guías, pues son solo percepciones subjetivas. Todo eso, más la evidente conclusión de que, pese a todas las etiquetas con las cuales “nosotros como adolescentes” nos clasifiquemos, a la larga, todos (“nosotros adolescentes”) somos iguales.

“Ciudades de papel” es una metáfora de la artificialidad tóxica, mecánica, rutinaria que puede alcanzar la sociedad. En la película también se refiere a una ciudad inexistente, con población cero, que utilizan los libros de mapas ruteros  (tipo “turistel”) como una especie de timbre de agua que los ayude a identificar plagios o copias piratas. Esta pista que Margo supuestamente lanza como una de las migas en el bosque de Hansel, incluye también la metáfora del aislamiento como escape. Un oasis donde todo esa artificialidad que atenta contra nuestra individualidad desaparece para dar lugar a la esperanza de poder realizar nuestros sueños. Un interesante punto de vista de un problema que para los adolescentes de cualquier generación, es difícil de afrontar.

Aprendizajes, temas adolescentes, otros no tanto, actuaciones discretas, una estética cuidada y una buena premisa, hacen de “Ciudades de papel” una película interesante que, aunque no llegue a ser tan taquillera como la romanticona “Bajo la misma estrella”, sin duda dará que hablar dentro de su público objetivo.

 © Hugo Díaz

En Twitter: @ElHugo

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