Crítica de cine: “Christopher Robin, un reencuentro inolvidable”
¿Qué tan absurda puede llegar a ser la adultez? Esa fue la pregunta que se me vino a la cabeza apenas terminé de ver la adaptación a la gran pantalla de la querida y tierna caricatura de Winnie The Pooh y compañía. La película, producida por Walt Disney, dirigida por Marc Forster y protagonizada por Ewan McGregor como Cristopher Robin y Jim Cummings en la voz del oso Pooh, te invita a reflexionar sobre lo verdaderamente importante de la vida retomando la esencia más clásica de los relatos de Disney, envolviéndote en un aura que no había visto en las últimas producciones de este gigante cultural.
La cinta nos muestra una historia ubicada en la época de adultez y madurez de Cristopher Robin, el amigo humano del osito de felpa quien atrapado por las preocupaciones de su trabajo ha comenzado a perder el rumbo de su vida y con ello a su familia. Si bien este suele ser un argumento común dentro de las películas familiares, la forma en que esta adaptación lo presenta y desarrolla, le entrega una densidad reflexiva que la aleja del público infantil y la sitúa dentro de esas películas que son más bien para verla con ojos autocríticos; lo que hace esta cinta en último termino es ponernos de frente a un espejo que te hace las preguntas más sencillas y complejas que todos deberíamos hacernos en cierto momento de nuestras vidas, y eso es ¿qué es más importante que estar vivos en este mismo momento, en este segundo?
La película, que dura 110 minutos, parte un poco lenta contándonos el momento en que el protagonista, Cristopher niño, debe despedirse de sus amigos en el bosque de los cien acres porque ese ciclo ha llegado a su fin, “el hacer nada” termina, para dar paso al internado y prepararse para el futuro, para ser el hombre de la casa, construir un hogar junto a una mujer y ser soldado en la guerra para poner su vida en la línea de fuego, regresar y ser un hombre de trabajo… para ser así todos los roles que un hombre maduro debe aceptar para ser valorado en la sociedad.
La aventura real comienza cuando paralelo a los problemas de administración que Cristopher debe resolver en su trabajo -problema que lo lleva a posponer pasar tiempo junto a su mujer e hija- Winnie the Pooh retorna a su vida al necesitar de la ayuda de su viejo amigo. De ahí en adelante la magia comienza.
Para quienes no somos grandes consumidores de la franquicia original de esta historia, la reunión de estos personajes es el momento exacto en el que comienzas a conocer y entender qué es lo que realmente significa este universo mágico e inocente de peluches parlantes. Comienzas a entender que detrás de un universo aparentemente inocente, tierno y amable, existe una estructura social de pensamiento y una deconstrucción de la psicología de una sociedad que si lo pensamos bien, pese a los años, no ha cambiado mucho, lo que le da tanto a la obra original como a sus adaptaciones y finalmente a esta última versión del mundo de Winnie the Pooh, una actualidad y contingencia propia de una obra que logra trascender el tiempo.
¿Por qué creo que esta adaptación es una película para los padres más que para los niños?, principalmente porque el mensaje de la película apela a una racionalidad adulta y objeta la noción de madurez y responsabilidad que se nos ha impuesto como sociedad a través del discurso de la disciplina y la negación del tiempo personal. Este constante cuestionamiento tiene un tono existencialista evidente, trabajado en los diálogos camuflada en la inocencia de Pooh y el oscuro humor de Igor. Al mismo tiempo si analizamos bien al grupo de amigos de Cristopher y el rol que juegan en la vida de este, comprendes que cada uno de estos personajes representan un estadio de la personalidad de una persona. Existe el temor en Piglet, la osadía, valentía e hiperactividad en Tiger, los sentimientos oscuros y depresivos en Igor y la sabiduría infantil en Pooh. Todos estos son un conjunto que dialoga constantemente para resolver situaciones, y son estadios de sentimientos y pensamientos que dialogan con el protagonista para formar un criterio, representando así el proceso de crecimiento y aprendizaje psicológico del personaje a través de la metáfora de la exteriorización de los mismos en estos amigos que finalmente le pertenecen a la versión más intima y honesta del protagonista. Es por este fino trabajo que considero que es una película para ver con atención, porque detrás de la fachada inocente del osito amarillo, existe una sabiduría que solemos perder a medida que vamos avanzando en la vida y que nunca está demás reconectar con ese primer estadio de inocencia para recordar quienes somos realmente.
A nivel expresivo, el filme cuenta con un excelente trabajo de fotografía y animación siendo esta última de una gran calidad logrando un efecto realista en la construcción de los peluches, en este punto cabe destacar que un chileno – Luciano Muñoz- fue parte del equipo responsable de la animación por lo que no podemos dejar de mencionarlo en este review. Estos dos aspectos ayudan a construir un aura oscura y extraña que recuerdo haber percibido cuando niña en las películas clásicas de Disney, ese tono que difuminaba el limite entre lo bello y el peligro, que generaba un desasosiego inconsciente que para mí, constituye el sello fundamental de las obras producidas por Walt Disney y que pude percibir en esta cinta.
Finalmente y en términos generales “Christopher Robin, un reencuentro inolvidable” es una película para ir a ver tanto con el corazón como con la mente abierta. Quizás los más pequeños no la entiendan muy bien pero si eres padre o madre de familia, definitivamente es una cinta que debes ver y tal vez te ayude a reconectar con tus hijos y logres recordar que pese a toda la tecnología y la modernidad en la que los niños hoy se desenvuelven, en el fondo, siguen siendo niños.
Por Camila Aguilera
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