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Crítica a “House of Cards”: mal está lo que mal acaba

Crítica a “House of Cards”: mal está lo que mal acaba

Matar o sacar al protagonista a mitad de la historia puede ser una muy buena jugada si se hace bien. Recordemos “Psicosis” de Hitchcock, o incluso la muerte de Ragnar en “Vikings” (Y no me jodan a estas alturas con que es un spoiler, que es un hecho histórico, ridículos). En otras ocasiones no se hace por el bien de la trama, sino por una necesidad surgida en el transcurso de la historia. Un caso ejemplar fue la muerte repentina de Charlie en “Two and a Half Men”, en lugar de haber terminado la serie. O lo que está pasando con la moribunda “The Walking Dead”, serie en la que más de un personaje que en el comic continúa vivo fue asesinado porque el actor renunciaba. Sin embargo, la partida de Rick y Carl supuso un giro que hasta ahora la serie no había tenido. Pero bueno, supongo que los guionistas aprenderán por las malas que la historia ya no da para más.

Un caso similar ocurrió en esta sexta temporada de “House of Cards”, que tuvo que prescindir de su protagonista Kevin Spacey, por la denuncia de abuso sexual que había recibido. El desafío consistía entonces en terminar la serie rápida y dignamente. Lo primero se logró, pero lo segundo no. Incluso antes del escándalo del actor, la temporada anterior acabó con una Claire Underwood asumiendo la presidencia e ignorando a su esposo Frank, negándose a darle el indulto y no contestando su llamada al celular. Todo parecía indicar que la trama de la sexta temporada nos mostraría a un Frank Underwood obligado a rendir cuentas por sus múltiples crímenes y precipitándose al abismo desde la gran altura a la que había escalado. En lugar de eso, se le mató fuera de cámaras, como a Charlie Sheen, y se le otorgó el protagonismo a su esposa, interpretada por Robin Wright. No parecía una mala idea después de todo, pero debía hacerse bien.

Lamentablemente, las fallas fueron demasiadas, y no solo por la ausencia de Spacey. Se pudo haber terminado bien esta temporada perfectamente, pero una serie de elementos jugaron en contra. En primer lugar, los eventos parecían demasiado erráticos, los acontecimientos se encadenaban uno tras otro de forma demasiado mecánica, como aquellas escenas en las que los personajes veían en la tele algo que se relacionaba directamente con lo que les pasa a ellos (Algo común en los dibujos animados y las películas ochenteras, pero uno espera más de estas series ¿No?). Algunos arcos argumentales no aportaban nada, como la paternidad del personaje de Duncan, que sonaba a culebrón barato. Y para qué decir de las muchas subtramas que si se hubiesen desarrollado en más episodios habría sido una suma, pero acá restaron, como la creación de un gabinete integrado únicamente por mujeres, que explotaba el tema del género y la inclusión tan de moda estos días, pero no se alcanzó a ver una mirada crítica ni tampoco una apología, así que ¿Qué sentido tenía?

Probablemente la peor caída de esta temporada fue que “House of Cards” dejó de ser una serie de intrigas y maniobras políticas para ser una especie de thriller policial de cuarta, matando a varios personajes de manera rápida para acelerar el ritmo de la historia, pero destruyendo la verosimilitud de la trama. Es decir, en un solo episodio se mataron más personajes que en todas las temporadas anteriores juntas. Sabemos que Frank Underwood mataba personas cuando estas se volvían un obstáculo, pero solo como último recurso, y cubriendo muy bien su rastro. En esta sexta temporada, se usó el asesinato de forma desmesurada, acabando con lo poco que quedaba de credibilidad ¿Se imaginan que muriesen tres políticos y un periodista en la actualidad? Hasta los menos brillantes sumarían dos y dos y sospecharían de algo raro. Y no solo eso, luego de eso, en lugar de pisar el freno, más de un personaje considera realmente la posibilidad de matar a su opositor como una solución plausible. A esas alturas, la serie de política no tenía nada.

El supuesto final abierto no le restó incoherencia, sino al contrario, la volvió más inverosímil, dejando muchos cabos sueltos y un montón de personajes con una historia a medio contar, además de ser tremendamente precipitado. Cuando esto se hace bien, el final abierto y la historia fragmentada puede constituir una genialidad, pues nadie espera un final redondo, ya que la vida real no es así, pero en esta ocasión, el final de una serie que alguna vez fue el caballito de batalla de Netflix acabó sumamente errático y muy por debajo de las expectativas. Probablemente, un par de episodios más habrían mejorado el problema, pero el desafío consistía en acabar rápido.

¿Cuál fue el problema con esta temporada y final? Puede que la partida abrupta de Spacey tenga que ver algo, pero no fue lo principal. Robin Wright y los otros personajes bastaban y sobraban para llenar ese vacío. Pero en su afán por acabar rápido y bien, solo se consiguió lo primero. El guión estaba fragmentado, muchas de las situaciones estaban mal conectadas, no había un hilo argumental claro, y se optó por el efectismo barato y los giros sorpresivos, en lugar de continuar con la línea de las temporadas anteriores, en las que la política era la columna vertebral de la serie. Y eso, amigos, no es culpa de Kevin Spacey.

Por Felipe Tapia, el crítico al que no hay que entender, hay que querer

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