“Tarnation”, de Jonathan Caouette: opacidades y destellos humanos
Han pasado casi ocho años desde el estreno de este registro íntimo de Jonathan Caouette en las salas locales, y retomar el contacto con la pieza no es una experiencia menos significativa. Claramente, “Tarnation” (2003) siempre tiene algo más que esclarecer, ya sea desde el lazo entre un hijo y su madre y en cómo se moldea este descarnado y experimental collage.
“Tarnation” y la fiereza de un montaje que configura una historia todavía más feroz. Eso es finalmente. Es particular que Caouette desde su infancia recolectara y (des) armara tantos fragmentos que gritaban con una garganta desgarrada las escasas alegrías y las camufladas desavenencias de su núcleo familiar, sobre todo por uno de los hilos conductores que definen el entorno (el desorden psíquico de su madre) y, evidentemente, el mismo sino del director.
Una historia de una hora y media que ni a la fecha deja indiferente, puesto que cuando hablamos de su formalidad, identificamos un collage incomparable y épico tanto en la visualidad como en el relato. Libre de tediosas entrevistas, de testimonios de especialistas que expliquen el deterioro de Renee LeBlanc, su energética y teatral madre (con suerte hay encuentros con pequeñas desclasificaciones provenientes de Google, como el caso de la sobredosis de litio, o insertas en G.C.), el montaje se elabora por sí mismo, desde un tratamiento experimental que se aferra a lo sensitivo; y por esas imágenes que rondan desde la experiencia onírica, dichosa y traumante de Caouette, en donde Dolly Parton no tiene problemas en coexistir con el mundo fílmico de Paul Morrisey o con la musicalidad de “Zoom”, así como con “El Principito”. Exactamente es aquello lo que va encantando y escandalizando, puesto que los hemisferios cerebrales no cesan al momento de transgredir. Siempre quieren decir algo, aunque el escenario se vuelva el más inhóspito del universo.
Asimismo, la mixtura de los formatos y sus velocidades potencian de manera implacable los estados psíquicos de Jonathan y Renee, además de brindarle una representatividad de la forma más autoral posible con el montaje de Caouette. Esa espacialidad también habla por sí misma, puesto que hasta el lugar más recóndito y el objeto más banal del hogar LeBlanc-Davis tiene algo que contar, como estos storytellers de Texas con sus estados psicóticos. Las multiplicaciones de fotogramas, de archivos y sus despersonalizaciones, la yuxtaposición de diálogos sobre composiciones musicales (desde Low hasta Cocteau Twins) que no olvidan las ‘prácticas’ de electrochoques de Renee, hacen un todo en este relato en que esos abuelos americanos de clase media, sin mayores riquezas, se hacen cargo de la crianza de un nieto de madre extraviada, que no pierde el tiempo apegado a su cámara, como otro participante de la familia. Y que tampoco lo hará en su futuro.
Caouette vació su vida entera aquí, repasando sus incursiones desprolijas, furibundas y precoces frente a su cámara, los desarrollos de proyectos artísticos experimentales, su paso antes de la adolescencia por clubes gay y el universo underground; sus primeros amores, su llegada a Nueva York… Y años más tarde, como “Blondie-Grabber”, cruzaría por unos segundos con el territorio singular de John Cameron Mitchell en su “Shortbus” (2006), otra granja de expiación y desencuentro norteamericano. No hay que olvidar que John Cameron Mitchell y Gus Van Sant, de innegables jugadas existencialistas, ayudaron en este ensamblaje personal en sus roles de producción ejecutiva.
Inquietante, “Tarnation” duele a veces; otras enaltece. Tiene tanta corporalidad y alma como la de un ser humano. Y quiebra la horizontalidad todas las veces que quiere quebrarla. También como un hombre.
©Leyla Manzur H.