“Los tres mosqueteros”: comentario de cine
Alejandro Dumas, sacúdete en tu cripta
No soy de los que veneran los clásicos. Tampoco creo que una buena adaptación deba ser un calco del original. Soy fan de las libertades creativas de Kubrick y Hitchcock, y de la versión de “Los 7 Samurais” hecha por Pixar llamada “Bichos”. Pero lo que hicieron con esta película, no tiene nombre. Basada en el famoso relato de Alejandro Dumas, la película es una versión moderna, con todos los adornos pertinentes de nuestra época.
En primer lugar, la historia incorpora una serie de elementos steampunk, el cual es un género similar al de ciencia ficción, pero ambientado en la época victoriana, con tecnología basada en energía eólica y a vapor. Por ejemplo, la araña de “Wild Wild West” o la “Liga de los Caballeros Extraordinarios” entran en esta categoría. Es muy común justificar los adelantos tecnológicos de este género con Leonardo da Vinci. Claro, supuestamente este genio construyó un montón de máquinas super avanzadas y nunca las hizo públicas.
Pero lo horroroso no es eso. Lo abominable es la visión de los mosqueteros que muestran desde un principio: Expertos en artes marciales, bromean mientras pelean, se ríen del peligro y más parecen agentes o espías en escenas de acción tipo Indiana Jones, esquivando flechas lanzadas desde paredes y toda la cosa. Usan poco las espadas, se valen de artefactos pseudo ninjas o de James Bond, y Porthos tiene un estilo de pelea que recuerda a Bud Spencer. Como si esto fuera poco, tienen de sirviente a un gordito que pone la nota cómica. Y para colmo de males, la película tiene ese toque hollywoodense donde todo explota. Todo.
Por favor, sabemos que una historia clásica como esa debe ser adaptada a los códigos culturales actuales, para una buena recepción. Pero alguien debería enseñarles a los guionistas la diferencia entre adaptar y prostituir. Porque eso es lo que hicieron con esta novela, con perdón de las prostitutas. Ya fue malo que nos mostraran a Sherlock Holmes como un héroe de acción para ahora dañar la imagen de los mosqueteros. D’Artagnan combate colgándose de una cuerda al estilo Tarzán y repartiendo estoques de espada a un número hiperbólico de adversarios, restándole mucha credibilidad y sobriedad al aciago filme. La escena final, cuando los héroes parten al galope a recuperar los diamantes, y se van quedando atrás uno por uno para llegar al épico clímax, fue reemplazada por un absurdo combate aéreo con naves donde las explosiones están a la orden del día ¡Sí! Naves, leyó bien. Es que no hay derecho.
No solo la tónica fue alterada. La censura hizo de las suyas en esta adaptación. En la historia original, para joder al cardenal Richelieu, los mosqueteros deben recuperar los diamantes que prueban la infidelidad de la reina de Francia. Como actualmente no es posible mostrar a los chicos buenos tapando las yayitas morales de la clase dirigente, porque vivimos en un mundo blanco y negro, resulta que los perlas de esta película hacen ver a la infidelidad como una conspiración orquestada para dañar la reputación de los reyes, pero la infidelidad nunca se consumó. Y el robo es llevado a cabo por una Milady que se infiltra en los aposentos reales, eludiendo trampas como El Gato, Fantomas o Arsenio Lupin. Una vergüenza.
Lo peor es que a mí me encantan las versiones modernas de los clásicos, y defiendo a brazo partido las libertades creativas. Pero este mamarracho de película es una rotunda payasada. Lo siento, hoy no ando con ganas de eufemismos o sutilezas. Como dice Juan Carlos Bodoque, digamos las cosas como son. Caca, no cacuca. Y no se me ocurre epíteto más adecuado para describir esta película.
Por el Genial Felipe Tapia