Crítica de cine: “Un viaje de diez metros”
Hassan y su familia han sido dueños de un restaurante toda su vida en su país natal, India. Hassan es muy talentoso, y ha aprendido grandes secretos culinarios de su madre, que es una excelente cocinera. Un día sin embargo, la violencia política que impera en el país, destruirá el restaurante y esta esforzada familia se verá obligada a buscar nuevos rumbos.
De esta forma llegan a Francia, país conocido mundialmente por la calidad de su gastronomía. El papá de Hassan, hombre terco como él solo, encuentra un lugar ideal para instalar el nuevo local de comida india, muy confiado de que será un éxito. El único detalle, es que este espacio está ubicado a diez metros, cruzando la calle, de uno de los restaurantes más famosos de Francia, uno donde comen ministros e incluso el presidente, y a cuya dueña, Madame Mallory, no le hará ninguna gracia esta nueva “competencia”.
Es así como esta familia de inmigrantes se verá obligada a batallar por los clientes, en un choque cultural enmarcado por los sabores y colores de los maravillosos platos cocinados en ambos restaurantes.
La película, producida por Steven Spielberg y Oprah Winfrey, cumple con todos los cánones de una comedia pensada para ser vista en familia: tiene varios personajes, de todas las edades, hermosos paisajes, un humor muy blanco, y por supuesto, una enseñanza detrás.
El principal problema que tiene esta cinta es su protagonista. Y con esto no hablamos del actor (Manish Dayal), quien hace muy bien su trabajo, sino del personaje. Hassan es muy talentoso, y además es gentil, inteligente y no le cuesta nada aprender. Estas virtudes hacen que al espectador se le haga difícil identificarse con él. En el cine, generalmente empatizamos con los personajes porque nos vemos reflejados en ellos, porque tienen problemas, porque son humanos. Incluso los genios como Sherlock Holmes tienen vicios o se enfrentan a sus demonios internos. Hassan sufre, tiene dificultades, pero parece que siempre está listo para enfrentarlos y salir adelante.
La cinta entonces tiene un conflicto principal tibio, endulzado además por los toques de comedia que abundan, que la hacen agradable, pero a la vez demasiado liviana para el espectador más crítico.
En este sentido, es mucho más interesante el personaje de Madame Mallory, interpretado por Helen Mirren, cuyo papel es mucho más completo, y tiene una evolución no tan obvia. El desprecio de esta mujer por el restaurante de enfrente es tan grande como su pasión por la buena mesa, y usará todos los medios a su alcance para ganar esta guerra. Así, las escenas donde ella participa son las mejores de la película, y una vez más Helen Mirren demuestra la tremenda actriz que es, y lo bien que escoge sus papeles. A esto hay que sumarle, la picardía que aporta el actor Om Puri, como “el Papá”, quien le da el humor y el corazón a la cinta, y Charlotte Le Bon como Marguerite, una hermosa cocinera, muy segura de sí misma, y quien será la primera en recibir a la familia de Hassan en Francia.
Una película agradable sin duda, pero a la que la faltó un poco de condimento para darle un sabor realmente intenso.
Y un consejo: no vaya a verla con el estómago vacío.
© Juan Carlos Berner
En Twitter: @jcbernerl