Nick Dunne (Ben Affleck) y Amy Dunne (Rosamund Pike) son una agradable pareja de profesionales neoyorkinos que viven en un suburbio de Missouri. Son jóvenes, atractivos y están por cumplir su quinto aniversario. Nick administra un bar local junto a su hermana Margo (Carrie Coon) y una mañana le avisan que vuelva a su casa pues el gato anda suelto, pero algo no se ve bien. Hay signos de pelea en la casa y Amy no aparece. Comienza entonces un frenético movimiento policial en su búsqueda a lo que en poco tiempo se suma la prensa. De un par de ojos buscando se suman miles, lo que inicia un hilo de juicios a priori y especulaciones sobre el posible destino de la señora Dunne. El errático comportamiento de Nick no hace otra cosa que llamar la atención de policías desconcertados y medios sensacionalistas, quienes no dudan en tirar la primera piedra. Quizás él tuvo algo que ver…
“Perdida” viene a ser el regreso triunfal de David Fincher en un thriller que a vuelo de pájaro es impecable y cuyos defectos solo salen a la luz escarbando, analizando o hurgando en detalles técnicos, estilísticos o narrativos que al final no le importan a nadie y solo quedan para el archivo. La historia está basada en el best-seller homónimo publicado en 2012 de Gillian Flynn, quien también escribió la adaptación cinematográfica y es quizás clave en el tratamiento narrativo que Fincher adoptó con fidelidad y que aportó con su experiencia y estilo. Porque ver “Perdida” es constatar el mejor ejemplo del cine que Fincher ha logrado consolidar en su carrera, gracias a películas como “Los siete pecados capitales” (1995), “El club de la pelea” (1999) o “Red social” (2010). Los recursos narrativos y vueltas de tuerca del guión generan la impresión de estar leyendo un buen libro de suspenso. En ese sentido, “Perdida” recuerda más a trabajos como “Zodiaco” (2007) y “La chica del dragón tatuado” (2011). En adición, la fotografía de Jeff Cronenweth, aliado de los últimos largos de Fincher, es otro punto clave en esa estética pulcra y tensa que a estas alturas ya puede llamarse como Fincheriana.
En “Perdida” existe un muy buen manejo del humor y de la sátira, sobretodo a los medios de comunicación y de cómo muestran verdades a medias que eventualmente no tienen ninguna relación con el contexto. Eso dentro de la historia, pero a nivel de audiencia, el juego sale de la pantalla, se nos invita a comprar el producto desechable y a sentirnos estúpidos por haberlo comprado. Los personajes son a fin de cuentas seres humanos que pudieron haber pasado por un mal momento, pero nuestra visión cortoplacista los destruye. En ese sentido, recuerdo cuando odiábamos a Walt Kowalski (Clint Eastwood, de “Gran Torino”, 2008), viejo racista y desagradable, que a los veinte minutos nos demostraba que era un gran héroe. En “Perdida”, de una forma mucho más potente, vemos como los ángeles caen y los demonios son entronizados. Personalmente, adoro cuando no sé qué diablos está ocurriendo y apuesto fichas al perdedor. Hacer eso sin que la audiencia se sienta ofendida es extremadamente difícil. El nivel de inteligencia en el entramado la vuelven una cinta estimulante.
Lo que nos lleva a la interpretación de los personajes. Gracias a cuidados flashbacks se nos presenta a Nick y Amy como una pareja de cuento que van conociendo poco a poco los sinsabores de lo que significa ser un matrimonio. Víctimas de la recesión estadounidense deben abandonar la vida hipster de Nueva York, para involucionar en el aburrimiento aburguesado de Missouri. Se nos plantea entonces una especie de traición de lo que significa renunciar a nuestros sueños en pos de una estabilidad financiera, como una especie de “Revolutionary Road” moderna (“Solo un sueño”, 2009). Si recordamos cómo terminaron las cosas entre Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en esa película de Sam Mendes (mal, muy mal, peor que como en “Titanic”), entonces la incomodidad se consolida por asociación. Esa tensión surge de los personajes, quienes gracias a Affleck y Pike se vuelven absolutamente verosímiles. Ben Affleck está viviendo por un momento increíble, y no solo como director. Por su parte, Rosamund Pike (“Orgullo y prejuicio”, 2005; “Jack Reacher: Bajo la mira”, 2012) por fin tiene la oportunidad de brillar como protagónica en una película que trascenderá. Porque “Perdida” huele a Oscar.
Las cuotas de importancia dentro del relato son medidas y se pasean desde los protagonistas hasta los secundarios. En auxilio de Nick llega la detective Rhonda Boney, una impecable Kim Dickens (“Un sueño posible”, 2009), quien a diferencia de la policía de “Búsqueda frenética” (1988), viene a ser una estandarte a la eficiencia, una especie de Columbo, capaz de ver más allá de las apariencias. Junto a ella trabaja el Oficial Jim Gilpin, un irreconocible Patrick Fugit (famoso por “Casi famosos”, 2000, valga el derivatio), como un policía crédulo y cuadrado. Más tarde van apareciendo pivotantes roles como los de Rand y Marybeth Elliot (David Clennon y Lisa Banes) los padres de Amy, quienes explotaron su imagen desde niña, en un torcido alter ego llamado “Amazing Amy”, una heroína de literatura infantil; Dessi Collings (Neil Patrick Harris) el extravagante, supuestamente violento ex novio de Amy, quien aparece en medio de la búsqueda de la desaparecida, aportando sospechas e intriga; o el de Tanner Bolt (Tyler Perry, el mismo de las comedias de “Madea”), abogado astuto y mediático, quien surge como posible defensa de Nick cuando las cosas empiezan a salirse de control.
Personalmente me alegré de no haber leído el libro, pues disfruté de cada giro, cada sorpresa, pero terminé exhausto, no por el metraje pues en el fondo no quería que la película terminara. Probablemente la duración pudo haber sido menor a los 149 minutos, pero esa falencia es debatible. Lo que cansa de “Perdida” es la inmundicia y la tensión. Se presenta una galería de personajes con los cuales se siente empatía, pero una vez que se les vuelve a ver sin la careta que los protege, no es posible asimilarlos de la misma forma, tal como en la vida misma un desencuentro provoca un quiebre y prima la desilusión, una antipatía por sobre las apariencias. Ya los conociste de verdad y no hay nada que hacer.
Cabe señalar que si bien el final se siente frustrante, es el correcto. Durante la mitad de la película los principales secretos ya han sido revelados. Algo parecido a la forma (no al fondo, Dios lo no lo permita) al final del primer acto de la ultra comercial “Durmiendo con el enemigo” (1991). Sin embargo, otros nuevos secretos surgen y mantienen, e incluso elevan, el nivel de intriga. La percepción del letargo es porque la intensidad decae en el tercer acto, una vez que los nuevos misterios son descubiertos y lo que queda son solo perturbadoras conclusiones.
“Perdida” tiene la gracia de aportar con una trama multifacética y una doble (hasta triple) lectura social lo que la vuelve un producto valioso desde el punto de vista intelectual, así como un objeto de entretenimiento. Es una historia que promete el cielo del romanticismo, pero que va mutando en un misterio hitchcockiano que a la postre es un infierno de engaños y malicia.
© Hugo Díaz
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