Crítica de cine: “Oldboy”

 Crítica de cine: “Oldboy”

¿Les cuento un chiste? Primera escena: Un japonés hace un manga. Segunda escena: Un coreano lo adapta. Tercera escena: Un gringo hace un remake ¿Cómo se llama la película? ¡”Oldboy”! ¡Jajajajaja! ¡Qué chistoso! Bueno, ahora que reduje el número de visitas de la página a la mitad, prosigamos.

Como en “Godzilla” (2014), a los gringos les gustó dejar su sello en producciones orientales. Esta vez, el afortunado/víctima fue la cinta de Park Chang-Wook y manga de de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi. Lo interesante es que, lo que inicialmente se planteaba como un remake de la cinta de Park, acabó incorporando varios elementos del manga original, cuya historia difiere en muchas cosas de la famosa adaptación coreana. Estrenada en noviembre de 2013, llegó a nuestros cines hace poquito, porque si salía antes de que pudiese ser bajada de Internet, corría peligro de que la gente la fuese a ver a los cines, y podrían ganar un poco de plata accidentalmente…

Como todo buen director, Park, en su versión coreana, no se limitó a contar la misma historia, le hizo un montón de cambios, la impregnó con su propia identidad, la hizo mucho más cruda, macabra y fuerte. Emocionalmente desgarradora, se convirtió en una de las pocas obras que trascendieron a la original en la que se basaron. Por eso es que una versión gringa, como en la mayoría de los casos, anunciaba peligro. Basta recordar la “Godzilla” noventera o “Dragonball Evolution” para rasgar vestiduras cuando nos enteramos del proyecto. Pero la verdad, no fue para tanto.

A pesar de las diferencias, el motivo del éxito de la historia en estos tres casos es el mismo. Conecta con algo con lo que todos nos podemos identificar: la angustia y desesperación que sufriríamos si de pronto, un día, mientras caminamos por la calle, alguien nos secuestrara y nos retuviera por años, quitándonos nuestra vida, nuestros proyectos, nuestros amigos, pareja, sin dejar ningún rastro de nosotros para el mundo, que poco a poco nos va olvidando. Un secuestro que no busca causarnos daño físico, en el que no conocemos al captor o a sus motivos. Y por si eso fuera poco, un día cualquiera, al azar, decide dejarnos libre con la misma poca cantidad de información. A partir de ahí, las historias comenzarán a diferir cada vez más respecto a las razones del captor y las aventuras del protagonista, Yamashita en el manga japonés, Oh Daesu en la película coreana, o Joe Doucett, como se le llamó en la cinta de Spike Lee. Josh Brolin es el encargado de dar vida a este sufrido antihéroe.

Si bien la película incorpora elementos innegables del cine gringo, estos no son tantos como para que la historia se prostituyese. La historia sigue siendo sumamente cruda, pero a su manera, por ejemplo, si en la película de Park, Daesu tortura al guardia sacándole los dientes con un alicate, acá Doucett lo hace pegándole con un martillo o desgarrándole la garganta. Pero sin duda lo más interesante de la película de 2013 y que nadie se esperaba, es que esta posee elementos del manga original, aunque claramente está más inspirada en la película de Park, tratando de emular la crudeza, la sordidez del final y el anti heroísmo del protagonista. Por ejemplo, en la versión de Lee aparece el amigo del protagonista que regenta un bar y que le sirve como enlace con el mundo exterior, del que estuvo privado diez años. Este amigo es un personaje original y exclusivo del manga.

Quizás lo que hace a esta película un producto aceptable (no genial) es que está ambientado en un mundo que es fácil de imaginar en un contexto extranjero: Una ciudad tremendamente ruidosa, llena de gente que trabaja y edificios, cada uno ocupado de sus propios problemas, una corporación fría y despiadada que controla los medios y dispone de infinitos recursos para atormentar a un pobre desgraciado, dirigida por un antagonista rencoroso y calculador, con motivos que nos tienen intrigados hasta el final. Es decir ¿Quién podría odiarte tanto como para hacerte esto? En términos narrativos, es un éxito seguro. No cuesta mucho trasladar estos elementos del mundo japonés, al coreano y luego al gringo, y la transición no queda tan forzada culturalmente como en muchos otros casos. De hecho, sale mucho más natural que en “El aro” (1998), por ejemplo, en el que el terror oriental le daba un gustillo que se perdió absolutamente en la nueva versión de 2002.

A pesar de todo, el final es desgarrador y crudo, aunque los elementos visuales de la película en general no son tan impactantes y caricaturescos como los de la película coreana. Probablemente, si no has visto la versión original, la encontrarás interesante (¿no te molesta que te tutee, verdad, querido lector? ¿O prefiere que lo trate de usted?). Si ya conoces la versión de Park, hallarás en esta película una adaptación respetuosa, cuando mucho, que se esfuerza por no permanecer a la sombra de su original, con éxito mediano.

Por © Felipe Tapia, el crítico que nunca los abandonará (Aunque lo deseen con todas sus fuerzas)

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