Crítica de cine: “Mapa para conversar” y “Mi último round”

Ésta semana se estrenaron dos películas chilenas que dentro de sus contenidos, hablan de homosexualidad: “Mi Último Round” y “Mapa Para Conversar”. Y no llama la atención que este tema cruce algunas de las películas hechas últimamente en este país, pues así como otros asuntos han permanecido escondidos durante décadas, éste es uno que sigue siendo tabú. Sorprendentemente. De primeras cuesta creerlo, pues la homosexualidad es tan común como la heterosexualidad y es muy probable que los homosexuales estén lejos de ser una minoría. Pero luego de darle un par de vueltas, no debiera sorprender tanto, porque el juicio social respecto a la vida personal de los otros, es el hábito favorito de un lugar donde todo se juzga: De quién te enamoras, cuando te enamoras, cómo te enamoras.

Prácticamente toda la gente; heterosexuales y homosexuales, creen tener el derecho de opinar, ensalzar y resolver, respecto de las decisiones personales de la vida amorosa de la gente: qué fea la polola; enfermo de  picante el hueón; yo no les doy mucho tiempo; ¿y a ésta no le gustaban las minas?; anda con él por los puros contactos; cambia de pololo como quien cambia de calzón; la guagua no es de él ¿ah?; amores de rodaje duran hasta el montaje… Y así, mientras más sabrosa sea la versión, sin importar cuánto de verdad haya en ella, más lejos llega. Será por los juicios y prejuicios, que cuando nos emparejamos sí nos importa lo que vayan a decir los demás, partiendo por nuestra familia. En una manía medio infantil, nos esmeramos porque “quieran” a esta nueva persona que nos acompaña; queremos que nos vean felices, porque ahora sí que es amor de verdad. Y lo mismo cada vez.

Pero ¿qué pasaría si el prospecto fuera de nuestro mismo sexo? En “Mapa Para Conversar”, Roberta (Andrea Moro) es una joven lesbiana un tanto inmadura, que necesita que su familia acepte a su novia, tal vez para poder aceptarse ella misma. Convencida de que el resultado de este intento será desastroso, se embarca en la aventura de pasar un día completo con su novia Javiera (Francisca Bernardi) y su madre Ana (Mariana Prat ), nada menos que sobre el velero de la familia,  creándose un universo físico tremendamente novedoso en el cine chileno, que termina siendo lo más atractivo de esta película que nos transporta de inmediato a la primera de Roman Polanski “Cuchillo al agua”, una de esas películas que aparentemente se tratan de nada, pero lo dicen todo. Y tal vez esa es la mayor falencia de “Mapa Para Conversar”; pues repleta de diálogos construidos desde ese intelectualismo bien maqueteado, que en la vida real a veces puede ser divertido (o aburrido), intenta mostrarnos el mundo privado de tres personajes, que entre tanta figura verbal, finalmente no logran decirnos nada. En esta película, todo parte de una manera y termina de la misma y no logramos empatizar ni un poco con un conflicto que rápidamente deja de ser. Las tres actrices hacen su mayor esfuerzo por armar las escenas, pero sin la protección de un teatro y con la cámara encima, es difícil pedirles que transmitan de manera creíble ese texto o que construyan personajes más cercanos para el espectador.

Desde la butaca, a medida que avanza, lamentablemente uno suele preguntarse cuál es la idea, qué se quiere decir, pues al contrario de lo que uno podría suponer con la casi infalible fórmula historia-intimista-equipo-pequeño, la película carece de la sencillez clave para poder humanizarse con los sentimientos que pudieran estar experimentando los personajes que nos cuentan su historia.

Sin embargo, siendo la primera película de Constanza Fernández, una directora valiente (porque hay que serlo para dirigir la historia a tu manera, pase lo que pase, digan lo que digan), se espera que en una próxima oportunidad logre distanciarse, para permitir que la película importe más que ella misma; donde podamos ver la humanidad de los personajes, más que los accesorios que los visten; donde sea capaz de soltar el material a un montaje que no incluya necesariamente cada segundo de plano filmado y donde no se esmere tanto en mostrarse una directora inteligente (porque además debe serlo), sino que entregue a sus personajes la guía para que cuenten su historia propia y así nos acompañen a nosotros como espectadores, desde la salida del cine, hasta nuestras casas. O más.

Muy por el contrario, “Mi Último Round” es capaz de sintetizar en un tiempo que probablemente es más de lo que se percibe, una historia de alto calibre emocional, con una crudeza tan cercana a la realidad, que se nos olvida que estamos viendo una película y desde el inicio comenzamos a ver la historia de esas personas. Rápidamente los personajes nos interesan y mucho.

Aunque sabemos lo bueno que es, Roberto Farías sorprende en su actuación, luciéndose con cada pequeño gesto, cada intención, cada cosa no dicha y hasta cada chuchada, porque logra garabatear media película y jamás molesta. A su lado, Héctor Morales impecable, no se pasa ni una gota de lo justo y necesario en la emoción y transmite siempre con un cuerpo frágil (la postura, el rostro) los verdaderos temas que hablan en la película: la soledad y la miseria. Notable es el momento en que Hugo seca el agua del piso del departamento de pobres en que viven, vestido de camisa y corbata, luego de otro día de aspirar a algún trabajo mal pagado, para poder seguir sobreviviendo. Manuela Martelli a su vez, por fin saca la voz y aunque volvemos a verla de adolescente (bueno, puede), nos conmueve con un grito cargado del dolor que se siente cuando se revolotea cerca del precipicio.

Julio Jorquera también con su primera película como director, logra hacernos parte de una historia que parte mal para terminar peor, en un viaje tan amargo que da frío, pero sin agotarnos, nos lleva entre los árboles húmedos de una ciudad poco agraciada del sur de Chile y el smog de este Santiago descolorido, ignorante, pobre. El Director sabe que sus personajes nacieron para perder y así los quiere, tal cual son, sin dudar.

“Cambia la cara”, dice Octavio (Farías) a Hugo (Morales), con la liviandad de una frase tan cotidiana como potente, pues refleja sin quererlo, una de las claves de la película,  combinando la torpeza y falta de compasión, con la soledad empedernida del que está triste, que sufre porque así ha vivido siempre, que miente, que engaña, que calla.

Tratados así, todos estos temas resultan mucho más interesantes que la materia específica de la homosexualidad, que en esta película funciona muy bien como parte de la construcción del los personajes, pero poco importaría si no lo fueran, porque finalmente es el contexto social en un país de Latinoamérica que bajo el disfraz de prosperidad, ya no quiere mostrar su miseria; pero que cada día más masiva, se va haciendo también más evidente.

©Por Magdalena Chacón.

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1 Comment

  • Creo que julio jorquera ha llevado hasta otro punto la homosexualidad, pues la película “mi ultimo round” muestra de una forma u otra como habló alguna vez Roberto farias, la historia de dos jóvenes que están juntos por soledad, no eran homosexuales, simplemente necesitaban compañía y eran lo único que tenían cerca y se crea esa relación amorosa entre la necesidad y el cariño, cuando la vi me sorprendió realmente, el nivel de crudeza, la forma del relato, todo!, gran película de a poquito chile saca la cara y bueno la otra película habrá que verla para opinar.

    gran pagina C:!

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