Crítica de cine: “El quinto poder”
El valor es contagioso
Sabido es el poder que da el anonimato de Internet. Nos libra de culpas, nos redime de opiniones políticamente incorrectas, pero lo más triste es que el uso que comúnmente se le da a ese poder es para acosar, trolear, burlarse o descalificar. Pero ¿Y si abrazáramos una causa más altruista y utilizáramos el poder del anonimato para luchar contra los poderosos y la injusticia?
Ese es el concepto desarrollado en la película “El Quinto Poder”, dirigida por Bill Condon. La historia se trata básicamente de los inicios de Wikileaks y la explosión del periodismo ciudadano que ha ido cobrando fuerza hasta estos años, adquiriendo un protagonismo notorio en los movimientos sociales y las revoluciones.
Julian Assange (Bennedict Cumberbatch) y Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl) se reúnen para crear un portal que denunciaba la corrupción y mantenía en el anonimato a las fuentes, protegiéndolas de represalias, mediante un ingenioso sistema para camuflarse entre fuentes falsas. La invulnerabilidad los dota de un poder casi absoluto, y bueno, ya saben a lo que lleva eso.
Las caracterizaciones son claras y sin medias tintas, y el contaste es evidente, como en el Quijote o la pareja de policías: Julian es el excéntrico conspiranoico y resentido, y Daniel es el hipster adorable, templado y bonachón que busca justicia. Ambos serán un verdadero dolor de cabeza para los poderes fácticos, e irán reclutando adeptos a lo largo de toda la trama, desarrollando la idea propuesta por Julian: “El valor es contagioso”.
La película funciona bastante bien como concepto, es decir, hay una deconstrucción y análisis de los pros y contras del periodismo ciudadano, lo importante que es comprobar las fuentes, y hasta qué punto es ético instalarse como denunciante de los secretos de todos los vecinos para luego volverse solo un delator inconsciente.
Sin embargo, el concepto es el punto fuerte de la película. A pesar de las carismáticas caracterizaciones de los personajes, la trama sigue demasiados patrones de las películas de “auge y caída de algo”, con todos los conflictos típicos del caso. Hay una subtrama pseudo romántica que existe en función de alertar sobre el nivel de compromiso que un ciber activista debería tener, pero sumando y restando no aporta mucho.
La narrativa sí es interesante y hay escenas que son metáforas visuales de lo que está pasando en la red, mediante una escenografía con una sala llena de escritorios con sendos computadores, lo que la vuelve original. Sin embargo, creo que hay que ignorar la narrativa y concentrarse en el mensaje de fondo, el cual constituye un profundo análisis de cómo han cambiado las relaciones entre los medios informativos y los ciudadanos, quienes han adquirido un poder inimaginable en los años noventa. Por supuesto, Internet ha jugado el rol principal en ese aspecto, y si bien se ha ganado en transparencia y desconcentración, hoy en día lidiamos con un bombardeo informativo desproporcionado y que debemos ser capaces de seleccionar y discriminar.
Es una película interesante y recomendable para todo aquel al que le interese el tema del espionaje cibernético y los dilemas éticos implícitos. Sin embargo, la cantidad de datos técnicos computacionales pueden hacer que el que no es nativo digital pueda perderse un poquito en lo conceptual, y también en los hitos históricos referidos, que son contados como a la pasada, lo cual se entiende porque no son el tema, pero a uno le habría gustado que contextualicen y desarrollen un poquito más. Después de todo, se trata de una película sobre informar y contar la verdad.
© Por Felipe Tapia, el crítico patrocinado por las más importantes marcas.