Crítica de cine: Dios del piano
Anat es una mujer que vive para la música. Proviene de una familia de reconocidos pianistas por lo que su apellido tiene valor en la sociedad. No felizmente casada llegó el momento de concebir su primer hijo. Pero el destino le tiene deparada una muy mala broma, la que ella va a sortear recurriendo a una horrible artimaña, con tal de lograr el propósito de que su hijo siga sus pasos y se convierta en un gran pianista, en un dios del piano.
“Elohe hapsanter” (2019), su nombre en hebreo, es una película israelí del director Itay Tal, siendo éste su primer largometraje. La sitúa en tiempos modernos, pero podría estar ambientada sin problemas en épocas atrás. Existen ciertas continuidades que no funcionaron bien, pero en general la historia está bien contada y encamina a una conclusión que trata de explicar las decisiones, buenas o malas, que se tomaron desde un principio. Y el espectador juega ese rol desde el inicio, siendo testigo y juez de una historia que comienza con lo que para la mayoría de las personas puede significar una abominación.
Técnicamente, el largometraje usa buena fotografía y sonido, pero sin destacar. En la edición se presentan algunos problemas, que afortunadamente no logran molestar del todo.
Lo más rescatable es la parte valórica, en donde se plantea una vida inusual para un niño de 10 años, en la que su vida se ha construido al lado de un piano, con una madre poco empática y también poco cariñosa en pro de hacer de su hijo una celebridad en música docta, con los inevitables precios familiares y sociales que se deben pagar.
Delicada pero intensa película que nos pone al frente de un dilema social que existe en muchos hogares alrededor del mundo, pero que disfraza tras personas aparentemente normales. Destaca el hecho de ir entendiendo escenas que se muestran en un principio y que van haciendo sentido a medida que avanza el filme, aunque eso significa que uno, inconscientemente, arrugue la nariz.