Crítica de cine: “Caminando entre tumbas”, un thriller de la vieja escuela
Crímenes e investigadores privados son la pasta que nutre ciertos thrillers, sobretodo en la cinematografía americana. Se han hecho tantas películas de este tipo que los lugares comunes son inevitables y pueden ser percibidos desde la pantalla más rápido de lo que uno quisiera. Con gusto puedo decir que “Caminando entre tumbas” (“A Walk Among the Tombstones”) evade gran parte de este problema y sale bien parada gracias a su austeridad, inteligencia, estilo y compromiso con la historia, basada en la novela homónima best-seller de Lawrence Block (1992).
Liam Neeson interpreta al anti-héroe Matthew Scudder, un investigador privado, alcohólico en recuperación y ex policía de la ciudad de Nueva York, quien se ve enredado en un sórdido encargo relacionado con investigar el secuestro de la esposa de un narcotraficante, punta del iceberg de lo que en realidad se trata de una cadena de asesinatos sin ningún motivo aparente ni esperanza de ser resueltos. Con el alma rota por un trágico error del pasado, que lo obligó a retomar las riendas de su vida apoyado en reuniones de A.A., Scudder es claramente un hombre de naturaleza pragmática y reflexiva. Metódicamente inicia la clásica investigación vertiginosa que nos lleva a descubrir, pista tras pista a una galería de personajes de mala vida, violentos y tan trizados como él. La diferencia entre el modelo clásico y el resultado que expone “Caminando entre tumbas” es la fidelidad, concentración y simpleza con la que el guionista y director Scott Frank adapta el material . Me atrevería a decir que esta película es tan simple que felizmente la llamaría una anti-Michael-Bay. No digo que sea fome, sino acotada, no limitada, mas bien sencilla. Con esa sencillez que despierta empatía, porque se siente natural. Como una película antigua, calmada, no de nuestra época.
Ayuda a que esté ambientada en 1999, con guiños muy precisos a una época que aún no se define en qué punto de la nostalgia humana se encuentra. Los 90 comienzan a ser los nuevos 80 dentro del síndrome de la edad dorada, y en el caso de esta película, la ambientación refleja lo suficiente para contar y no distraer: letreros del Y2K, las torres gemelas bien, bien al fondo, celulares apenas presentes, (salvo por un par de escenas decisivas, quizás para darle dinamismo a una trama que de otro modo se hubiera estancado) y un internet 1.0.
Neeson es la única cara reconocible de todo el reparto que, en general, sustenta un buen trabajo. Liam Neeson es de un tiempo a esta parte el héroe de acción de éxito tardío. Le quitó la pega a Harrison Ford, no solo en parte de la disponible oferta laboral hollywoodense para hombres categoría sub 67, sino literalmente en esta película, en la cual la producción alguna vez consideró a Han-Solo como el Matt Scudder ideal. En todo caso, decir que la película se sostiene exclusivamente en el talento de Neeson sería mentir. Lo que ocurre es que su experiencia está quizás en un nivel levemente superior.
Aquí debo señalar que Matt Scudder como personaje cuenta con una envidiable salud literaria, que incluye cerca de 18 títulos entre 1976 y 2013, por lo que no debe sorprender que esta no sea la primera vez que lo vemos en la pantalla grande. El debut vino de la mano de Hal Hashby en 1986, quien dirigió a Jeff Bridges en el rol de Scudder en la mediocre “Morir mil veces” (“8 Million Ways to Die”). Desde ese punto de vista, la interpretación de Neeson viene a ser una especie de reivindicación.
“Caminado entre tumbas” se disfruta en la medida en que uno se involucra con la historia del detective. En ese sentido, las relaciones entre los personajes recuerdan a una típica película de Clint Eastwood, en donde las escenas, planos y diálogos se desarrollan respetando la naturalidad, mas que el recurso técnico distractor. Como buen personaje detectivesco, no podríamos ser empáticos con Scudder si no le viéramos su lado B, o en este caso, lado paternal, pues el sidekick de turno es T.J. (Brian “Astro” Bradley), un niño afroamericano preadolescente y vagabundo con un talento natural para el dibujo. T.J. despierta el interés de Scudder por mantenerlo en el buen camino y ayudarlo sin entrometerse. Por su parte, el retraído T.J. quiere saber el proceso de cómo Scudder se gana la vida, al punto de ofrecerse como su ayudante en la investigación , a veces por las buenas y otras por las malas.
Violenta acorde a nuestros tiempos, “Caminando entre tumbas” debe su titulo a la naturaleza del caso, en la que otros asesinatos deben investigarse para poder aclarar el encargo y de paso, intentar que la fatalidad se repita en el futuro. Ahora bien, de que es sangrienta, lo es. A veces llega a ser un poco gore, por lo que el hecho que la distribuya Walt Disney en países de Latinoamérica, demuestra una máxima expresión de tolerancia. Walt debe estar revolcándose en su refrigerador. Es este tono oscuro, y trama sicológicamente compleja, lo que permite que no extrañemos el cliché del “interés amoroso” del investigador. En este filme plagado de testosterona, la mujer (como género) es un macguffin, más que un apoyo de reparto.
Con sangre y todo, la película mantiene una forma atractiva de contar la historia, sobre todo en su tercer acto, haciendo una interesante analogía que referencia cómo los torcidos acontecimientos pueden llegar a ilustran los doce pasos de un alcohólico anónimo. Giros algo predecibles, pero no menos interesantes, hacen que “Caminando entre tumbas” demuestre ser una película recomendable por encima del promedio de las películas de misterio y crimen.
© Hugo Díaz
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