Crítica de cine: “Boyhood”
La infancia es el lugar al que siempre regresamos. Ese escenario, que el cine en muchos casos ha idealizado, es la materia prima con la que trabaja “Boyhood” de Richard Linklater. Aquel espacio de tiempo que marcará nuestra personalidad, sueños y frustraciones futuras, no es solo un lugar de fantasías. Está lleno de temor, desconfianza, cuestionamientos, ingenuidad e intuición. Y a lo largo de esta película podemos ver claramente como esos elementos se conjugan en acciones simples y cotidianas, que nos exhiben “la vida” de un niño desde los seis hasta los 18 años. Eso es lo que me conquistó de esta película.
Si bien es cierto, la proeza cinematográfica de filmar durante 12 años con los mismo actores ya es un merito incuestionable, yo me quedo con la mirada de Linklater, sobre el acto de crecer. Porque la película es eso: a lo largo de 170 minutos vemos a una persona pasar por la etapa más extraña y desconcertante de la vida, de la niñez a la adultez. No se trata de una historia intensa, al contrario quizás resulta demasiado común, pero el pulso de Linklater para llevarla a cabo es cautivante.
El personaje central, Mason (Ellar Coltrane) no es un genio, tampoco un rebelde. No es adicto a nada ni tiene ninguna enfermedad. No es particularmente elocuente ni tampoco demasiado divertido. Es un niño promedio, que se enfrenta junto a su hermana (Lorelei Linklater), a la separación de sus padres, a la vida de esfuerzos de su madre (Patricia Arquette), a los intentos de ella por formar una nueva familia y sus fallidas relaciones con otros hombres. A los cambios de ciudad, a la figura de un padre (Ethan Hawke) que aparece y desaparece, siempre lleno de buenas intenciones.
Él simplemente observa, participa en lo que puede, acepta lo que le toca. Un paseo al bosque, un nuevo colegio, un romance adolecente. En la medida que pasan las casi tres horas de metraje, el personaje se va haciendo más hosco. Tal como para su madre, a los que presenciamos la película, el personaje se nos vuelve una incógnita. ¿Qué quiere? ¿Cómo es en realidad? ¿Cómo va a actuar frente a tal o cuál situación?
En este sentido, la dirección de Linklater es sobresaliente. Todo el misterio adolescente queda plasmado en la cinta, sin esbozar ninguna trama demasiado enrevesada. La psiquis del personaje se despliega en pequeños momentos, en ciertas miradas, en algunos gestos. Poco a poco va saliendo de su caparazón y al llegar el momento de irse de la casa es otro y en algo podemos entender qué es lo quiere en realidad. También podemos entender la reacción de su madre, porque de alguna forma también fuimos testigos de ese crecimiento.
En este sentido, es interesante pensar en el concepto de “aburrimiento”. Esta es una película que si bien exhibe cambios físicos que ni los mejores efectos especiales pueden imitar (el paso del tiempo real es inigualable) los presenta en medio de situaciones tan triviales que no producen ningún sobresalto. El transcurrir calmo de la cinta tampoco contribuye a ninguna montaña rusa de emociones. Sin embargo ésta sí es una película asombrosa, lo es por su ética, por su humanidad, por su intención consciente de “irse por las ramas” para al final mostrar el árbol completo, como antes no lo habíamos visto.
“Boyhood” es una obra impresionante en su sencillez. Es una aventura calmada y contemplativa sobre esos momentos que cada uno tuvo que vivir y que más tarde observamos desde lejos en hermanos, vecinos, primos, siempre con desconcierto y duda. Es una cinta repleta de actuaciones sutiles y precisas que no necesitan largos diálogos o escenas demasiado crudas para convencer y conmover. Es una muestra de lo poderosa que puede ser una experiencia cinematográfica.
© Por Aldo Vidal
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