Crítica de cine: “Blue Jasmine”
Jasmine (Cate Blanchet) es una neurótica mujer de clase alta que acaba de sufrir un ataque de nervios al asimilar que su multimillonario y perfecto esposo Hal (Alec Baldwin) es en verdad un estafador mujeriego. Tras verlo caer a la cárcel y quedar en bancarrota, debe acudir a su hermana en San Francisco con quien las distancias no son sólo familiares.
Bajo esa premisa, “Blue Jasmine” pareciese ser otro intento de personificación de una clase alta desconectada con la realidad. El título sería una vinculación directa con esa pretensión de un mundo refinado y correcto, por lo cual es interesante entender cómo Woody Allen logra no sólo cuestionar al personaje y sus búsquedas, sino que al constructo social, lo cual permite un distanciamiento entre una sinopsis cercana a la tierra y un título rimbombante que intenta decorar y ensalzar las características políticamente correctas.
Esta razón nos obliga a evitar develar mayores detalles sobre el trabajo de guión. La lógica clásica de una gran promesa y una invitación a descubrir el viaje, es la trampa puesta para que los personajes descubran su realidad y (en un proceso inverso al convencional) reciban la expectación, la sorpresa y las conclusiones que nosotros (al mismo tiempo como espectadores) ya habíamos comprendido. Aquí somos narradores que comprendemos lo que ocurrirá y estamos invitados a presenciar la comprensión de humanidad y su mortalidad. Por lo mismo, de antemano, sabemos qué va o qué podría suceder pero, como todo proceso, su magia no radica en concluirlo sino que en descubrirlo.
Y si existe una comprensión del medio y una redefinición del universo, es necesario entender cómo se desarrollan los personajes y cómo esta vez tienen un marco ideal donde poder mostrarse. La elección de San Francisco es una decisión consensuada y lógica en la que encuentra no una excusa sino una consecuencia. Del mismo modo, la sutil forma de desnudar capa a capa el argumento y el cómo lentamente los personajes desnudan prenda a prenda sus rasgos distintivos hasta volverse reales, son el motivo para entender que, más que nunca, hay algo que decir. Esta vez lo que hay debajo es un personaje complejo, cuidado y que inteligentemente le han sabido construir características que se mezclan y confunden a modo de despistar a su ambiente. La neurosis, la burguesía, la ausencia de los problemas comunes y la egolatría siguen ahí, pero esta vez son reales. Lo que en algún momento se volvió detestable y artificial, hoy se vive y se entiende.
Más que una obra que redefina su filmografía, Woody Allen entiende y sitúa un mundo del mismo modo que en los 80, pero donde hoy busca un espacio con el cual dialogar. No es un discurso nuevo, más bien es lo que debió decir. Como si las banalidades y la reiteración hubiesen quitado un espacio vital con el que se pudiese haber construido una obra más pesada, en la que Allen narrase su punto de vista y no la imagen de lo que el resto creía de él. “Blue Jasmine” es un baño de aceptación y una concreción de un punto de vista que se vio perdido o que bien nunca logró completarse.
©Por Ignacio Hache
@Ignacio_Hache