Crítica de cine: “Amour”
“Amour”, de Michael Haneke.
He pensado durante varios días cómo empezar esta crítica. Quizás debiese abrir con algo gracioso sobre la entrega de los Oscar y la derrota de “No”. Tal vez debiese cranear una línea irónica o algún comentario sutil e inteligente que los deje intrigados y con ansias de ver la película. A veces pienso que la mejor manera de enfrentarme al papel es el ejercicio terrible de enumerar obras que hayan tratado la vejez y la muerte próxima, a modo de indicar lo nuevo que viene a ofrecer esta entrega. Pero mientras más pruebas-y-errores escribo más siento la necesidad de dejar espacios en blanco. Mientras más palabras conecto, más me grita el silencio. Porque por más calificativos que se me ocurren al tratar de titular este texto, más siento la necesidad de simplemente llamarlo: “Amour”, de Michael Haneke.
Por lo general, mi teclado es una discusión interna entre cuántos barcos llegaron al puerto y a cuántos de ellos les entró agua en el camino. En otros casos la lógica pasa por explayarse sobre la propuesta que hay detrás y desde la interpretación del trabajo del artista. Pero hay casos en que la crítica debiese simplemente callar. No porque carezca de calidad, sino más bien para no rellenar esos espacios que conscientemente el autor dejó vacíos.
De esta manera, y en consecuencia con la obra, mis comentarios no ahondarán en explicaciones burdas sobre de qué ‘trata’ o cuántas ‘estrellas’ se merece, principalmente porque “Amour” es una película que a lo largo de todo su metraje (y tal como trabajos anteriores de Haneke, especialmente “El tiempo del lobo”) busca dosificar la entrega de información acorde al desarrollo propio del personaje. No es una búsqueda por demostrarnos algo o una persecución por persuadirnos en un mensaje, es un intento de reflejar en sus personajes los rasgos que para él hacen la vida, ya sea el deseo carnal de la naturaleza misma o el momento hobbiano en que el hombre destruye a su par simplemente porque debe hacerlo. Tal como la vida ocurre en momentos específicos sus protagonistas viven frente a la pantalla a través de pequeños grandes momentos que radican su fuerza en el descubrimiento propio de alguien que se enfrente a un cambio (por primera y única vez). Quizás la insistencia de Haneke por utilizar a una actriz como Isabelle Huppert es parte de esa misma búsqueda de vida intrínseca a su cine, y como era de esperar, una vez más ella no se percibe como una actriz a quien pudiésemos criticar si lo hace bien o mal sino que nos enfrentamos a una mujer de carne y hueso y que por ende nos obliga a preguntarnos quiénes somos nosotros para juzgarla (tal y como sucede en “La profesora de piano”).
Asimismo, la violencia propia de los personajes de Haneke se siente paradójicamente lógica. No es ajena ni distinta, es parte de nuestra historia por más que muchos no veamos nuestros caminos afectados por ella. Y quizás aquí radica el principal valor de esta obra en comparación con toda su gran filmografía: “Amour” debe ser la película más accesible que Haneke haya filmado a la fecha. No precisamente por el tema que trata sino por el cine que abarca. Porque el cine como búsqueda de la verdad desde la mirada particular de un autor se transmite desde cada plano a cada decisión de arte al punto en que nos olvidamos completamente de la cámara, de la luz, del sonido, de los colores, de las formas y de pronto ese espacio frente a nosotros ya no está construido. Lo bonito es que tampoco somos parte de él. Somos testigos. Testigos de personas descubriendo su vida. Disfrutando de sus días. Recordando lo bello que es vivir. Soñando con sus propias vidas. Disfrutando más del sueño vivo que de la realidad presente. Sintiendo que la muerte acecha. Pensando en lo lindo de soñar. Disfrutando más del sueño que de la vida misma. Entendiendo que la vida está en la capacidad de soñar. Y de pronto desear morir para poder seguir soñando.
Quizás “Amour” no es una película perfecta, pero sí es un acto de vida. Y tal como la vida, no pretendemos que sea perfecta sólo que sea real.
(c) PorIgnacio Hache
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