Crítica de cine: “12 horas para sobrevivir”

 Crítica de cine: “12 horas para sobrevivir”

Una buena distopía futurista no necesariamente tiene que tener robots asesinos o estar ambientada en un futuro distante post nuclear. No, a veces el terror está a una década de distancia y encarnado en seres humanos normales. El universo de “The Purge” (“La noche de la expiación”) es un Estados Unidos en el que los Nuevos Padres Fundadores llegaron a la conclusión de que para reducir al mínimo la tasa de crímenes, hay que hacer que delinquir sea legal por una noche. La noche de la purga. Gracias a este chipe libre, la ciudadanía sacia sus impulsos violentos con tutti por unas horas y permanece en calma durante el resto del año. Un fenómeno social bastante similar a lo que ocurre con países sometidos a altos índices de estrés y opresión, los cuales liberan una o dos veces al año su frustración por medio de pomposas fiestas de la independencia, carnavales desenfrenados y borracheras colectivas. Solo que aquí la fiesta se trata de salir a matar.

“The Purge 2” es bastante similar y a la vez bastante distinta a su predecesora, esta vez le llega con el título “12 horas para sobrevivir”, aunque la historia se entiende igual por tratarse de una trama totalmente independiente, aunque con muchas similitudes con la primera parte, pero claro, la historia se para por sí misma, con varios rasgos que la distinguen de “La noche de la expiación”. En primer lugar, no transcurre dentro de una casa, sino en las calles mismas, lo que multiplica las posibilidades de peligro. Además, esta secuela contiene una pseudo lectura social al retratarnos un mundo en el que la clase pudiente y el Gobierno salen a matar a los pobres no para reducir los crímenes, sino la tasa de población. Los ricos son vistos como un grupo decadente y hedonista, que se divierte comprando pobres y cazándolos como animales, por pura diversión.

Hasta aquí todo bien. Lo malo son los estereotipos que abundan en la película y que le hacen sombra a las problemáticas sociales que buscan desarrollar. A estas alturas, un motociclista con cadena debería dar risa, no miedo. Y menos si se viste como fan de Slipknot. Los mismo para los malosos con máscara de payaso. El protagonista Leo Barnes (Frank Grillo) es el típico chico duro y solo contra el mundo que intentará proteger toda la película a cuatro civiles inútiles y llorones (Zack Gilford, Kyelle Sanchez, Carmen Ejogo, Zoë Soul).Y por si esto fuera poco, por alguna pésima idea, se molestan en contarnos sus vidas personales antes, durante y después que comienzan a balearlos.

El problema con hacer la película en la calle y no en una casa, es que eliminas la mayor parte del suspenso. Si la fórmula funcionó en la primera parte, era porque los personajes estaban dentro de una casa, atrapados con un desconocido y con un grupo de psicópatas a punto de entrar. No sabías qué había en la habitación de al lado y menos si el resto de la familia estaba cerca o no. Pero acá, los personajes estaban a campo abierto, y las posibilidades de ser acechados o estar en peligro inminente eran demasiado obvias y múltiples, en comparación a “La noche de la expiación”.

Por último, me parece contraproducente que una película que supuestamente trata sobre el ciudadano común volviéndose loco, haya tenido que poner de antagonistas a los milicos. Ciertamente es mucho más interesante la idea de que la purga visibiliza las pronunciadas diferencias sociales que hay en el país, al grado de que quienes tienen medios pueden protegerse cómodos en sus búnkeres o comprar pobres para matarlos, mientras que los menos pudientes mueren como perros en las calles. Siendo así ¿Hacía falta introducir un grupo de milicos armados hasta los dientes con camiones blindados disparándole a todo lo que se mueve?

Otra figura que grita por más protagonismo es la de Carmelo (Michael K. Williams), un activista tipo Malcolm X, quien comanda un grupo similar a los Panteras Negras (o algo así) con boinas y todo, que denuncian la farsa que es la purga y que instan a los ciudadanos sin recursos económicos a levantarse en armas contra la violenta medida. Carmelo se muestra como una figura disidente que aparece en las pantallas, amenazando con que los pobres ahora se defenderán de vuelta. Sin embargo, salvo un par de apariciones a lo largo de la película, para aportar con la gringa y correspondiente cuota de balazos, su participación e importancia se queda en la superficie como la mayoría de las ideas que la película pudo haber desarrollado, en lugar de aburrirnos con cinco protagonistas que logran esquivar todas las balaceras que les llueven durante hora y media.

Por © Felipe Tapia, el crítico que inspira confianza en el ciudadano común

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