“La tele y yo”: la columna de Raúl Ortega

(HOY: El lobo, el lobo! ) El mito licántropo tiene muchas aristas, desde las enfermedades genéticas, maldiciones gitanas y el mito mismo. La literatura que los constituyó como bestias tiene siglos, las películas menos tiempo, así que últimamente Hollywood optó por desempolvar la franquicia para revitalizarla y conquistar una nueva generación. A veces con transformaciones aterradoras y conflictos morales extremos, otras con burdos intentos, lentes de contacto con mandíbulas de cajita feliz y licántropos que se olvidan que portan una maldición, trotan por el  bosque mostrando las calugas y se creen muy sexys.

El primer hombre lobo que conocí fue el de Michael Jackson en Thriller, dirigido por John Landis, estaba absolutamente aterrorizado y sorprendido con el mito, súmese el morbo de ver la desfiguración que provoca la transformación (Por eso nadie arranca cuando encuentra a uno en plena metamorfosis, hay que ver cómo queda el bicho). Luego pasaron bastantes unos años para ver con uso de razón una obra que llegaría a ser de culto, dueña de la transformación licantrópica más aterradoras y bien logradas de la historia.

Atención, peligro de spoilers.

Era sábado por la noche y los comienzos del Cine Total en TVN, cada semana me esperaba una película de horror diferente, aunque por mi edad no estaba autorizado para presenciar semejantes carnicerías, me las arreglaba para verlas completas. Imaginen lo que es saltar de la cama para cambiar el canal de una tele con sintonizador manual, sin que suene la tecla y volver a mi lugar para que el adulto de turno pensara que estaba viendo Noche de Gigantes en lugar de una angustiante persecución por una desierta estación de metro londinense que termina con un estereotipo citadino y su paraguas convertido en tiritas de carne.

“An american werewolf in London” (“Un hombre lobo americano en Londres”) también de John Landis, pero anterior al video de Thriller y las películas “Coming to America” (“Un príncipe en Nueva York”) y “Beverly Hills cop III” protagonizadas por Eddie Murphy. Antes de obtener su fama, Landis se inició en la comedia con las recordadas “Animal House” y “Blue Brothers”, así logró el prestigio suficiente para conseguir el dinero para un proyecto mayor que sorprendió tanto a su audiencia que la Academia tuvo que reinstaurar el Oscar al mejor maquillaje para Rick Baker. El filme en su génesis no lograba convencer a los inversionistas, pues era demasiado terrorífico para ser una comedia y demasiado cómico para ser de terror, es difícil digerir de buenas a primeras que un hombre lobo corra por Londres desnudo tratando de cubrirse con un manojo de globos luego de una noche de cacería, sin embargo Landis se salió con la suya y logró una historia completamente coherente.

La bestia, este si que da miedo

David (David Naughton) y Jack (Griffin Dunne) eran los típicos universitarios norteamericanos que salen a conocer el mundo. En un recorrido por lo más recóndito de Inglaterra son atacados por un animal salvaje, Jack muere brutalmente mientras David sobrevive gracias a los lugareños que a punta de escopeta lograron rescatarle.

Extraños sueños se apoderan de su mente, nota también como sus sentidos se agudizan al punto de ver y oír a su amigo Jack convertido en un muerto viviente que se descompone con el correr de las escenas. Jack le advertía de lo inevitable, el comienzo de su calvario, pero como buen americano en lugar de tomar las medidas necesarias, se dedicó a seducir a la linda enfermera Alex Price (Jenny Agutter). Como no es la vida real, logra convencer a la chica y quedarse en su casa, pasando todo lo que tiene que pasar en una gira europea.

Una noche de luna llena, nuestra linda enfermera debía hacer el turno de noche mientas David se queda en casa matando el tiempo con música y lectura, hasta que de pronto su cuerpo comienza a arder en una fiebre tan alta que literalmente lo quema por dentro. Aquí está una de las secuencias más recordadas de la historia del cine. David se arranca la ropa y cae al piso mientras sus huesos se deforman, su mandíbula crece monstruosamente y su cuerpo se llena de grueso cabello. Son dos minutos y medio de un detalle tan elevado que nos sentimos dentro de esa sala, siendo testigos del terror mismo y queriendo huir despavorido, pero yo no podía hacer más que taparme con la ropa de cama hasta la nariz, porque a pesar del miedo que sentía, el morbo era superior y no podía sacar los ojos de la pantalla.

De pronto se abre la puerta y entra mamá; y me sorprende in fraganti con la escenita de la bestia devorando una pareja en los suburbios,  le atacó el síndrome familiar moralista y cual mujer loba llamó por teléfono a las oficinas del canal estatal para presentar un reclamo contra la programación inapropiada. Indignada exigía películas para toda la familia, y que como podían poner esos monos tan feos. Mientras yo disfrutaba y sufría a la vez con la escena del metro ya descrita. Al final vino la masacre del cine, la policía trataba de contener las persianas metálicas, pero nada detuvo a la bestia, derribó la reja y decapitó a uno de los agentes. El pánico se desató, gritos, choques, personas expulsadas por los parabrisas o arrolladas brutalmente en medio de la confusión. El lobo confundido corría entre los vidrios rotos y la estampida lanzando sus fauces a lo que se le cruzara por delante. La policía finalmente lo acorrala en un callejón. La linda Alex se hace presente para tratar de apelar a la humanidad oculta en el monstruo, se acerca, le habla, pero nada queda de humano en él. David ataca y la policía abre fuego. Alex observa en shock el cuerpo desnudo en el frio y húmedo pavimento con agujeros de bala en lugar del denso pelaje.

Hoy por hoy, son pocos los lobos que le hacen justicia a su linaje, Underwolrd y Van Hellsing lo intentaron.  Benicio del Toro en el remake de Wolfman no pudo solo contra el ejército de teleseries y best sellers juveniles con vampiros pokemones y lobos emo. Además la secuela de la película que honra esta columna Un hombre lobo americano en París (1997) no estuvo a la altura, salvo por la hermosa Serafine (Julie Delpy), los lobos aun están en deuda.

Volviendo al pasado y mis noches de niñez sabatina, les cuento que siguieron por mucho tiempo, vi mi madre sucumbir ante el cuarto poder y su programación habitual, ya podía dejar de saltar de la cama a cambiar el canal, de ahora en adelante sólo seguiría saltando en las noches, luego de despertar de todas las pesadillas que me robaron el sueño de ahí en adelante.

Por Raúl Ortega

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