¡Feliz Navidad! ¿Qué fue del Boom de la animación chilena?

 ¡Feliz Navidad! ¿Qué fue del Boom de la animación chilena?

Editorial diciembre de 2015

Aunque Navidad y programación infantil no necesariamente están vinculados estrechamente, es común (o era común) que por estas fechas aumentara la oferta en la programación para los más pequeños, porque se acaban sus clases (No como este jetón que tienen que seguir trabajando), y porque toda esta fiesta ha estado culturalmente más dirigida a pequeños que adultos. Por este motivo hemos decidido referirnos a lo que ha pasado con un boom de programación infantil que se apagó repentinamente.

En primer lugar hay que aclarar que animación e infantil no son sinónimos, y que si bien pueden coincidir en la mayoría de las veces, sobran ejemplos que derriban la idea de que los adultos no ven monitos. Pero sin embargo, hay que reconocer que el grueso de las animaciones está dirigido aún al público infantil. 

Salvo un par de experimentos como Condorito mudo, Chile carecía de la tecnología y formación para producir sus propios dibujos animados. Esto comenzó a cambiar a finales de los 90 y principios del 2000, cuando comenzaron a aparecer distintos intentos de emitir nuestra propia parrilla animada, que aún  transitaba, como todo género emergente, entre lo identitario y lo foráneo: “El Ojo del Gato” bebía de las producciones superheroicas gringas sazonada con atmósfera porteña, “Pulentos” entregaba lo mejor del Hip Hop mezclado con códigos chilenos, “Diego y Glot” retrataba los clásicos estereotipos infantiles en un contexto de referentes culturales que solo un chileno podría entender, y “Villa Dulce” era una especie de “Hey Arnold” en Santiago. Estas series emitidas por distintos canales, sumadas a las películas de Cineanimadores“Ogú y Mampato en Rapa Nui” y “Papelucho y el Marciano”, prueban que a principios del milenio Chile perdió su virginidad (Tecnológica, no sea mal pensado) y se lanzó de cabeza al hasta entonces ajeno y foráneo mundo de la animación. La mayoría coincide en que estos locos años fueron el “Boom” de la animación chilena.

¿Qué pasó después? Como la mayoría de las explosiones, el impacto del “Boom” fue grande pero la duración fue escueta. ¿Las razones? Creo que nadie dispone de la experticia para un diagnóstico exacto, pero vale la pena hacer el intento. 

En primer lugar: la calidad. Sería chaqueteo extremo referirse a la calidad de estas series, ya que estábamos dando los primeros pasos en la animación y era natural cometer errores. Las películas de Cineanimadores cometieron varios errores, como no apegarse al producto original al punto de prostituirlo, aunque sus avances en el área técnica fueron del todo indiscutibles. A pesar de todo sería acertado decir que “Diego y Glot” se hallaba en un nivel de calidad bastante elevado, no era mamón a pesar de estar hecho para niños, tenía un sentido del humor ingenioso, y una enseñanza en cada capítulo sin caer en la moralina. Los personajes eran simples pero cercanos y agradables, y tenía todo para triunfar. Quizá le haya jugado en contra el que el exceso de referentes culturales lo haya restringido solamente al contexto chileno, volviéndolo inexportable, a diferencia de “31 Minutos”.  De las otras series era evidente que la influencia del mercado extranjero estaba ahí, tal y como pasó en las primeras manifestaciones plásticas y literarias chilenas, sin embargo la posibilidad de evolucionar y construirse un sello propio no alcanzó a darse.

Es probable también que se hubiesen tomado decisiones apresuradas y se confió mucho en el éxito inmediato de las nuevas producciones animadas. Perpetuar “Pulentos” o “Villa Dulce” era muy difícil. Sobre todo cuando tienes competidores monstruosos a nivel internacional, de la talla de Nickelodeon o Cartoon Network, quienes tienen señales permanentes de monitos, aunque no en TV abierta. A principios de este Boom una gran cantidad de merchandising invadió el mercado: Discos de bandas sonoras, juguetes, accesorios, ropa, e incluso presentaciones en vivo anunciaban que la animación chilena se quedaría un ratito más. Pero algo pasó. 

El contexto tampoco ayudó mucho a la perpetuación del fenómeno. El nuevo milenio se caracterizó por un cercenamiento general de toda programación infantil en TV abierta, no solo monos animados, y a explotar hasta el cansancio el recurso del reality y la farándula, arrebatándole la inocencia y niñez a los pequeños que podían hacerse adultos tan solo pasando un rato en Internet. En un Chile en el que a los 13 añosya te sientes mayor,  cada vez había menos espacio para una niñez de dulces, canciones, monitos y juegos. Los infantes intentaban llegar lo más rápido posible a la edad adulta, y parecer grande se volvió la consigna. Paradójicamente, los adultos comenzaron a ver cada vez más monos que antes, sin embargo el mercado extranjero ya cubría esa  parte.

Que se hayan cometido errores de principiante es absolutamente esperable y natural. De hecho, forma parte intrínseca de casi todo proceso creativo. Pero a los inversionistas privados eso les importa un soberano comino. Por esto, el “Boom” que se apagó rápidamente dejó de ser rentable y las malas decisiones le quitaron a los diferentes proyectos la segunda oportunidad que creemos que merecían. 

¿Hay esperanza? Pues claro. Actualmente la mayoría de las universidades cuenta con escuelas de animación que recogen experiencias del extranjero y abren sus puertas a docentes capacitados en el área. Álvaro Arce, el mítico creador de Shaggy en “Scooby Doo” forma parte de ese prestigioso cuerpo docente. También se ha estado trabajando en una adaptación animada de “Ogú y Mampato”. Y a pesar de que el género se encuentre actualmente de cada caída, algunos cortos animados chilenos han logrado ser exhibidos en festivales y hasta han ganado premios, aunque no en la categoría infantil. Las distintas escuelas de animación se han aventurado con proyectos que lamentablemente no han capturado la curiosidad de los fondos públicos o de un mecenas privado, y centenares de ideas no han logrado salir de la casa de estudios. Pero confiamos plenamente en las nuevas generaciones. Hay que tener paciencia. En cualquier momento, un nuevo Peirano, un nuevo Díaz, un nuevo Quercia, se alzará de los escombros con una idea original que impactará a todos, aprenderemos de nuestros errores y el nuevo “Boom” de la animación chilena tendrá una vida más larga. Y quizá, solo quizá, la programación navideña recupere a la audiencia niña que actualmente ha perdido.

Felipe Tapia.

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