Cuando el comic se transforma en cine: el caso de “From Hell”

Siempre me ha sido incómodo clasificar las cosas. Creo que estas guardan entre si relaciones que las taxonomías disfrazan de diferencias irreductibles. Es simplemente odioso reducir algo a: “perteneciente a la clase de las…”. Algo parecido me pasa con el cine, en cuanto separarlo de otras manifestaciones del arte. Estas, naturalmente ambiguas, suelen traspasar con mayor frecuencia los límites con que las taxonomías pretenden imponerles. El Cine es algo más que una sucesión lineal de imágenes (aunque en estricto rigor eso sea), con o sin sonidos superpuestos. Guarda (como lo hace cualquier manifestación de arte) una serie de relaciones con otras manifestaciones, situaciones, mitos, e incluso, prejuicios y tipologías de su sociedad y su tiempo, que no pueden ser explicadas a través de otras tipologías. El Cine, por ejemplo, suele usar como fuente de inspiración obras de otros ámbitos del arte, como la literatura, el cómic, o la ópera, solo por nombrar algunos.

Seguramente es que, por mi falta de conocimientos técnicos, me cuesta fijarme en esos detalles que determinan la singularidad del cine, y termino “leyendo” películas, tal como si fueran una novela. Sin embargo, reconozco que, si lo que tú quieres es comunicar algo a alguien, o escribir algo que pueda ser entendido por el lector que casualmente lea estas líneas, se hace imposible no clasificar. Podríamos decir que, aunque las clasificaciones no son más que prejuicios sobre las cosas que supuestamente explican, estos “prejuicios” nos sirven de etiquetas para saber de que estamos hablando; para, en último término, evitar que algunos interlocutores se sienten a conversar sobre carreras de galgos, mientras otros lo hagan sobre la construcción de estaciones espaciales o la posibilidad de llegar a Marte en un futuro medianamente cercano. Y, aún así en gran parte de los casos es inútil clasificar, pues hay veces en que ni uno mismo es capaz de darse cuenta de que estas hablando de galgos, y tu interlocutor, de astronautas.

Volvamos al cine, y pensemos en el caso de las adaptaciones. Uno (al menos, yo lo hago) suele tender a creer que la relación entre un “remake” y la película que la inspiró es más que estrecha. Incluso, en el caso en que la obra inspiradora no sea una película, sino una novela o un cómic, se suele creer lo mismo. En realidad, esto no tiene por qué ser así. No sé si una película basada en una obra anterior sea más o menos difícil de realizar que una original. Pero sí tengo claro que el primero de ambos casos implica una serie de aspectos que complican su realización, especialmente si la obra inspiradora pertenece a un formato ajeno al del cine. Creo, reconociendo que se trata de una burda simplificación, que el fondo de este problema se refleja en una dicotomía: por un lado, inspirarse en otra obra implica una suerte de homenaje; por otro, el traspaso de un formato a otro, no sólo permite, sino que exige una serie de cambios respecto del original. De esta manera, el director de la película se ve atrapado entre la intención de ser fiel al original, y la necesidad de adaptarlo para  el cine.

Pensemos en llevar una obra de cómic al cine. En ambos formatos, cuando las obras tienen un carácter diegético, lo fundamental es la capacidad narrativa que surge de la unión entre lenguaje (escrito en el caso de los cómics, oral – o más bien sonoro, si pensamos en lo que nos puede comunicar la música o el sonido no articulado – en el caso del cine) e imagen (estática, en el primer caso; cinética, en el segundo). Este traspaso no es fácil de hacer. Se puede pensar en  una correspondencia entre el texto de un cómic y el posible diálogo de una película, y entre las imágenes de un cómic con las de una película, pero eso no es necesariamente así. Por un lado, encontramos que el cómic tiene que sugerir al lector una sensación de movimiento entre imágenes estáticas, lo que es innecesario para una película, puesto que esta es imagen en movimiento. El problema es que parte importante de la narrativa de un cómic puede descansar en una imagen que tiene sentido en una viñeta, pero no en una pantalla de cine. El cómic también presenta un ordenamiento de imágenes, pero este no es lineal, y, a diferencia del cine,  puede presentar distintas imágenes al lector, en un solo golpe de vista. En ese sentido el lector de cómic tiene ingerencia en la conformación de la secuencia narrativa, de la cual carece el espectador de cine. Por otro lado, el texto de un cómic, su guión, que está pensado para ser leído, puede ser difícil de trasladar a un formato que en última instancia será oído.

Pongamos cómo ejemplo el caso de una película dirigida por los hermanos Hughes: “From Hell”, que está basada en un cómic guionizado por Alan Moore y dibujado por Edie Campbell.

Alan Moore: uno de los guionistas de Comic más influyentes. Creador de "Watchmen" y "V de Vendetta"

En el cómic, podríamos decir que hay dos líneas narrativas: una que describe el caso del asesino que se conoció como Jack el destripador, y otra que muestra la sociedad de la Inglaterra victoriana. En un nivel superficial, la película logra transmitir esta última, especialmente a través de una puesta en escena y fotografía que recuerdan mucho el trabajo de Edie Campbell. Este, a través de un dibujo predominantemente tosco y oscuro, logra un ambiente opresivo y decadente que caracteriza a los barrios bajos de Londres, y que, a su vez, contrasta con un dibujo más suave e iluminado, con que dibuja la vida en los barrios más acomodados. En una de las escenas más logradas de la película (o, más bien, una de las que más me gustó) se alterna el despertar de unas prostitutas, que para evitar caerse duermen amarradas en los bancos de una iglesia, con el desayuno de una pareja acomodada, tal y como Moore y Campbell la ilustran en su obra.

Es en la segunda línea narrativa, la que describe el crimen, donde encontramos “problemas”, porque, si en alguna medida  los hermanos Hughes logran “homenajear” el trabajo visual de Campbell, no ocurre lo mismo con el guión de Moore. De hecho me atrevería  a decir que ambos guiones, salvo los nombres de los personajes, poco y nada tienen en común. Que no se malentienda. No soy de aquellos fanáticos que exigen una fidelidad a ultranza para con las adaptaciones de sus obras favoritas. Pedir algo así es imposible, e incluso estúpido. Si no se quiere cambiar nada de la obra original, ¿para que hacer otra versión? Estoy seguro que la industria cinematográfica podría haber sobrevivido financieramente sin haber llevado a cabo esta adaptación. El asunto es que una cosa es hacer un cambio que le puede gustar o no a esa parte del público que conoce la obra anterior, y otra es hacer un guión completamente distinto manteniendo el título. El mismo Alan Moore pidió que su nombre fuera quitado de los créditos, porque consideraba que el sentido de la obra se había desvirtuado con la adaptación realizada por los Hughes. Y, si bien hay que reconocer que este último dato tal vez no valga mucho si nos enteramos que el guionista del cómic es un ermitaño que vive en un alejado castillo de Inglaterra, que nunca ha quedado conforme con ninguna de las adaptaciones al cine que se han intentado hacer de sus obras, y que usa su tiempo libre tratando de convertirse en un mago del Caos, también me parece evidente que en este caso el inglés tiene toda la razón (y tal vez también en la mayoría de los otros, pues por algo los fans del guionista inglés, al referirse a las adaptaciones cinematográficas de las obras, utilizan el término “la maldición Moore”).

En el caso del guión cinematográfico, se narra una historia que se desarrolla a través de las claves del género policial: el misterio como motor de los acontecimientos (la búsqueda de la identidad del asesino), la lógica y el azar como herramienta de resolución del enigma, la sorpresa como forma de mantener cautivo al espectador. Estos elementos son los que conducen a los personajes (y al espectador) a la resolución del enigma, después de lo cual sólo queda esperar el desenlace, y el destino de cada uno de los personajes.

La versión cinematográfica, protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham

El cómic, en cambio, dista mucho de ser así. En primer lugar, el factor del enigma se anula: desde las primeras páginas ya se conoce la identidad del culpable. La narración no se fundamenta en el enigma, sino que en dos movimientos que se desarrollan paralelamente: la construcción de la personalidad del asesino, y una disección de la sociedad de la época. Es el primero de estos movimientos el que más abandona la adaptación de los hermanos Hughes. No es la sorpresa de saber quien es el asesino lo que mantiene cautivo al lector de la obra original, sino la forma en que Moore va construyendo la mentalidad de Jack el destripador, uno de los mitos mas extendidos en el occidente del mundo. Lo que hace Moore es rellenar un espacio vacío – tal como lo explica en el segundo de sus apéndices, una obra maestra por sí sola –, ponerle cara a una interrogante que ha estado flotando por mucho tiempo, y que jamás va a ser contestada. Lo curioso es que Moore reafirma la insolubilidad del caso, haciendo lo que parece contrapuesto a tal idea: estableciendo un culpable. El asunto es que Moore no hace esto por un afán histórico de establecer la verdad (aunque la preocupación por lo histórico este presente, especialmente en los dos apéndices finales), al menos no en cuanto a fijar como verdad absoluta. Moore elige una de las tantas versiones que existen sobre Jack, la que considera que le sirve mejor para especular sobre Jack y su tiempo: primero, especular en tanto reflexionar sobre el caso; segundo, especular en cuanto reflejar la sociedad occidental de esa época, e incluso posterior.

Desgraciadamente la comparación entre la película y el cómic es injusta, pero inevitable. La novela gráfica pone en la figura del destripador la primera piedra, un hito de inicio de la sociedad occidental, una verdadera cosmogonía. A través del paseo que realiza por la arquitectura mítica de Londres, muestra un reflejo de los mitos de nuestra sociedad. Moore construye cuidadosa, obsesivamente, una catedral (por que en el cómic las alusiones a la arquitectura son tan o mas importantes que las alusiones a la medicina) que reúne los elementos ya mencionados, entre otros, para realizar una reflexión sobre la  práctica de hacer historia. La película debe tener algunos meritos. Aparte de la ya mencionada fidelidad al trabajo visual del cómic, hay  algunos personajes interesantes, como la versión del Inspector Abberline. Seguramente, no es la más importantes de las actuaciones de Johnny  Deep, pero la idea de un detective-vidente, al que fumar opio le permite tener visiones que le ayudan a resolver los casos, me parece, como mínimo, divertida. Pero fuera de eso, no es más, ni menos, que otra película del género policial. Mejor que muchas de ellas, supongo. Pero como adaptación de una novela gráfica como “From Hell”, es, simplemente, infumable.

Por Aliocha Hernán Ferrada.

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